Apartada Para El Alpha ( I I Libro )

Capitulo 15: "lo prometo" (parte dos)

Dos meses y medio después

La mañana en el comedor estaba más silenciosa de lo habitual. El olor a café flotaba en el aire, y las voces que normalmente llenaban la casa se sentían distantes, como si todo estuviera suspendido en el tiempo, aguardando algo. Mi madre, sentada en la cabecera de la mesa, miraba fijamente su taza, con una expresión grave que rara vez veía en ella.

—Ahora tiene que ir al médico a que la revisen y nos digan cuándo nace —dijo, su voz firme pero con un toque de preocupación que, aunque sutil, no pasó desapercibido.

El “ella” a la que se refería era la pelirroja, quien había permanecido en ese cuarto todo este tiempo, como mi madre había ordenado. Después de la noche que lloré junto a Ai en la cocina, me desperté en mi cuarto con un dolor de cabeza aplastante. Había pasado la noche en ese estado en que las emociones te dejan agotado, como si todo el peso del mundo hubiera caído sobre mis hombros. Cuando abrí los ojos, vi a mi hermana sentada en el respaldo de la cama, con su mirada fija en mí. Yo estaba recostada, con la cabeza en su regazo, y su mano recorría suavemente mi cabello, dándome pequeñas caricias como si estuviera tratando de calmar el torbellino dentro de mí.

—¿Por qué no dejaron que abortara como las otras? —preguntó Ai, su tono era de frustración, casi como si las palabras se le escaparan sin poder evitarlo. Mi madre la miró, su expresión se suavizó un poco, pero no dejó de suspirar con un peso en el pecho.

—Si, en dado caso, Fumiko no regresa, se necesitaría un heredero para la manada, hija. Estoy pensando en planes futuros —respondió mi madre, con voz baja, como si las palabras mismas le dolieran.

Ai, visiblemente molesta, apretó los labios y desvió la mirada. Sabía que no iba a ser fácil para ella comprender la decisión de mi madre, ni tampoco el hecho de que todo lo relacionado con Fumiko parecía estar fuera de nuestro control, pero yo también entendía las razones. Aunque no me lo dijeran directamente, sabía que mi madre veía más allá de las emociones del momento. Todo giraba en torno a la supervivencia de la manada, aunque eso significaba tomar decisiones difíciles.

—Ella regresará —intervino Riu, mirando su plato de comida con una calma que me irritaba. Parecía que nada de lo que sucedía a su alrededor le afectaba realmente.

Ahora vivía con nosotros, por petición de mi hermana. Su presencia, aunque en ocasiones me resultaba molesta, era la única compañía constante que tenía mi hermana.

—¿Por qué estás tan seguro? —preguntó mi padre, con tono cansado y harto. Este siempre afirmaba lo mismo, pero nunca daba una respuesta que tuviera sentido. Siempre nos dejaba con más preguntas que respuestas.

Mi hermana me miró rápidamente, y un suspiro escapó de sus labios. Yo pensaba que tal vez había algo que no nos estaba contando, algo relacionado con Fumiko, que ella sabía y que nos ocultaba.

Riu se encogió de hombros, como si lo que dijera no fuera importante, y con una leve sonrisa en su rostro, miró a mi padre.

—Crecí con ella, la conozco desde niña, y es mi mejor amiga. Incluso, señor, mi primer amor —dijo, dejando que sus palabras calaran en la habitación.

Ai lo miró sorprendida, y yo lo supe al instante: el modo en que Riu hablaba de Fumiko no era el mismo de antes. Sus palabras pesaban, más de lo que él pretendía.

—Sé que ella ama de una manera enfermiza al imbécil de su hijo. Sé que regresará a él. Lo que no sé es si, cuando regrese, lo hará para quedarse o para romper toda unión con él... —concluyó, dejando la sentencia en el aire. Nadie dijo nada más, y el silencio se instaló de nuevo en la mesa.

Las palabras de Riu me golpearon de lleno. Las dudas que sentía sobre Fumiko no se iban, aunque la ausencia de su voz en mi vida me había dejado un vacío profundo. No sabía si quería que regresara o si prefería que las cosas siguieran como estaban. Pero lo que sí sabía era que la extrañaba cada día más.

"No hemos sabido nada de ella en todo este tiempo. La extraño", pensé, Pensaba en Fumiko a cada momento, me preocupaba por ella. ¿Estaría bien? ¿Se habría encontrado con alguien que le ayudara? Todo este tiempo la había buscado, en cada rincón de la casa, en cada posible pista que pudiera dejar atrás. Pero no había señales de ella.

Mis pensamientos fueron interrumpidos por Ai, quien me miraba con preocupación.

—¿Estás bien? —me preguntó, su voz suave pero llena de incertidumbre. Fue en ese momento que me di cuenta de que las lágrimas ya recorrían mis mejillas, sin que yo hubiera notado cuándo empezaron a caer.

Asentí sin muchas ganas y, sin decir una palabra más, me levanté de la mesa. Salí de allí rápidamente, sin importar los ojos curiosos que me seguían. Me dirigí hacia mi cuarto, como si la única forma de escapar de esa pesadilla fuera recluirme allí, donde mis pensamientos pudieran gritar en silencio.

Al entrar, caminé hasta el clóset, donde tomé el conejo blanco que Fumiko me había dado el día que llegó a la manada. Estaba en una de las gavetas, junto a otros recuerdos que había guardado de ella. Lo tomé entre mis manos, viendo cómo el conejo sostenía una gran galleta entre sus patas. Había sido un regalo tan tierno, tan de ella. No pude evitar abrazarlo con fuerza, sintiendo su aroma. Ese aroma que era exclusivamente suyo, que me hacía sentir como si ella aún estuviera cerca.

Me senté en el suelo, abrazando el peluche contra mi pecho mientras las lágrimas seguían cayendo sin control. El dolor en mi pecho era insoportable, como si todo lo que había vivido con ella hubiera quedado suspendido en el aire, sin solución. Mis recuerdos de ella se volvieron más nítidos, más vivos. Cada risa, cada mirada, cada momento compartido parecía apoderarse de mi mente, llevándome de nuevo a aquellos días en los que todo parecía estar bien.

Me perdí en esos recuerdos, y en algún punto, me encontré sonriendo a través de las lágrimas.




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