Insomnio. Mi nuevo trastorno. Genial. Ya estamos en 10 de Noviembre. Solo tres días. Solo setenta y dos horas y sería totalmente libre, debo esperar a los veintiuno para votar pero ¡bah! Los políticos se aguantarían. Ya no sé qué pensar respecto a los sentimientos. Si aborrecerlos como de costumbre o dejarme llevar por la corriente. Siento como si estuviese en la punta de un acantilado, mi decisión consistía en quedarme tal y como estaba, o bien, lanzarme hacia el barranco. Pero no sola.
—Llamando tierra a Pao —expresó Elliot pasando la palma de su mano rápidamente en mi rostro. Sacudí mi cabeza, suspirando lentamente.
—Lo siento Elliot.
—Algo tienes. Puedes contármelo.
Agradecía que se preocupara por mí. Muy a mi pesar él tenía mejores cosas en las que pensar, que andar al tanto de mi miserable vida emocional. Sonreí en respuesta, ocultando la angustia que transitaba en mí.
—Estate tranquilo. Por primera vez desde... Sabes de qué hablo; puedes estar seguro de que en esta ocasión, no me pasa nada.
Pareció aliviado, había algo extraño en él, muy fuera de lo normal. Su piel ahora tenía un aspecto amarillento. La vena en su frente, solo visible cuando tenía dolores de cabeza, ahora martillaba en una marcha continua. Ladeé mi cabeza.
— ¿Hay alguna cosa que quieras decirme? —contraataqué a mi vez.
—No. ¿Por qué?
—No pareces estar bien —alerté mientras lo miraba más detalladamente. No había reparado en que lucía más delgado. No de una manera exagerada. Pero una gran diferencia. Sus pómulos sobresalían un poco más. Las bolsas bajos sus ojos debido al cansancio. Y ese extraño tono de su piel.
—No me he sentido muy bien que digamos —reconoció como si nada.
— ¡Deberías darte un respiro! —reñí, auténticamente preocupada.
—En la medicina no hay tiempo para respiros —contestó sin más. Y aún faltan las pasantías y residencias, lanzó mi memoria para mortificarme más.
No tenía ganas de discutir con Elliot. Sus ojos cafés me dieron a entender que pensaba lo mismo. Sabía que ser médico lo era todo para él. Cuando una enfermedad hepática se llevó a sus padres, parecía más que dispuesto de querer colaborar en contra de la naturaleza de la muerte. No lo culpaba por intentarlo. En Wyoming vivía con sus tíos y primos, por supuesto no era lo mismo. Siempre sería mejor que estar solo o quizás no era eso. Al perder algo valioso, como las personas que amas, ni la más sólida de las presencias puede arrastrarte fuera de la soledad.
—Cómo digas. ¿Y Grecia?
— ¿Qué pasa con mi cielo?
—Mierda. Ya hasta apodos cursis se tienen y todo. ¿No crees que sea mucho romanticismo?
—Cuando se trata de ella nada es demasiado —certificó sin dudas.
Caray, está grave.
La manera en que su rostro parecía iluminarse, la forma en que cobraba vida, ya lo perdí en su totalidad. No pude evitar reírme, extrañamente estridente y aguda fue mi risa.
—Comprobado. Estás enamorado de Grecia... Carajo.
— ¿Qué pasa?
—Es que jamás creí que diría eso. Tú enamorado. Puagh —prácticamente escupí la palabra, dejándome un mal sabor en mi boca. Elliot había tenido novias anteriormente, pero con ninguna había llegado tan lejos. Él sonrió con sorna, de un segundo a otro su rostro se ensombreció.
— ¿Amiguita? —esa vocecita representaba algún debate interno.
—Te escucho.
— ¿Crees que esto haya sido precipitado? Quiero decir, no me arrepiento de mi decisión. Solo quisiera saber qué opinas al respecto.
Gruñí. Sabía que lo preguntaría tarde o temprano.
—Lo último que me faltaba —murmuré masajeando mi sien con ironía.
— ¿Eh?
— ¿No has acabado de comprender? Soy la última persona a la que puedes preguntarle sobre amor. Ni siquiera sé lo que se siente.
— ¿Estás segura? —arqueó su ceja castaña, navegando en mi expresión.
—Sip. Muy segura.
— ¿Qué hay del amor hacia tu mamá?
—Eso es diferente. Eso puede verse reflejado en mi personalidad. Por lo que he leído el amor es recíproco ¿no? Ahora dime ¿cuándo fue la última vez que hizo algo lindo por mí o que siquiera me lanzara un mísero "te amo, hija"? —Su silencio dolió más que la verdad que crepitaba mi mente—. Exacto, te quedas callado porque la respuesta es... Desde que mi padre murió, no estuve para notar el cambio porque era un bebé y sin embargo no me caben dudas. Toda su atención la abarca su ridícula necesidad de sentirse amada por un hombre. Y por culpa de esa necesidad, es que soy lo ves ahora mismo. ¡Por Dios! Ella no merece que la ame, pero después de todo lo sigo haciendo como una completa imbécil —había empezado a llorar desde que abrí la boca en objeción, ahora gimoteaba, jalando mis ondas castañas con fiereza hacia atrás.
Olvidar el resentimiento. Olvidar ese amor fraternal. Olvidarme de todo lo que pasó ese día. De ese ser despreciable. Solo había un pequeño detalle. Esa fecha en especial del año era la más inolvidable. Mi cumpleaños pareció convertirse en mi dulce pesadilla. Apreté mi mandíbula, mordiéndome la lengua sin pensar en el dolor que conscientemente me estaba infringiendo. Ya era hora de traspasar mi autocontrol, ya era el tiempo de rememorar los viejos tiempos. Lo haría en otro momento, cuando me encontrase sola, donde nadie podría acercarse.
—Estoy aquí amiguita, siempre estaré aquí.
Elliot acariciaba mi cabello, mientras me mecía suavemente, al menos todavía lo tenía a él. Si él se alejaba de mí podía considerarme muerta.
— ¿Puedes hacerme una promesa?
—Depende de qué estemos hablando. Si quieres que te prometa un striptease no puedo hacerlo. Este cuerpazo es exclusivamente de Grecia. Y no he sido estrenado... aun.
Carcajeé por un buen rato, hasta que finalmente paré.
—Nop. Quiero que me prometas que no me abandonarás.
Me analizó por un largo tiempo, sonrió reconfortante, abrazándome cálidamente y enhorabuena respondió:
— ¿Realmente crees que podría hacerte eso? Estamos en esto juntos. Siempre estaré para ti amiguita. Eso no lo dudes.