Apartada Para El Alpha ( I I Libro )

Capitulo 11: "me quiero morir" (parte dos)

Oshin Itreque

Desperté lentamente, sintiendo cómo la consciencia volvía a mí en fragmentos rotos. Al principio, todo era un murmullo lejano, un eco de sensaciones que no tenían forma ni significado. El aire se sentía pesado, cargado de humedad y moho. Un olor rancio, penetrante, se filtró en mis fosas nasales, invadiendo mis pulmones como un veneno invisible.

No me moví de inmediato. Había algo en mi cuerpo, en mi piel, que no se sentía bien.

Dolor.

Mis músculos dolían con un ardor profundo, como si hubiera estado en una batalla que mi mente no recordaba. Mi espalda estaba rígida, cada fibra de mi ser parecía quejarse con un pulso sordo. No era solo el cuerpo… mi cabeza también latía con una presión insoportable, una opresión constante que hacía que mis pensamientos se sintieran pesados y torpes.

Poco a poco, la oscuridad en mis ojos se disipó.

Y cuando finalmente pude ver… deseé no haberlo hecho.

Abrí los ojos de par en par al notar una figura junto a mí. Mi respiración se entrecortó al ver a una mujer dormida a mi lado. Mi pecho estaba desnudo… y el suyo también.

La confusión golpeó mi mente como un rayo.

¿Qué…?

No.

Mi cuerpo se tensó con una repulsión inmediata. La aparté bruscamente, sin importar si la lastimaba. La sensación de su piel caliente contra la mía me enfermaba.

Ella despertó sobresaltada, suspirando de sorpresa antes de fruncir el ceño.

—¡¿Qué te pasa, imbécil?! —exclamó con molestia.

Mi visión seguía nublada por el desconcierto. No podía pensar con claridad. Miré a mi alrededor, intentando buscar algún indicio que me explicara qué demonios había pasado.

¿Cómo había llegado aquí?

¿Por qué estaba desnudo?

¿Qué mierda había hecho?

Negué con fuerza, llevándome ambas manos a la cabeza, como si así pudiera borrar lo que veía. Un escalofrío recorrió mi columna, no por el frío del calabozo, sino por el asco que comenzaba a enredarse en mi estómago.

Esto no podía ser real.

Era un error.

—No… —murmuré, sintiendo la desesperación arañarme desde dentro.

—¿No qué? —La mujer se incorporó, pasando sus manos por su cabello rojo alborotado.

Su voz sonaba burlona, como si encontrara divertida mi reacción. Pero yo no podía siquiera mirarla sin que el odio me carcomiera.

Odio a ella.

Odio a mí mismo.

—Lárgate —gruñí, con la voz cargada de furia.

Pero no fue hacia ella. Fue hacia mí. Hacia todo.

—Oh, no, cariño… —Su tono cambió a una confianza irritante—. No te desharás de mí tan fácil como con las otras… Me quedaré contigo. Me harás tu Luna.

La ira se encendió en mi pecho como una hoguera en plena tormenta.

Mi lobo rugió dentro de mí, rabioso, exigiendo venganza.

No tenía idea de cómo había llegado a esto, pero sabía una cosa con certeza absoluta: ella no era mi Luna.

La única mujer a la que mi alma pertenecía era Fumiko.

No esta… cualquiera.

—Tú no eres nada —le solté con voz grave, cargada de desprecio—. Yo ya tengo a mi Luna. Y no te quedarás aquí ni en ningún lado, maldita zorra…

Ella sonrió. Como si mis palabras no fueran más que ruido de fondo.

—No —dijo simplemente, cruzándose de brazos.

La sangre me hirvió.

Gruñí con una furia cruda y la tomé del brazo sin la menor delicadeza. La arrastré fuera de los calabozos, sin importarme si le dolía o si se resistía.

El odio en mi interior se mezclaba con algo peor…

Miedo.

Miedo de lo que esto significaba.

Miedo de lo que Fumiko pensaría.

Miedo de que esto la rompiera.

Porque si ella se rompía… yo también lo haría.

Salimos de los calabozos y la empujé hacia la sala principal con violencia. Mi cuerpo temblaba de rabia y de repulsión. No solo hacia ella… sino hacia mí mismo.

Dai rugía en mi interior, luchando por tomar el control, exigiendo que la matara allí mismo.

—Idiota —escupió ella, sobándose el lugar donde había caído.

Mi mandíbula se tensó.

—Lárgate antes de que te mate.

Mi voz salió baja, helada, cargada de una promesa letal.

El sonido de la puerta abriéndose resonó en la casa, y por primera vez, el aire se sintió más denso.

—¡Hermano!

La voz de Ai llegó a mis oídos, llena de alegría.

Pero su felicidad se desvaneció en un parpadeo.

Su sonrisa se borró al ver la escena frente a ella.

La mujer en el suelo.

Yo, aún desnudo.

Su mirada se oscureció.

Pude ver la decepción reflejada en sus ojos.

Pude ver el asco.

Pude ver el juicio antes de que siquiera abriera la boca.

Pero lo peor no fue eso.

Fue darme cuenta de que el aroma de Riu la rodeaba.

Ai estaba marcada.

Ella estaba avanzando con su vida… y yo estaba aquí. Hundido en la peor mierda de mi existencia.

—Saca a esta puta de aquí —dije, sin mirarla directamente—. Y averigua cómo entró en la casa.

Ai apretó la mandíbula.

—Fumiko… —murmuró bajo.

La rabia en su cuerpo era palpable.

Sin dudarlo, avanzó y agarró a la pelirroja del cabello. Oyuki tenía el control, y cuando Oyuki tomaba el control, no había clemencia.

La arrastró fuera de la casa con una brutalidad despiadada. La mujer gritó, pero Ai no aflojó el agarre.

La lanzó como basura fuera de la casa y azotó la puerta tras ella.

Luego, se giró hacia mí.

Antes de que pudiera reaccionar, sentí el golpe de su puño en mi rostro.

No me defendí.

No dije nada.

Me lo merecía.

Ella respiró hondo, con los ojos ardiendo en furia.

—Solo rézale a la Diosa Luna para que el alma de Fumiko no se haya quebrado luego de esto.

Mi pecho se congeló.

No, no

Ella me miró una última vez y subió las escaleras.

Antes de desaparecer, su voz llegó a mí como un golpe más.




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.