El recuerdo latente y palpable de su cuerpo contra el mío no salía de mi mente. Sus dedos haciendo círculos en toda mi piel, su aliento causándome cosquillas, sus besos marcando su huella en mí.
Mierda.
¿Qué mosca me había picado? Bueno, pasaron días desde... Eso. Todavía seguía sin tener demasiado de él. Desearía que mis recuerdos no hubiesen cortado el acto en seco, no importaba. Algún día podría consumar aquello, no tenía claro que tan lejos se encontraba ese suceso, pero sabía que pasaría.
Emily era tan dulce como una golosina. Sin resultar empalagosa. Su extraño realismo no-negativo se convirtió en algo que realmente adoraba. Pasamos un fin de semana juntitas, intercambiamos recetas para el chocolate. A ella le gustaba con trocitos de queso ¡fue muy peculiar y delicioso! Esto la hizo camarada ipso facto de Mónica, pues esa manera de prepararlo le recordaba a su familia en Colombia. Yo le echaba un toque de esencia de vainilla, en otros términos, la gloria líquida. Nunca había comido palomitas de maíz con mantequilla de maní, ni volvería a hacerlo. ¿Qué pasaba por la mente estomacal de esa revoltosa de Emily? Fuimos solo Mónica, ella y yo. Grecia se llevó a Elliot a Nueva York para que conociera a sus padres. Este acontecimiento había sumido a Mónica en un estado de letargo y por ello la sumé a mi pijamada. Emily y yo tomamos provecho e hicimos monerías y juegos de mímica para hacerla reír.
Sos un amor, Paola. Y tú también, Em.
Le tomé gran cariño a su idioma por su manera tan dulce y exótica de pronunciarlo, de hecho, el castellano se conocía por ser el idioma más complicado del mundo. ¡Una ovación, señores!
— ¿Sabes?
Ella dejó a un lado el bol lleno de arcilla para el rostro que estaba revolviendo, Emily andaba al baño.
— ¿Sí? —atendió serena.
—En serio le gustas —frunció su ceño sin comprender y añadí: —Me refiero a Elliot, claro.
Casi se le salen los ojos.
— ¡Por Dios, no! Ellie solo me ve como su amiga, créeme —sonó convincente, lamentablemente sus manos inquietas la lanzaron al agua.
¿Ellie? Esto estaba gravísimo.
Captó la dirección de mis pensamientos y se apresuró a explicar:
—Él me dice Moni por mi nombre y para no decir monita, ya que tengo demasiado cabello y vello corporal ¡es irritante! A él le parece lindo, está loco de atar —dijo fallando al reprimir su sonrisa—. Acordamos que le diría Ellie para burlarme de su metrosexualidad, se cuida más que yo; además me gusta como suena.
Era buena, había que concederle el mérito. Aun así, no me convencería. ¡Sabía lo que mis ojos veían! Y cuando le hice esa acotación, su mirada marrón brilló como la estrella del norte. Opté por no presionarla más, la conocía lo suficiente para llevar claro que podía acabar hecha un mar de lágrimas.
Grecia había resuelto esa pequeña diferencia que importunaba su relación con Elliot, la cual se trataba de su incomodidad frente a Mónica; hasta le había pedido disculpas y todo. Por el momento estaban en zona segura. Solo esperaba no tranquilizarme demasiado, los tres eran una bomba de tiempo. Las verdades no reveladas reventaban tarde o temprano, pasando factura de formas muy desagradables.
Lo dije desde un principio. Esos dos serían un problema. Aunque creo que me equivoqué un poquito no más. Me encantaban juntos. ¡Y vamos! ¿Qué relación no era un problema, díganme? Me ponía en ejemplo. Lo mío con Mason era lo más extraño que haya experimentado, la alumna y el profesor, una taza de agua fría y la cucharada de miel. Éramos diferentes y eso lo volvía algo... ¿Funcional? ¿Interesante? Todavía no conseguía describirlo.
El frío que ambientaba el auditorio ese lunes era algo espeluznante, había visto clases un par de veces allí y seguía sin adaptarme. El escenario y sus reflectores comenzaban a marearme. Se suponía que debían darnos un anuncio "importante". Imbéciles ¡nos hacían desperdiciar tiempo! Ni siquiera había tomado mi café esa mañana, el mal humor arribó inefablemente. La decana y su cabellera canosa se presentaron ante nosotros muy regias, su traje formal azul marino resaltaba sus ojos ámbar. Su sonrisa era algo torcida, blanca y deslumbrante por algún motivo. En las pocas veces en que la había visto de soslayo, realmente muy pocas, no percibí esa sonrisa. ¿Sería así siempre? Porque, ahora que la detallaba mejor, si antes no le temía ¡ahora mucho menos! Lucía tan inofensiva que casi me río recordando el pánico de Sidney.
—Nos ocultan algo ¿o son mis ideas? —susurró Grecia con el escepticismo preponderando sus ojos—. Más les vale que no estemos perdiendo el tiempo.
—Relax, no podemos alterarnos por tonterías —proferí, haciendo un ademán para restarle importancia—. O puede que me equivoque.
Sopesé mi idea al igual que mi amiga. Podíamos estar acertando.
— ¡Atención! Ha llegado la hora de dar el anuncio —dijo con su voz in crescendo la mujer, el micrófono resonando su llamado por todo el auditorio.
Todos esperaban ansiosos, cuchicheaban sobre las posibilidades. Por otro lado, yo rodé mis ojos y enarqué mi ceja indiferente. Me olía a pérdida de tiempo.
Algo se posó en su mirada. No estoy segura el qué, la iluminó tanto, que por un momento creí que rejuvenecía frente a mis ojos. Sus ojos escrutaron a todo el alumnado, incluso a mí, que estaba en el medio de las filas, prácticamente como una aguja en un pajar.
—La UCLA como ya saben, es la universidad más selectiva de los Estados Unidos. Es incomparable. —Puntualizó redundante.
—Conocida por tener los mejores programas de pre grados y post grados. Una biblioteca inigualable. Por supuesto, la biblioteca Powell —aclaró acomodando sus gafas con orgullo. Pude sentirme identificada con ello. Ese lugar fue mi punto de partida. Sentí un hormigueo en mi espalda al recordar ese día.
—En fin, supongo que quieren que deje a un lado el preámbulo y vaya al grano. —Conjeturó atinando totalmente en su pensamiento.