¡Faltaban tres días para año nuevo! Y de cierta forma me importaba un carajo. No sé qué le encontraban de bondad a estas celebraciones. Se supone que en estas ocasiones se debe estar con la familia. Pero en mi caso eso no era posible, resulta que tenía una madre que ni siquiera me conocía. No en verdad. Un padre al que no pude mimar de amor y del cual solo tuve una foto que mi madre destruyó cuando tenía catorce años. Y no tenía hermanos.
El día de Nochebuena hicimos una cena en la residencia, aun podía chupar el sabor del pavo relleno en mis dedos, no mentía. Ya que no quería ser tildada de grinch, como solía decir Elliot, propuse ayudar a preparar el festín a nuestros camaradas de la cafetería de la residencia. El recuerdo de Bertha, la cocinera favorita de Grecia (ambas adoraban la comida muy saludable), enseñándonos a preparar muffins veganos de muchos tipos era memorable. Jamás había visto tanto desastre en una cocina. Mi muffin preferido fue el de nueces y frutos rojos con merengue italiano. ¡Uf! Me zampé como cinco, me cabían más pero compartir es una regla básica en ésas épocas.
Mason nos visitó en Navidad de imprevisto, trajo presentes para mis cuatro amigos. Sí, hasta para Blade. Fue un cupo para unas vacaciones pagadas en la playa, podía usarlo cuando quisiera. Blade estaba contentísimo, me habría tragado la amabilidad de Mason de no ser por la ausencia de las arruguitas de sus ojos. Detectarlo fue complicado pero lo hice, sus sonrisas honestas venían acompañadas de arruguitas. Así que lo interpreté como un "Aléjate tan pronto como puedas".
Un kit lustroso de cirugía (le comenté la intención de mi amigo de ser cirujano) para Elliot, cuando le dio un libro súper rarísimo de medicina a Mónica descubrí que Mason hablaba el español; le faltaba practicar más la entonación pero aun así me impactó, me encantaron los poemas japoneses que le obsequió a Grecia. Yo había comprado algo para él, no esperaba que la situación fuese recíproca.
Un detalle para el relicario, fue así como la otra mitad se completó. Eres mi misterio favorito. Pudo haber puesto cualquier tontería y no. Eso en cambio, me había hecho flaquear como de costumbre. Al verlo intercambiar una ojeada con Grecia me figuré que había sido sugerencia de ella. ¡Já! No me extrañaba.
Me sonrojé al entregarle mi presente, realmente me habría sentido más cómoda si lo hubiese abierto en privado. ¡Ni modo! Al principio temí que no le gustase, pues no dio señales de vida al verlo. En cuestión de segundos mis sospechas fueron refutadas, ahí estaban las arruguitas. Se trataba de una foto de ambos, capturada clandestinamente por Cece bajo el mando de Elliot. Para mi desconcierto, la dichosa foto me fascinó; tenía un no sé qué y era simplemente inolvidable. Fue el día de la escenita con Blade y mis "niñerías". La fijeza de nuestras miradas era tan perpetua e intensa que me vi en la necesidad de enmarcarla y dársela. Una muestra de un momento compartido. Yo lo encontré natural, por otro lado, él rebosaba de entusiasmo.
Ese día me dolieron las costillas por tantos codeos que recibí de mis amigos. Eran una partida de locos que imaginaban cosas exageradas.
¿Mi parte favorita? Los muffi... Bueno, no. Ciertamente fueron los regalos. El hambre me trastornaba las ideas.
Así que para año nuevo solo éramos Elliot, Grecia, Blade y Mason. Algo me dijo que mi atención estaría completamente sobre este último, recordé que no sabía quiénes eran sus padres; solo tenía claro que vivía con su mamá pues el lugar era espacioso y estaba muy unido a ella, además su padre los había abandonado debido a la entrega de su madre al trabajo. Y como olvidar a Mónica, cuando le comenté sobre lo de mi madre y nuestra mala relación, luego de Navidad, se disculpó un centenar de veces; tuvimos ocasión de hablar y me agradó muchísimo lo que conocí. No era una sabelotodo sobrada como muchos rumoreaban. Era súper tierna y literalmente proporcionaba una paz de otro mundo. Supuse que era su efecto sobre la gente, podía entender que a Elliot le gustara aunque no lo admitiese.
— ¿Me golpearás? —preguntó Grecia con los brazos arriba en modo de rendición. ¿Qué coño?
— No sé de qué hablas. ¿Por qué querría golpearte? —contrapuse con mi ceño fruncido, cerrando con recelo Matar a un Ruiseñor.
—Por esto —soltó antes de que yo pudiese reaccionar. Respiré un aroma muy familiar.
¡Maldición!
Cloroformo.
∞∞∞
Unas manos gráciles me quitaron la venda. Abrí un ojo, inspeccionando el área. Había ganchos con ropa por todos lados. Mierda.
No es lo que creo que es. Por favor no...
— ¡Hola, amiguita! Espero hayas disfrutado del viaje —dijo Elliot con sus cafés ojos registrándome. Le saqué el dedo.
— Jódete, amigo mío.
—Bueno, alguien amaneció de mal humor.
Puse mis ojos en blanco.
— ¿Qué esperabas? ¿Besitos y arcoíris? La resaca de esta mañana casi me noquea, ¡oh, espera! Ustedes se le adelantaron.
Resopló con sorna. Él tampoco había dormido mucho, bailamos en un club por primera vez.
— ¿Me creerías si te digo que esperaba un bofetón? No sé por qué te molestas, fue tu idea. Dulce y cándida resaca —se rió irónicamente.
Arrugué mi ceño. Sopesé la idea, mirando hacia el techo. Me senté. Me encontraba en un sillón de cuero. Un vestidor con demasiado estilo.
—Oh, ¡hiciste bien! No sé cómo no se me ocurrió antes. Yo jamás sugeriría algo como esto —contraataqué riéndome pausadamente.
—Respira, amiguita. Te trajimos aquí por buenas razones, primero tu plan y segundo, a mi diosa se le antojó venir de compras. Que sepas que te dejé en este vestidor por unos minutos sola, la acompañé a ver algo rapidito.
— ¿No querrás decir "hicimos un rapidito"?
—Qué mente tan sucia. Le diré al camarada que no te llene de tanto contenido para adultos —me guiñó un ojo. Touché.
Miré mi reflejo en el espejo. Mi cabello estaba hecho una mierda. Bramé.