Aparentemente Ella

Capitulo 13

No debíamos hacer esto. Pero era mi cumpleaños y los chicos me habían complacido todo el día. Elliot me regaló un ejemplar en tapa dura de Matar A Un Ruiseñor, casi lloro pues anhelaba desde niña el libro. Grecia me obsequió un relicario de oro, sabrá Dios de cuantos quilates, en el dije se hallaba una foto de los tres que había tomado con Cece; me aseguró que cuando quisiera llenar el otro espacio que le avisase. Lo llevaba con amor y orgullo, era preciosísimo.

Apagué mi linterna, haciendo lo posible por asegurarme de que el perímetro estuviese despejado.

—Adelante, chicos —ordené para que siguieran con el plan, escalaron las paredes con las cuerdas y el gancho que trajeron en sus mochilas. La ventaja de ser de Wyoming e hija de mi madre, era que estaba más que familiarizada con terrenos peligrosos y con el uso de maquinaria para este tipo de estrategia. Mi parte favorita de mi niñez fue enseñar a Elliot a cazar, y luego, llevarlo al campo de tiro; ahí supo que nunca lastimaría alguien porque era nefasto con las armas.

Hice lo mismo, disfrutando de cuan divertido se sentía, salté al suelo cayendo en cuclillas. Me solté el cabello, y recogí la cuerda. Grecia se había ido al Campus Norte con Elliot, querían estar un momento a solas. Además ella quería ver el entorno que frecuenta su novio. Blade se fue al salón de ciencias, no sé exactamente para qué. Tal vez para creer que es un científico loco, aunque solo sea por unas horas. Por otro lado, yo tenía en mente desde hace días a donde iría. El lugar donde las cosas se pusieron feas. La biblioteca Powell.

Estaba más solitaria de lo usual. Y a pesar de que estaba repleta de libros. Había una sensación de vacío y frío en el aire.

—Por fin —murmuré hablando conmigo misma en voz alta. Esto tenía ganas de hacerlo desde hace días. El metal brilló cuando abrí la mochila. Lo tomé, era frío al tacto. Lo extendí mirándolo a la luz de la luna. Mis intenciones son un intento vago de hacerme sentir mejor. Lamentablemente es la única manera. Sin tanto preámbulo agarré con fuerza el cuchillo y lo pasé por mi mano lentamente. Sintiendo todo el dolor, otra clase de dolor. Que no me haría pensar en este día hace seis años. Un alarido salió de mi garganta, mi pulso latía con rapidez, arrugué mi ceño repitiéndome a mí misma que lo que hacía no estaba mal.

Intercambié el cuchillo a mi mano ahora lastimada y ensangrentada que chorreaba el artefacto y procedí a hacer lo mismo con la otra, mientras lo hacía escuché a alguien gritar mi nombre, sonó como un reclamo. Conocía muy bien esa voz.

—Vaya, vaya, se ve que mi suerte está jodida —proferí con mi voz ronca y seca, mirándolo fijamente mientras descendía de las sombras. No sonrió por el comentario. Se veía furibundo. Y en su rostro estaba escrita su pregunta 《¿Qué demonios estás haciendo?》.

—Paola ¿por qué te haces esto? —lanzó en un grito, quitándome el cuchillo de un tirón, éste trastabilló sonoramente en el piso. Me volví sin perder la compostura, la sangre escociendo mi piel.

—Cuántas veces debo repetirte que lo que yo haga y diga NO ES TU PROBLEMA —dije entre dientes apretados.

—Y yo cuanto más repetiré que tú lo convertiste en mi problema —me observaba trastornado, pasando de mis manos a mis ojos. Me crucé de brazos, manchando mi blusa.

—No necesitas que te diga mis cosas. Solo empeoraría tu vida. Y vaya que soy experta destruyendo vidas —reiteré sombríamente, cuando me dispuse a agacharme para agarrar el cuchillo me detuvo en seco con su mano.

No continuó hablando, solo me miró más de cerca mientras se aproximaba a mí. Se detuvo a tres pasos de mí.

— ¿Te preocupa arruinar mi vida? —murmuró de manera que no pude descifrar la expresión flotante en su semblante.

Mierda.

—No. En definitiva, no es lo que quise decir —tragué saliva fuertemente. No requería que me corroboraran si mi corazón saltaba fuera de mi pecho como en las caricaturas, estaba absolutamente segura.

Y era esa expresión de dolor en él, de profundo sufrimiento, la que me indujo arcadas por el arrepentimiento que se acrecentaba en mis sienes. Me preguntó si tenía tijeras y se las ofrecí, en un dos por tres se despojó de su camisa de mangas largas; cortó las mangas y con una eficiencia que me sorprendió amarró las mangas alrededor de las heridas de mis manos. Debí ocuparme en chillar por la sensación de ardor mientras lo hacía, pero no; mis ojos no paraban de robar la atención de mi mente para contemplar al profesor en camisa de tirantes. Volví a tragar. Mi fabulosa idea ya no era más que el rescoldo de la imprudencia. Se alejó solo un poco al terminar.

—Respecto a lo que dijiste...Creo que eso es lo que me diste a entender ¿quieres que te diga algo aún más irónico?

Ladeé mi cabeza y asentí vagamente. No podía perder nada.

—Yo me preocupo por ti. ¡Maldita sea! Más de lo que debería hacerlo.

Dio un paso más. Carajo, él perdería mucho si continuaba.

—Por favor, no sigas...

—No. Tú no sigas pretendiendo que no sientes nada. Ni siquiera estás segura de lo que sientes —su seguridad al declarar aquello era una prueba más de que Grecia tenía razón. Él me analizaba, él me observaba. ¿Acaso no poseía instinto de auto-preservación?

Estábamos a solo centímetros y que Dios me ayudara, pues quería acortar esa distancia que nos separaba.

—Supongamos que admito algunas cosas —me encogí de hombros, sintiendo mis latidos localizados en las heridas.

— ¿Cómo qué?

—Digamos que, hipotéticamente hablando, yo sienta una fuerte atracción hacia ti. ¿Eso cambiaría algo? —me desagradó totalmente la vocecita que ocupó mi garganta.

—Oh, sí. Mucho diría yo. Sé que te gusto. No me creas idiota tampoco.

Ignoré su afirmación, rodando mis ojos. Genio pretencioso, me recordé, genio pretencioso.

— ¿Qué cambiaría exactamente?

—Esto.

Sus palabras salieron tan rápidas como su abalance sobre mí. Sus labios poseyendo cada parte de mí. Me exigían con una necesidad que no pude rechazar, ese fuego que estaba recorriendo mi cuerpo acabaría por consumirme. Esto estaba mal. Por un demonio. ¿Qué estaba haciendo? Ignoré mis represalias, regresando al presente, sus manos recorrían mi espalda con posesividad, tomé el cabello de su nuca sin importarme las punzadas y lo atraje más hacia mí. El borde de la mesa larga de madera donde se leía en silencio absoluto presionaba mi trasero, el sabor de su boca era indescriptible; como el elixir de la vida que los egipcios siempre trataron de convencerse que los hacía inmortales. Yo quería que esto fuese eterno. Estaba sintiendo cada segundo de ese beso. De mi primer beso. Mierda. Él se detuvo por un momento, jadeando entrecortadamente, atravesándome con la piscina verdosa de sus ojos.



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En el texto hay: humor amistad, suspenso amor dolor, amornotoxico

Editado: 03.12.2021

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