POV'S EMILY
¡Dios! Tenía que despertar.
Diosito por favor, he sido una niña buena, pensándolo mejor... Sí. Una niña buena.
¡Tenía que salvar a Pao!
La mujer. La rubia indigente. ¡Es su madre! ¿Cómo es posible eso? Una mamá no te corta el brazo mientras duermes. ¿¡Cómo es que ella no sintió eso!?
Intenté forcejear. Grité dentro de mí. Berreando desgarradoramente a mis músculos que realizaran el más mínimo movimiento. ¡Jesucristo! ¿Qué tiene que hacer una niña de ocho años para que le hagan caso, ah?
Lo haré por ella. Es mi tía y punto.
*Diez minutos después*
Qué pendeja soy, este cuerpo no quiere nada de nada. Sí ajá. Soy una nena y no debo blasfemar pero... ¿Y eso qué? Todo está bien si el tío Mason no se entera.
Reí para mis adentros.
*Veinte minutos más tarde*
Tú puedes. ¡Tú puedes!
Me llamo Emily Hale y no hay nada que no pueda hacer.
Recordé las palabras de Paola. Si hubiese estado despierta habría llorado. Pero claro, si hubiese estado despierta, éste no sería el mismo cuento...
Mi meñique.
¡Se movió! Esa infinitesimal extremidad de mi cuerpo tan pequeñita. Al menos la más pequeña. Comencé a sentir el resto de mi cuerpo, una corriente de electricidad me recorrió. Me pesaban los párpados, tenía la boca seca por lo que no pronuncié sonido alguno.
Escuché los pitidos de la máquina, gozando del agradable Beep de mis latidos; el hospital no era tan malo después de todo. Finalmente los abrí. El mundo me dio la bienvenida. Un mundo no muy bonito, para ser sinceros.
Bien. Miré hacia todas las direcciones buscan... ¡Su cartera! Me senté, desprendiéndome de los aparatos que estaban incrustados en mí sin faltar el quejido. Luego salté de la cama, agarrando el accesorio. Busqué su identificación. No estaba. Es muy lista la chica. Dejé la cartera donde estaba, en el sillón. Hasta que se me ocurrió otra cosa...
¡Teléfono! ¿Cómo no lo había pensado antes?
Lo tomé de su bolso y marqué el número de mi tío, borrándolo inmediatamente en un par de segundos. Estará histérico, mejor que no... ¡Elliot! Sabrá que hacer. Espero que tío no me mate por esto.
Tres repiques. Atiende.
— ¿Amiguita? ¿Tú levantada a las cinco de la mañana? Un chico necesita dormir para verse lindo ¿sabes?
—Escucha, metro, no soy Pao. Soy Emily. ¡Antes de que explotes de emoción o cualquier bobada! La madre de Paola se la llevó. Sí. Hablo en serio.
—... ¡Mierda!
— Ah-ham. Ésa palabra no debo escucharla—. Reí pausadamente, recobrando mi sentido de realidad poco después—. ¡No hay tiempo para risas! Ésa mujer la cortó. Me apuntó con un arma. No sé a dónde se la llevó.
—Voy para allá. ¿Llamaste a Mason?
— ¡Por supuesto que no! No reaccionaría. Y la histeria no lo dejaría pensar con claridad.
—Listilla. Bien pensado. Ahora, quiero que salgas de tu habitación y te escabullas a...
POV'S PAOLA
Volví a la consciencia. Por enésima vez. La última hora había desfallecido por el cloroformo y sido reanimada por los golpes dirigidos a mis costillas de manera sucesiva.
Sentí ardor en mi entrepierna. Estaba desvestida, excepto por la ropa interior. ¡Mierda! Mi identificación. Le eché un vistazo a la copa que cubría mi seno derecho. No se notaba ese rectángulo plástico. Uff.
—Buenos días... De nuevo. ¿Te gusta así? Decidí que sentirías menos calor. Una buena manera de morir ¿no crees? Morir fresca. Muy fresca —murmuró esto último con su mirada perdida en sus pensamientos—. Ja, ja, ja, ja; creíste que me matarías ¡no lo lograste, hijita! Por ciertooooo ¿«mi misterio favorito»? Qué barata es su boca. —Sus ojos árticos lucían en todo el sentido de la palabra vacíos mientras seguía riendo, mi relicario y su contenido no perdería valor por su opinión; no le dejaría arruinarme ese detalle. Enseguida una mueca figuró en sus labios. Seguía drogada, sin lugar a dudas. Nada me garantizaba que el enorme trago que se echó antes no contenía también marihuana, o MDMA... Pudo haber sido ruphis también. Existían muchas drogas.
¿Merecía ésta clase de madre? No, lo más seguro es que no. Ni siquiera era mi madre, lo fue más Andi Bell, la madre de Elliot; quien me explicó todos los asuntos con el desarrollo adolescente y tuvo la conversación conmigo como a los diez años; si me concentraba mis pulmones se inundaban de ese aroma a mantequilla de las galletas que me preparó ese día. Ésta sabía de lo distante que era todo entre mi madre y yo, así que intentó llenar su puesto y de buena tinta diré, que lo logró. Murió cuando cumplí quince años, junto a su marido. Estúpidas enfermedades hereditarias. Cada vez que podía, visitaba sus tumbas junto a Elliot y comprábamos rosas blancas para llevárselas. Andi amaba las rosas blancas.
Me picaba la garganta, observé mi torso y estaba repleto de moretones. Se me revolvió el estómago, casi un instante después me percaté de un insoportable escozor en mis pulmones así que tosí cubriendo mi boca. Al verla de frente contemplé horrorizada la sangre, escupiendo más del líquido violáceo descontroladamente.
—Aww que ternura. Tus últimos momentos. —Tomó una cámara del bolsillo trasero de su jean, la encendió y una luz cegadora me cubrió.
Cerré mis ojos encandilada. —Y por ello hay que almacenar los buenos momentos en este lindo artefacto.
—Tú no tienes alma —gruñí retorciéndome, pues me congestionaba por dentro el sabor ferroso de la sangre. Náuseas, carajo, no se iban.
—Antes de ti la tenía, créeme —presumió, afilando su mandíbula—. No debiste existir. Seguiría con Stefen y con Malcolm de no ser por ti. Ahora arreglaré el error que cometió el universo —divagó nuevamente perdida en sus pensamientos retorcidos. Parecía estar revestida en un halo de oscuridad, cómo un ángel caído que regresa de las tinieblas.