Insistente. Creí que yo era la terca del grupo. Resultó ser que Grecia no paraba hasta obtener respuestas. Quedó atónita con el raro comportamiento del profesor, aunque es mi amiga y confiaba en ella no podía decirle lo que pasó. Encontraría la situación muy peculiar. Y eso solo serviría para que su mente escurridiza divagara cosas que no eran realmente.
— ¿Te dijo algo cuando estaban solos? —insistió por enésima vez estrechando sus ojos sobre mí.
—Te repito que solo me dio los buenos días ¿desde cuándo eso es algo sospechoso? —me contuve de soltar todo ahí mismo en el comedor, enfrente de todos, el anochecer llegaba con un frío lúgubre; posteriormente a lo que pasó hice lo que estuvo en mis manos para ignorar a Mason Hale, una tarea fácil pero estúpidamente difícil también. ¿Desde cuando alguien me hacía sentir expuesta de esa manera?
—Bueno, todo depende del tono de voz, tal vez fue irónico o sexy, no puedo saberlo, tú de seguro lo sabes.
Empecé a reír, había terminado de toquetear mi ensalada de frutas hace ya un rato, mañana sería viernes, ya era hora de un poco de descanso. De toda la literatura inglesa, preferí la de Jane Eyre y la de Bronte, no es que fuese fan pues era una prosa excesivamente romántica, solo resultaba interesante.
—Sólo cálmate estás empezando a delirar. Lo que necesitas es una ducha y un buen té —comenté con una vocecita aguda que uso para burlarme de Elliot, ahora también, con mi tierna y despreocupada amiga.
—Tienes razón —coincidió con lo último, rindiéndose al fin. —Por cierto, una mujer llamó preguntando por ti. Como no supe quién era le dije que no te conocía.
Por un demonio.
—Gracias, en verdad lo que hiciste fue lo mejor. Pasa buenas noches —me despedí con una sonrisa orquestada que me salió perfecta.
Sin darme cuenta dejé que mis piernas me guiaran a un lugar tranquilo y ahí estaba yo, sentada en un banco verde en el balcón del otro edificio de la residencia, el viento refrescaba mi rostro que me ardía por llorar. No esperé que mi madre se empeñara en encontrarme. Tal vez me equivoqué. Quizá me quiere más de lo que creía pero... Eso no es suficiente para mí.
Solo quiero pensar que fue un lindo y mal recuerdo del pasado. Si ella no anduviera de cita en cita desde que mi padre murió, aproximadamente hace diecisiete años y aún recuerdo cuando ella me dijo que él había fallecido cuando tenía consciencia del mundo; como a los cuatro años...
Nada de lo que pasó sería una realidad. No viviría atormentada por ese día. Por el 13 de Noviembre. Nos encontrábamos en Octubre. Ya llegaría mi libertad con ese día, seré mayor de edad para entonces. Será un hecho legal que nadie tendrá poder sobre mí o mis decisiones.
— ¿Pao?
La voz risueña de Elliot me sobresaltó, este sentándose a mi lado mirando a las estrellas cuando finalmente entabló una conversación sólida.
—Oye, sé que estás triste pero ella deberá entender, en todo caso es tu culpa, no debiste dejarle esa notita —increpó suavemente, hasta sus reprimendas era tiernas. Realmente de no haberla dejado ella no habría llamado.
Brotaron las lágrimas y se desbordaron liberando presión. Sabía que él tenía razón, odio cuando la tiene. Me acunó en su pecho como a una nena, sonriendo melancólicamente.
—Cuéntame amiguita, dile lo que te pasa a tu mejor amigo.
Era divertido escucharlo hablar así. Casi al instante sonreí. No quería hablar de mamá, eso solo me pondría peor. Él pareció adivinar mis pensamientos.
—Hablemos sobre Mason Hale.
—Bah, tú también con eso, no se lo digas a Grecia pero si pasó algo aunque no es importante.
Puso su mano en su barbilla esperando con jovialidad mi relato de lo sucedido. Le conté todo con absoluto detalle, no podía quejarse. Si no fuese mi mejor me hubiese llevado ese secreto a la tumba. Ahora él se reía, estruendosa y grave risa.
—Por poco no te acercas a él y consumas el acto— dijo entre risas aplaudiendo levemente. Golpeé su hombro con diversión.
—Prometiste no burlarte. No es gran cosa, preferiría olvidar lo que pasó —le resté importancia con un ademán.
—Tienes que presentármelo, tal vez me enseñe algunas cosas, si pudo contigo el hombre es un gran seductor —agregó gesticulando para divertirme. Hice una mueca de fastidio.
— ¿Me prestarías a Cece mañana?
—Ok, pero ten cuidado con mi niña, nunca ha salido contigo, podría ponerse a llorar.
—Oh, solo cállate. Dalo por hecho.
Abrió su boca y la volvió a cerrar, entrecerró su mirada cernida en mí.
— ¿Para qué la quieres?
—Duh, es una cámara ¿qué crees que haré?
Él no dijo nada, solo asintió apretando la línea fija de sus labios y se quedó pensativo. Algo pasaba con él. Decidí no acribillarlo a preguntas. Al menos no por ahora. Pero algo con mucha certeza me dice, que este extraño comportamiento, es por nada más y nada menos que la rubia con ojos de cuchilla. Grecia.