Justo como él me dijo, pasé el día con los chicos; no sabía que excusa le metería a la junta directiva o quizás no les dijese nada. Seguía en shock por lo ocurrido. Aun debía procesar todos los acontecimientos del mes, sumarlo todo y llegar a una conclusión. Caray ¿sería razonable no concluir nada? Él no me proporcionaba inseguridad, sin embargo, eso también me asustaba. Mi costumbre a las atracciones masculinas eran nulas, él era mi primer beso y realmente el único hombre que había llamado mi atención hasta ese momento.
Blade no hizo preguntas por mis manos las cuales seguían molestándome un poco, había aprendido que él era muy respetuoso y discreto en general en nuestros días de conocernos, disfrutaba de pasar el rato con él sin deber explicaciones. Vivió desde siempre en California, independizándose a los dieciséis pues no toleraba la intransigencia máxima de su tía por el catolicismo y surfeaba en sus vacaciones como hobbie favorito. Eso explicaba su aspecto de hawaiano atractivo. Tenía un pariente en Washington que trabajaba en una gran firma, así que esperaba hacer pasantías en cuanto estuviese capacitado. Él, Grecia y yo éramos inseparables en el salón, siempre que estuviese a nuestro alcance realizábamos los deberes juntos. Creo que mi parte favorita era debatir sobre las historias; personajes, desarrollo y desenlace de las tramas. Desentrañar aquello era escarbar en arena mágica. Honestamente, se trataba de conocer almas; porque los libros eran eso, almas transformadas en páginas.
Grecia todavía no podía creer que nuestro pasado estuviese tan conectado. Pareciera que el destino nos hizo encontrarnos. Tal vez era necesario. Destino o no; ella era la mejor chica que había conocido en mi corta vida. Aun si ella y Elliot por cosas de la vida terminaban siendo algo más que solo novios, había corroborado que seguiría jodiendo su existencia como lo he hecho desde que los conozco a ambos. Solo había un detalle, existía otra persona que capturaba la atención de ese risueño amante de las cámaras; su nombre era Mónica y tenía gran información de ella.
—Cariño, despierta —murmuró una voz femenina, que era condenadamente familiar. Joder.
Abrí un ojo cansado, la farra desde temprano me había noqueado; lo que vi no pudo ser más torturador que antes.
— ¡¿Mamá?!
¡Por un jodido infierno!
Salté de la cama y me posicioné dándole la espalda a la puerta, un movimiento defensivo en contra de esta inesperada amenaza. Me miró risueña y con otra cosa que no pude definir, se levantó abriendo sus brazos ¿Acaso esperaba que yo la recibiera cálidamente? Vaya, que equivocada estaba. Al darse cuenta, los bajó lentamente con cautela.
— ¿Qué carajo haces aquí?
—Hey, ese lenguaje no me gusta —riñó, chasqueando su lengua.
—Pues ese ya no es tu problema. Soy mayor de edad. Hago lo que se me plazca —todo salió atropelladamente de mi boca. No pensé que fuese capaz de rastrearme.
—Que tierna eres ¿de verdad crees que puedes defenderte sola? Ambas sabemos que sigues siendo la pequeña y débil criatura de doce años. Siempre lo has sido.
Esas palabras me dolieron, era la primera vez que las decía; no entendía porque se ponía así tan de repente. Algo no estaba bien, mamá no diría eso ni en el peor de sus enfados. Tragué.
— ¿De verdad? Me sorprenden tus palabras ya que... Por lo menos, yo no soy una solterona desesperada, mamá.
Su rostro se vio inundado por la indignación, arrugó su ceño y tomó un mechón dorado de su cabello. Yo no tenía parentesco con mi madre. Era idéntica a mi padre y pese a que ella se esforzase en disimular, en el fondo concertaba un rencor hacia mí por ello.
— ¡Escúchame, niña! Tú, empaca tus maletas. Sí. Ahora. Volvemos a casa —dictaminó inflexible. Cambié el peso de mi cuerpo a la otra pierna.
¿Hablaba en serio?
—Yo no saco un pie de este lugar —declaré inmutable.
— ¡Paola Ginnifer Hyde! Obedece.
—Detesto mi segundo nombre. Lo sabes, tú me lo pusiste.
Esos gustos de mierda de mi madre. Desearía que papá me hubiese criado. Aunque entiendo que su prematura muerte ocurrió con buenos motivos, nada pasaba sin buenas razones, me deprimía no haber tenido una oportunidad con él. Probablemente nunca hubiese habido noches enteras sin estar al cuidado de un adulto, nunca habría sido ultrajada, nunca habría sido compadecida.
—Cállate, solo haz lo que digo —su pie repiqueteaba en los mosaicos de la madera, a la expectación.
—Y solo dices tonterías —condescendí a la defensiva.
—Insolente. Mira, no necesito más espectáculo aquí. Solo quiero volver con mi hija a casa —ojalá hubiese sido sincera, tal vez habría accedido—. Estoy harta de que me estereotipen como la estúpida que permite que su hija se vaya de improvisto. ¿Acaso nunca consideras mi reputación? Debes ayudarme a cuidarla.
No necesitaba mi ayuda para arruinar o cuidar su reputación, si es que había alguna positiva.
¿Cómo era posible que ella no acabara de entender? Simplemente no quería regresar, ese lugar no existía para mí. Un viejo recuerdo enterrado en las tinieblas de mi mente. Convertido en cenizas por el fuego de mi voluntad.
—Aquel lugar no es mi casa. En lo absoluto. Agradezco tu visita. Pero debes irte, Brittany. Ahora.
Jamás había llamado a mi madre por su nombre. Me sentí orgullosa de hacerlo. Un paso más en mi plan de desenredar mi pobre lazo familiar con ella, ya que quería crecer y sanar esa vieja herida. Pareció ofendida, esto me pareció inverosímil, aunque permanecí impasible. Le di vuelta al picaporte, invitándola a salir de mi habitación e indirectamente de mi vida.
Levantó su rostro, la línea fina de sus labios estaba fruncida con desprecio hacia mí. Me crucé de brazos, sin demostrar ninguna especie de emoción. Salió de mi habitación, pero antes de trotar hacia abajo para salir, volteó mirándome con frialdad.
—Es tu fin —fueron sus palabras o su tono lo que me heló la sangre, no lo sé, solo tengo presente que esa mujer estaba empezando a preocuparme más de lo usual. Sacudí mi cabeza, cerrando la puerta y tumbándome en la cama para copiarle a Elliot que me urgía hablar.