Apartada Para El Alpha ( I I Libro )

Capitulo 12: "debe ser una maldita broma" (parte uno)

"Cuando el amor se quiebra, no queda más que el eco de lo que fue,
un latido en la distancia, un nombre que ya no responde…"

Oshin Itreque

Firmé el último documento con una presión innecesaria en la pluma, sintiendo el papel ceder un poco ante la fuerza de mi agarre.

Los asuntos de las empresas Itreque requerían mi atención, ahora más que nunca. Pero mi mente estaba lejos.

Había pasado un mes y tres días desde que ella se fue.

Dos semanas y media desde la maldita semana de celo.

Y desde entonces, el silencio.

Un vacío.

Un abismo insondable en el que debería estar su esencia, su presencia, su todo.

Cerré los ojos por un momento, buscando en mi interior. Intenté sentirla, escucharla, percibir aunque fuera un rastro de nuestro vínculo. Pero nada. Solo un eco distante, como si alguien hubiera arrancado de raíz la conexión que nos unía.

Dai seguía postrado en algún rincón de mi mente, negándose a moverse, negándose a aceptar la realidad.

Nuestra realidad.

Habíamos perdido a nuestra Luna.

Mi hermana no me dirigía la palabra. Ai me miraba con la misma dureza con la que se mira a un enemigo.

—Se ha quebrado.

Esa fue la única frase que me regaló antes de decidir ignorarme por completo.

Se ha quebrado.

Tres palabras que eran más letales que cualquier ataque físico.

Mi madre estaba destrozada. Mi padre, aunque no lo decía, estaba molesto.

No podía culparlos.

A pesar de que no fue mi culpa, yo me sentía culpable.

Porque si algo le pasó por mi culpa…

Apreté los puños con fuerza, sintiendo el dolor en mis nudillos, dejando que la sensación me mantuviera anclado a la realidad.

Pero nada podía llenar el vacío que dejó.

Nada.

Unos golpes suaves en la puerta me sacaron de mis pensamientos.

Respiré hondo.

—Adelante —dije, con voz áspera.

El guardia entró con su postura rígida, pero no fue su seriedad lo que llamó mi atención. Fue su mirada.

El desprecio en sus ojos.

—Alfa, una mujer embarazada lo busca. Dice que es su hijo.

Sentí mi mandíbula tensarse de inmediato.

La habitación se sintió más fría.

Pero no mostré nada. No reaccioné. Solo me puse de pie y asentí.

—Bien.

No era el primero en mirarme así. Toda la manada lo hacía.

Ellos la habían querido. La habían aceptado.

Y ahora que no estaba, todo estaba decayendo.

Las bajas habían aumentado. La manada no tenía equilibrio. Sin Luna, sin guía, sin unión.

Y el Alfa…

Yo era solo un cascarón.

Me dirigí a la sala con pasos firmes, aunque por dentro, cada fibra de mi ser ardía de repulsión.

Y ahí estaba ella.

La pelirroja.

Sentada con la arrogancia de quien cree haber ganado. Con una sonrisa como si nada de esto fuera más que un simple juego en el que ella tenía la ventaja.

El aroma la delataba.

Embarazada.

Su vientre aún no era prominente, pero el ligero abultamiento bajo su camisa confirmaba lo que ya sabía.

Una burla.

Un recordatorio de lo que ocurrió esa noche.

De lo que ella se aseguró que ocurriera.

Dai gruñó en mi mente, pero su voz sonaba lejana, cansada.

—Esto era lo que ella quería… —susurró con un deje de derrota.

Mis pasos se detuvieron a una distancia prudente.

No quería acercarme.

No quería que su olor se mezclara con el mío.

—Hola, amor —saludó con una dulzura falsa, intentando tocarme.

Mi reacción fue instantánea.

La aparté con brusquedad.

La repulsión se instaló en mi piel como una sensación pegajosa y asquerosa.

No quería que me tocara.

No quería nada de ella.

—¿Qué haces aquí? —pregunté con voz dura, sin molestia, sin rabia, solo con un cansancio abrumador.

Ella sonrió de lado, con la confianza de quien cree que ya ha ganado la batalla.

—Vengo por lo que nos corresponde.

"Nos".

La palabra retumbó en mi cabeza como una campanada de advertencia.

Nos.

Como si tuviera algún derecho sobre mí. Como si esta manada, mi vida, le perteneciera de alguna forma.

Dai gruñó de nuevo. Esta vez con más fuerza.

Mis labios se curvaron en una mueca de desprecio.

Antes de que pudiera responder, una voz resonó con furia en la sala.

—Tú solo eres una puta que se aprovechó del celo para quedar embarazada de mi hermano. No eres nadie.

Ai.

Entró desde la cocina con su postura tensa y la mirada encendida de rabia.

—Y no tienes derecho a reclamar nada. En esta manada, no te corresponde absolutamente nada.

La pelirroja solo se encogió de hombros.

Indiferente.

Como si todo esto fuera insignificante.

Como si todo esto fuera solo un juego.

—Llevo al heredero Itreque en mi vientre. Eso es lo que importa —dijo con descaro, esbozando una sonrisa de triunfo, como si sus palabras fueran suficientes para doblegarme, como si con solo pronunciarlas pudiera asegurarse un lugar a mi lado, o peor aún, dentro de la manada.

Mi mandíbula se tensó al oírla. No respondí de inmediato. En cambio, dejé que el silencio se extendiera, permitiendo que la tensión en la habitación se espesara como una tormenta a punto de estallar.




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