No reaccionaba aunque me apretujara los cachetes. No podía. Hace cinco minutos estaba jugando danzarinamente bajo la lluvia ¿Y ahora qué? Me hallaba en mi habitación sopesando la idea que había sido introducida en mi mente por el hombre que robó mi cordura.
¿¡Qué demonios hago aquí!?
¿Qué hice para acabar aquí? Oh, vamos. He sido una buena niña. Bueno, no es como si Mason fuese Santa Claus...
Qué idiota.
Estoy totalmente mojada, con deseos de desvestirme pero algo me dice que no lo haga. ¿Qué puede pasar?
Simplemente iba a cambiarme de ropa. ¿No? Eso no era un delito. Vamos, Hyde. Tanta paranoia me conduciría derechito al manicomio.
Comencé con mi franela de tiras, subiéndola por mi cabeza y quitándomela de encima. Proseguí con los shorts, empujándolos hacia abajo rápidamente. No fue mucho trabajo, solo me quedaban mis prendas interiores de encaje negro. Todavía recuerdo el día que lo compré, inducida por el efecto Grecia, por supuesto.
Una chica necesita equipamiento de infarto cuando se trata de ropa interior, eso dijo ella. ¿Realmente a alguien le importaba? Llevar puesto algo debajo era lo crucial, no lucir como una bailarina de cabaret o algo así. Bueno, al menos era más cómodo de lo que sospechaba. No picaba y se mantenía en su lugar, ¡odiaba cuando tenía que esconderme para arreglar la tela que insistía en meterse por entre mis nalgas! Un tormento femenino.
Caminé hacia el armario, abrí las puertas; empezando a jugar con las manillas. Abriendo y cerrando. Se nota que no sabía qué hacer. Miré la ropa con desdén, mi antigua decisión por vestirme de repente titubea ¿Por qué? No era nada. Hay muchas posibilidades que considerar, a ver, teníamos... ¿Querría ser como esas chicas que pasean desnudas por su cuarto? ¿O los shocks pudieron haber eliminado mis neuronas en su mayoría? ¡Debía interrogar a Elliot!
No seas estúpida, Hyde; piensa con cabeza fría. Sí. He ahí la solución. Volví a abrir la puerta, con toda la intención de azotarla, decidiendo que mimaría mi piel con un aceite de almendras que Mónica me había dado.
—Con que aquí estás.
La impresión de su voz provocó que girara mi cara bruscamente, golpeándome con el azote de las puertas. Inmediatamente llevé la mano a mi frente, en el punto exacto del golpe y me retorcí de dolor.
— ¡Mierda! Duele, coño.
— ¿Estás bien? —preguntó preocupado mientras se acercaba a mí, trató de tocarme el rostro y lo evadí.
— ¿Cómo te parece que estoy, estúpido?
Levanta sus manos rindiéndose, a modo de alzar la bandera de paz. Puse mis ojos en blanco, haciendo un ruidito de fastidio con mi garganta. Él rió con mi gesto, los hoyuelos en sus mejillas y sus arruguitas delataron su gran diversión. Esto me irritó aún más.
Llegó un momento en el que lo miré fijamente a los ojos. El mar verdoso que me seguía a todas partes, los que me analizaban y deleitaban. Sonreí lentamente, permitiendo que se extienda por todo mi rostro. Pasaba por alto un elemento importante de esta situación ¿qué era? Yo estaba buscando rop...
¡Estoy desnuda!
Bueno, no completamente. Al menos así me sentía. Mi cabello está adherido justo en el alumbramiento de mis pechos. Agaché mi cabeza, mirando mis pies, es lo único que podía hacer para no tambalearme y caer por los nervios que se apoderaron de mí.
Tomó mi mentón entre su mano, levantándole para que lo encarase. Me escudriñó un poco más, mi boca tembló, mis piernas desfallecieron y mi corazón estaba por salirse de mi pecho.
Finalmente me besó. Comienza pellizcando mi labio inferior, lo sorbe con su lengua y hace lo mismo con el superior. Era oficial. Me derretía. Sus manos bajaron a mis hombros, se mantienen ahí. Su húmeda y caliente lengua juega con la mía y con el resto de mi boca, encuentro esto gracioso y placentero de alguna forma. Nuestras respiraciones se volvieron cortas cada vez más.
Di un paso atrás, él me siguió. Acarició toda mi espalda y con cada segundo que pasa le exigí más y más. Desabrocha mi sostén, sacándolo con agilidad. Mis manos se dirigen al cabello de su nuca y me aferro. Camino hacia atrás, completando el camino que faltaba para llegar a nuestro "objetivo". La cama. Quería llenarme de valor para olvidar. Mason era distinto, no era malo. No era malo, me repetía mientras todo sucedía.
Los edredones y su suavidad complacieron a mi piel. No tanto como el toque de Mason. Sus labios bajaron, besando como si fueran pasos cada área de mi cuello, siguiendo hasta mi clavícula, rozando delicadamente su labio por esa línea curva. El cosquilleo que sentía. En todas partes de mi cuerpo. No lo cambiaría por nada.
Por un momento se detuvo a observarme, algo se había despertado en él. Lucía salvaje de alguna manera, estaba completamente despeinado. Dándole ese típico aire juvenil que emanaba de él. Sólo que ahora resaltaba más.
—Eres hermosa —gruñó por lo bajo de manera gutural, a pesar de mi vergüenza el halago me llegó al corazón. Ladeó su cabeza, por un momento no entendí por qué, hasta que sentí su boca de nuevo sobre mí. No en mis labios. Ni en mi cuello.
La fuerte succión de su boca sobre mi pezón provoca que me arquee por completo, en total éxtasis por ello. Este se endurece y no sale de ese estado. Algo empezó a revolotear detrás de mí ombligo, bajando en espiral, hasta que todo el calor de mi cuerpo se concentró en un solo lugar.
El juego de su lengua hizo de las suyas con mis pechos. Uno por uno, lentamente, de arqueo en arqueo. Un gemido sale de mí, no logro mantenerlo encerrado, simplemente sale sin control. Cada vez más.
Mis manos pasearon por su pecho, mientras me besaba, continuando por su espalda. Me dejé de rodeos y llegué al cierre de su pantalón. Lo bajé con incertidumbre. Sacudí mi cabeza y me repetí 《Él no es malo》.
— ¿Estás bien? Podemos dejarlo...