—Tú no eres nada —la voz de Ai rompió el silencio con frialdad, cada palabra impregnada de un veneno letal—. Y ese bebé tampoco lo es. No tiene la culpa, claro… pero tampoco tiene derecho a nada. No es hijo de la Luna de la manada, así que no es más que un bastardo.
La mujer frente a nosotros se mantuvo firme, aunque pude notar un leve temblor en sus dedos al sostener su vientre. Ai la miraba con una intensidad que habría hecho temblar a cualquiera.
—Un bastardo que nacerá débil —continuó Ai, con un tono mordaz—. Un maldito omega que no puede reclamar nada. Y lo peor no es eso. Lo peor es tu descaro. Vi cómo matarte en mi cabeza miles de veces desde que pusiste un pie aquí. Y ahora me pregunto si también viniste tú a morir de una vez…
Ai se recostó contra el umbral de la puerta, con los brazos cruzados y la mirada afilada como dagas. La mujer tragó saliva, pero se aferró a su postura desafiante.
—No me importa lo que digas —insistió ella, elevando el mentón con orgullo—. Yo vengo a ocupar el lugar que me corresponde.
Un gruñido emergió de lo más profundo de mi pecho. Un instinto primitivo me invadió, la necesidad de desgarrar su piel, de borrarle esa insolente sonrisa de la cara. Si decía una palabra más, le arrancaría la lengua sin importarme su estado.
Ai se inclinó levemente hacia adelante, con la mirada oscurecida por el odio.
—El bebé no tiene la culpa de nada —dijo con frialdad—. Pero nadie ha confirmado que sea engendro de mi hermano.
Suspiré pesadamente, sintiendo cómo la rabia burbujeaba en mi interior.
—Te quedarás en el lado de la servidumbre —hablé finalmente, con una voz gélida—. Y no te quiero dentro de la casa. No quiero que apestes el lugar con tu aroma a…
Hice una pausa, observando cómo su expresión se endurecía, esperando las palabras que sabía que vendrían.
—A puta —finalicé sin titubeos—. Cuando nazca el engendro, le haré una prueba de ADN. Si es mío, me lo quedo. Y tú… tú te largas.
Mantuve la mirada fija en ella, observando cada mínimo gesto en su rostro. No lloró, no suplicó. Pero sus labios temblaron apenas, como si su orgullo la obligara a mantenerse erguida mientras su mundo se derrumbaba a su alrededor.
—Mátala mejor —intervino Ai con desdén, su tono goteando veneno—. Así no jode. Y si el bastardo es tuyo, no le darás nada de la manada… porque es eso, un bastardo.
Los ojos de la mujer brillaron con furia contenida, pero Ai no se inmutó.
—El puesto de Alfa de la manada le pertenece al primer hijo que tendré con mi pequeña —continué con frialdad—. Además, incluso si el engendro es mío, nacerá omega. No será ilegítimo. No tendrá derecho a nada.
Ai asintió en acuerdo, sus ojos aún clavados en la intrusa como si pudiera incinerarla con la mirada.
—Lo único que le puedo dar —proseguí— es una educación decente y los medios para sobrevivir. Pero de ti… de ti no quiero saber nada.
La mujer cerró los ojos un instante y respiró profundo antes de responder:
—Si mi hijo no crece a mi lado, me lo llevo.
Ai soltó una carcajada seca y se acercó un par de pasos, encarándola con una expresión tan cruel que incluso yo sentí el peso de su odio.
—Te damos algo de dinero o te mato —murmuró con tono amenazante—. Ganas de hacerlo no me faltan desde el día en que te vi… No abuses de mi paciencia. Es muy poca.
La mujer retrocedió instintivamente al ver cómo los ojos de Ai brillaban en un rojo intenso.
—Los primeros cinco años de su vida viviré en la casa —propuso ella, con la voz temblorosa—. Se le dará el 40% de la fortuna Itreque…
Ai rió con burla.
—¿Y qué más? ¿Que te tratemos como la Luna de la manada?
—Sí… también quiero eso —insistió la mujer, aunque su voz carecía de la misma firmeza de antes.
Ai se inclinó peligrosamente cerca de su rostro, susurrándole con una sonrisa escalofriante:
—No.
La mujer tragó saliva y dio un paso atrás.
—Entonces… me largo ya.
Ai sonrió con sorna.
—Por mí, perfecto.
Antes de que pudiera marcharse, la voz de mi padre resonó en la habitación.
—Se aceptan las condiciones.
Me giré de inmediato, encontrándolo en lo alto de la escalera junto a mi madre.
—No —repliqué con firmeza, mi rabia aumentando al verlos bajar con tanta calma.
—Todas menos que te traten como Luna —corrigió mi padre, ignorando por completo mi objeción—. Y el niño solo tendrá el 3% de la herencia Itreque.
Ai gruñó con disgusto.
—Mejor la mato de una vez.
—Apoyo la idea de mi hermana —secundé, con el ceño fruncido.
Mi madre tomó la palabra entonces, con una expresión de autoridad que me hizo contener la rabia.
—Lo tomas o lo dejas —sentenció.
La mujer dudó apenas un segundo antes de asentir.
—Lo tomo.
Mi madre inclinó la cabeza con desdén.
—Solo si resulta ser mi nieto.
—Lo es —se apresuró a responder la mujer.
Mi madre sonrió con frialdad.
—¿Cómo te llamas? Aunque, si es por mí, prefiero llamarte puta, ramera, zorra, metida…
—Marlin —respondió ella antes de que mi madre pudiera seguir con su enumeración.
—Perfecto, zorra —continuó mi madre sin inmutarse—. Acompaña al guardia a uno de los cuartos del otro lado de la casa. No te quiero cerca de mi hijo hasta que nazca el bebé. Tampoco saldrás de ahí si no se te ordena. Ah, y no te folles al guardia.
Marlin se marchó con el guardia, y apenas desapareció de nuestra vista, Ai gruñó con frustración.
—Yo quería despellejarla.
—Yo también —admitió mi madre—, pero el bebé puede ser mi nieto.
Me dejé caer al suelo como un peso muerto. La rabia, la impotencia, el desprecio… todo me abrumó de golpe.
—¿Cómo se lo explico si regresa? —susurré al vacío.
—Tal vez ni regrese —musitó Ai—. Y cuando pasen los cinco años, la mato. Le diremos al bastardo que su madre se fue de viaje. Así no pregunta.
Luego se marchó, dejándome solo con mis pensamientos.
#749 en Fantasía
#485 en Personajes sobrenaturales
amor lobos mitades, fumiko amor fantasia, reencuentros dolor final abierto
Editado: 05.04.2025