Aparentemente Ella

Capítulo 18

Sólo habían pasado horas desde mi conversación con Grecia. Elliot despertó y lucía muy afligido, por otro lado aliviado por mi estado. Les pedí que me dejaran dormir otro par de horas y me dejaron ser. Ya me sentía mejor aunque algo fatigada. Tuve un sueño en dónde caía en un barranco sin fin. Desperté de golpe.

—Aquí estoy para ti, mi niña insolente.

Mierda.

Estaba duchada en sudor, qué extraño. Mi madre me miró con hipócrita alegría, estaba muy bien arreglada, un hecho que resalta que no merece que la quiera. No tenía idea de cuál era el designio de su visita.

Mientras ella se miraba en un espejo para trabajar arduamente en su aspecto, mis amigos pasaban un calvario de preocupación y somnolencia por mí. Dios mío. Pasé inadvertido que era el primer día del año. ¡Pasaron año nuevo conmigo!

Y en este malnacido lugar, pensé hastiada.

No sabía qué era peor, el hecho de que el año para mí inició en un hospital o que mi pareja preferida haya asumido la responsabilidad de mi custodia física. Bueno. En realidad era peor tener a ésta mujer a mi lado.

—Ugh, lamento ser descortés, pero, ¿cuántas veces debo decirte que te vayas?

No podría estar siendo más directa. Sabía por mi educación básica sobre Dios que debías honrar y respetar a tus padres, solía pedir perdón a Dios por mi altanería desde aquel tiempo donde todo se derrumbó. Me llenaba de esperanzas a mí misma, garantizándome que él me perdonaba por ello. Me entendía, sabía que lo hacía, porque de otro modo no había lógica para tener personas tan buenas a mí alrededor.

—Tienes razón. Es muy descortés de tu parte. Sigues siendo mi descendiente. Tenía que verte — declaró con sus árticos ojos azules buscando algo en los míos. Ni siquiera dijo hija. ¿Qué clase de persona usa la palabra descendiente?

No quería tenerla cerca. Nuestro último encuentro lo conceptué como raro, su conducta y aspecto lo eran todavía más. Y ahora aparecía, de la nada, exactamente cuando estaba dormida. Otra vez. De no estar tan segura de que era ignorante en asuntos tecnológicos, me tragaría la idea de que me instaló un nano rastreador en el cuerpo. Era posible ¿no?

—Pues yo no quiero verte —rezongué a la defensiva—. La sangre es lo único que nos une, tú y yo jamás tuvimos una relación cálida. En realidad era incompatible, fría y estoica... Corrección, sigue siendo así.

Se cruzó de brazos. Las arcadas resurgen, esta visita ya estaba haciendo de las suyas.

—Gruñe todo lo que quieras, niña. SIEMPRE ESTARÉ CERCA.

No me gustó la entonación con la que dijo eso. Enarqué mi ceja.

—Aww eres una ternura —me burlé. —. Fuera de mi vista, mamá. Tú y yo ya hemos terminado ¿no anhelabas el día en que pudieses deshacerte de mí? Pues bien, te he ahorrado el trabajito  —decreté inconmovible, me senté en la camilla, apoyando mis brazos e inconscientemente lastimándome el brazo. Chillé de dolor. La vía situada en mi mano izquierda era la responsable.

En un rápido movimiento ella se aproximó a mí, más de lo que ya estaba, preguntándome si estaba bien. Ojalá se hubiese oído sincera. Las náuseas me invadieron nuevamente.

— ¡Aléjate de mí! ¿No lo entiendes? ¡No te quiero cerca, maldita sea!

Mis gritos parecieron haber sido escuchados por la gente de afuera. Mi voz brotó horrendamente ronca. Oí voces femeninas. Enfermeras. Por las ventanas de la puerta vi sus rostros emerger con ansiedad, irrumpieron en el cuarto. Fui aturdida por la presión en mi pecho. No me llegaba el aire. Sentía que me ahogaba.

Las enfermeras le dictaminaron a mi madre que abandonase la habitación, simuladamente acató a regañadientes. No le creía nada.

La bilis subió por mi tráquea, como una traicionera serpiente.

Vomité a mi lado derecho en el piso, una enfermera llamada Rita, afroamericana y consciente de mí caso, le ordenó a su compañera que limpiara mi vómito. Pobre enfermera. La mezcla acuosa lucía más que repugnante, pese a esto obró eficientemente y no sin ofrecerme una cálida sonrisa.

Advertí un hormigueo en mi brazo, que a los segundos se extendió por todo mi cuerpo.

La máquina y sus pitidos se aceleraron con sorprendente velocidad. ¡Esa cosa estaba loca! Respira, Hyde, vamos. Tú puedes. Respirar no surtía el efecto que quería, la máquina no se calmaba. ¿O era yo realmente? ¡No quería estar más allí!

El doctor Ross, a cargo de mi caso, apareció muy turbado. Se puso el estetoscopio, pidiéndome que respirara mientras escuchaba. Su cara me dijo que las cosas estaban de todo, menos bien.

—Doctor, sus pulsaciones son ciento veinte latidos por minuto. —Cuando escuché esto por parte de una ansiosa Rita, corroboré que no estaba bien. Apreté mis nudillos, quería vomitar de nuevo. ¿Qué expulsaría ahora, mis órganos?

—Tiene estridor, disnea y por lo que describiste, ronquera. Edema de laringe.

Al escuchar éstas palabras perdí la consciencia.

POV'S ELLIOT

Estaba en la cafetería cuando una enfermera apresuradamente nos llamó a Grecia y a mí. Mi chica me dio una mirada alarmante. Algo ocurría, algo serio. Nos levantamos, abandonando nuestro almuerzo y nos tomamos de la mano; trotamos hasta la habitación de Paola.

Solo rogaba que todo estuviese bien. Mi amiguita ya había sufrido demasiado.

Al abrir la puerta, quedé paralizado, no contaba con que tendría un tubo endotraqueal. Esto se usa para despejar sus vías respiratorias. Navegué por toda la información almacenada en mi cerebro, el cual se hallaba ávido por ser útil.

¿Sería un edema de laringe? ¿Acaso estaba teniendo otro shock anafiláctico? Joder.

Grecia apretó mi mano, llevándose la otra a su boca con desconcierto. Le besé la frente rápidamente y me acerqué a ver en qué podía ayudar.

El doctor me pidió que me retirara. ¡Él no conocía las fuerzas imbatibles de la amistad! Negué con fuerza y obstinación.

—Si quiere demándeme. Pero no daré un maldito paso, sin asegurarme que ella esté bien.



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En el texto hay: humor amistad, suspenso amor dolor, amornotoxico

Editado: 03.12.2021

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