— ¡Continúa! —exclamaron Elliot y Grecia al unánime, no me quedó otra opción, tuve que contarles lo ocurrido; prometiéndome a mí misma que no permitiría que pasara de nuevo. Haberlo seguido a la biblioteca fue un completo error. La noche del viernes ni siquiera pude dormir. Me sentía como una idiota. Bastaba con mi madre ¿ahora mi profesor quería volverse un dolor de cabeza? No intentaría nada. Ahí no pasaba nada.
—Eso es todo, no sé qué le encuentran de interesante.
—Absolutamente todo. ¿No puedes entenderlo? —contradijo mi amiga escudriñándome con su mirada grisácea.
—Esto es tan hermoso. Creo que voy a llorar —dijo Elliot limpiando una lágrima imaginaria, gozando de mi absurdo sufrimiento.
—Calla. Encuentro todo esto irrelevante. Es mi profesor. Solo eso —me escurrí en el sofá revisando de ojeada mi teléfono, había comprado uno nuevo con mis ahorros.
— ¡¿Podrías dejar de simular que no sientes nada?!
Grecia estaba histérica, para mi mala suerte tenía razón. Por supuesto que tenía sentimientos. Pero sentir destruye. Sentir es una mierda. Solo debo dejar que todo transcurra naturalmente y procurar que no conozco a Mason Hale. Sí. Eso sería lo mejor. Me quedaré saboreando mi té helado aquí en la sala de juegos, mientras mis amigos se rivalizan en el billar.
—Dejemos de hablar de mí. Me cansé de eso —lancé fríamente, ellos sucumbieron a su fracaso en un sacudir de cabezas—. Mejor aún ¿quieren explicarme que pasa entre ustedes dos?
Por poco y ambos no escupen su bebida. Empezaron a reír sin control. Permanecí impasible con las piernas cruzadas en el sofá. Hasta que se dieron cuenta de que hablaba en serio. Por supuesto que los vigilaba, una manera eficaz de analizarlos.
La seriedad volvió a sus rostros, se miraron entre sí, se tomaron las manos aproximándose a mí. Grecia parecía nerviosa, hasta el punto en que se sonrojó. Elliot por otro lado lucía impávido. Se colocaron enfrente de mí, mientras entrelazaban sus dedos. Mi Dios.
—Estamos juntos. Queremos saber si estás de acuerdo.
Grecia fue la que habló, con un tono de voz tan tierno, que sus ondas platinadas y sus ojos penetrantes parecieron incluso más angelicales de lo normal. Sonreí tanto que me dolieron las comisuras de mis labios. Grité como una loca recién salida del manicomio.
— ¡Por supuesto que estoy de acuerdo!
Me levanté a abrazarlos y empezamos a saltar, como unos niños en el jardín de infantes. Disfruté de este momento. Más de lo que quería admitir.
—Gracias amiguita —murmuró Elliot más feliz que nunca, jamás lo había visto así, algo en él había cambiado. Sí. El sabor ligero de la atracción lo había cambiado. Ahí estaba yo, contenta por ellos, aunque triste por saber que nunca podría llegar a sentirlo de esa forma. Que algo siempre estaría mal conmigo.
∞∞∞
Mirando a la luna llena, estaba de regreso en el balcón, ahora sin compañía, pensando en el secreto que guardaba. Ella debía saberlo. Se lo merecía, Grecia necesita saberlo. No ahora. Se lo diría antes de mi cumpleaños. Esa sería la mejor opción. Y mientras tanto, solo sabía que debía hacer esto:
Primero, dejar a mi profesor de lado, tratarlo como a alguien más. Olvidarme de lo que ha pasado, que es técnicamente nada.
Segundo, hacer lo posible por cuidar de la nueva parejita. No soportaría que se lastimaran debido al amor muy fugaz. Me guardé la opinión sobre la rapidez, sabiendo que las emociones no responden a reglas sociales relacionadas al tiempo. Las emociones responden a sí mismas, a su auto lealtad para exteriorizarse.
Y tercero, pero no menos importante, escapar de mi pasado. Incluyendo a mi madre. Aun si eso significaba eliminar cualquier tipo de contacto con ella de ahora en adelante.