Apartada Para El Alpha ( I I Libro )

Capitulo 18: "solo di mi nombre y estare ahi" (parte dos)

Estaba concentrada en mi práctica con los choques eléctricos, el poder que más me costaba dominar. El zumbido constante en mis manos me recordaba lo lejos que aún tenía que llegar. Los choques eléctricos eran impredecibles, a veces demasiado débiles, otras veces demasiado intensos. Era como intentar domar un animal salvaje: no lo controlas del todo, pero aprendes a trabajar con él. Connor estaba a mi lado, observando y guiándome. Tenía ese poder también, y sus consejos me eran más valiosos de lo que esperaba.

Me sentía impaciente, como si el tiempo se me escapara entre los dedos. Ya habíamos pasado por tanto, y en mi mente aún resonaban las palabras de Garret, que me había aconsejado paciencia. Pero la paciencia nunca había sido mi fuerte. Cada vez que sentía que mis poderes no progresaban lo suficiente, la frustración me invadía. El tiempo seguía avanzando y sentía que no podía permitirme quedarme atrás. Necesitaba dominar todo de una vez. No podía permitir que nada me detuviera.

De repente, algo cambió en mi interior. Fue como si una cuerda invisible me hubiera jalado hacia otra dirección, como una llamada. No era cualquier cosa; solo él podía llamar mi atención de esa forma. Mi mente no necesitaba procesarlo. Instintivamente, dejé lo que estaba haciendo. Chasqueé los dedos y me teletransporté al instante, sin dudar, a donde él estaba. No había tiempo que perder, no pensaba en nada más que en llegar a su lado.

Antes de desaparecer de la cabaña, escuché el ladrido de Connor, fuerte y claro, pero no me detuve. Había algo urgente en mi interior que me impulsaba a ir, algo que me decía que debía estar donde él estaba.

Aparecí en un lugar desconocido, y sin abrir los ojos, traté de procesar lo que sucedía. Estaba acostumbrada a teletransportarme, pero aún así, la sensación de desorientación me envolvió por un instante. Abrí los ojos y antes de que pudiera reaccionar, sentí un golpe seco en mi cuerpo. Un sollozo, pequeño pero doloroso, cortó el aire. Miré hacia atrás sin pensarlo.

Ahí estaba. Roderick, llorando, encogido, pequeño, vulnerable. Sus sollozos me destrozaron por dentro. ¿Cómo alguien podía hacerle esto a un niño? Solo un niño, y el dolor que se reflejaba en su rostro era indescriptible. La rabia me invadió de inmediato, una furia cegadora. ¡Quién fuera que lo estuviera lastimando, lo pagaría con su vida! No lo pensaría dos veces.

Me tomé un momento para calmarme. Mi apariencia seguía siendo la misma que utilicé cuando fuimos a buscar provisiones. Aún tenía el cabello lila y los ojos vibrantes, como una ninfa de los bosques, pero algo en mí se sentía distante.

Mi mirada se desvió hacia adelante, y mi corazón se detuvo. Allí estaba ella. Esa mujer. La que había marcado mi vida de una manera tan terrible. La que, en algún rincón de mi mente, juré que la próxima vez que la viera, la mataría. No había marcha atrás. No podía dejar que se escapara. La vi entrar a los calabozos, tan tranquila, tan segura de sí misma. Sin saber que su final estaba cerca.

Sé que no es lo correcto pensar así. A mis 19 años, aún tenía mucho por aprender, pero ver la imagen de Roderick, su miedo, su sufrimiento… me desbordó. Esa mujer lo había hecho sufrir, y lo volvería a hacer si no la detenía. No podía quedarme quieta. Había llegado mi momento.

Roderick me habló detrás de mí, su voz tímida y rota, pero llena de alivio.

— Fumiko —dijo, como si mi presencia fuera la única salvación para él.

Me giré lentamente, encontrando su mirada. Mis ojos se suavizaron. Le sonreí, aunque la furia seguía rugiendo en mi pecho.

— Te dije que vendría, cariño —respondí, mi tono cálido para él, aunque mi mente estaba en otra parte. Guiñé un ojo y, antes de que pudiera decir algo más, mi vista volvió a centrarse en la mujer pelirroja.

Fue entonces cuando comprendí por qué Roderick se parecía tanto a Oshin. ¿Podía ser hijo de él? Mi instinto me decía que sí, que había una conexión innegable entre ellos. Podía apostar lo que fuera a que la sangre de Oshin corría por sus venas. Y eso, de alguna manera, lo hacía aún más valioso, aún más digno de proteger. Pero esa mujer… ella no tenía derecho a seguir viva después de lo que había hecho. No después de ver el terror en los ojos de Roderick. No después de haber permitido que él sufriera.

Mi mirada volvió a centrarla en ella. La mujer pelirroja me miró en ese momento, y pude ver la duda en sus ojos. Pero no podía detenerme. La decisión ya estaba tomada. No necesitaba pensar más. La frialdad invadió mi voz cuando susurré, casi como una amenaza mortal.

— Ahora tú… creo que ya no te necesito más viva —murmuré, y vi cómo se alejaba temblando, sintiendo el peso de mis palabras. Sus ojos estaban llenos de miedo, y esa expresión en su rostro me hizo sentir una extraña satisfacción.

Mi sonrisa se alargó, macabra y peligrosa, mientras observaba cómo se retiraba, alejándose de mí. La rabia seguía ardiendo en mi pecho, pero había algo más. Una sensación de poder. Estaba tomando el control, y no iba a dejar que nadie me lo arrebatara.

Roderick miraba todo en silencio, sin comprender completamente lo que estaba sucediendo, pero sintiendo la tensión en el aire. Me agaché para quedarme a su altura, tocando su hombro de manera reconfortante.

— No te preocupes, Roderick —le susurré con ternura, aunque el peso de lo que había hecho seguía en mi alma. Todo estará bien.

De nuevo, mi mirada se dirigió hacia la pelirroja, que ya se había alejado lo suficiente como para que no pudiera alcanzarla. Pero no importaba. Ya había dado el primer paso. Y con ese paso, me aseguraba de que nadie podría hacerle daño a Roderick o a cualquier otra persona inocente bajo mi protección.




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.