"Digo que te dejo y cuando te veo no me siento con la misma fuerza que cuando lo dije... No puedo dejar ir lo unico que me hace feliz, te necesito conmigo"
Oshin Itreque
Caí al suelo cuando ella desapareció de nuestra vista, Ai al igual que el resto de las personas, cayó junto a mí. Riu, rápidamente, la tomó antes de que tocara el suelo. La tensión en el aire era palpable; los ecos de lo que acababa de suceder aún retumbaban en mi mente, como si todo fuera una pesadilla de la que no podía despertar.
El perro-lobo seguía ahí, observándonos con una mirada desafiante y hostil. Me lo quedé mirando, su presencia era inquietante, pero no había nada que pudiera hacer al respecto. Roderick, con los ojos llenos de lágrimas, intentaba calmarse, limpiándose las mejillas mientras su respiración se volvía cada vez más irregular. El perro-lobo, en un acto extraño, restregó su cabeza contra él, buscando consuelo o tal vez, algo más.
—Adiós, lobo —dijo Roderick entre susurros, y el perro-lobo, después de mirarme por un largo segundo, me gruñó suavemente, antes de desaparecer tan rápido como había llegado. Mis ojos ardían de tanto llorar, mi alma destrozada. La extrañaba tanto, y la tuve de frente, tan cerca... pero no pude ni abrazarla una última vez. Era como si algo dentro de mí se estuviera rompiendo en pedazos.
Terminé cayendo de rodillas al suelo, incapaz de sostenerme más. Mi cuerpo no respondía, mi mente nublada por el dolor. Fue entonces cuando escuché una voz suave, como un susurro, un pequeño grito:
—¿Papi?
Era la voz de Roderick, llamándome con inocencia y temor en sus ojos. Lo miré y, a pesar de todo, le sonreí débilmente, extendiendo mi mano hacia él. Con una rapidez que me sorprendió, la tomó con firmeza y me abrazó. No podía dejarlo ir, lo apreté contra mí con todas mis fuerzas, como si eso pudiera aliviar un poco el vacío que sentía.
—Maldita perra —gruñí internamente, sintiendo cómo mi corazón se partía en pedazos al recordar lo que había sucedido.
—¿Estás bien, pequeño bastardo? —preguntó mi hermana, su voz cargada de cariño, aunque el tono de sus palabras no fuera el más amigable. El niño asintió, claramente confundido por todo lo que sucedía a su alrededor.
Ai le había dicho "pequeño bastardo" desde que nació, y siempre aclaraba que solo ella podía llamarlo así, que lo hacía con cariño, como si fuera un apodo especial. Yo, por mi parte, le decía "engendro", porque, a pesar de todo, era parte de la familia y, aunque a veces nos molestábamos mutuamente, siempre había un cariño escondido en esas palabras.
Le acaricié el labio donde aún quedaba un pequeño rastro de sangre.
—Lo siento, engendro —me disculpé, recordando que hacía solo una hora lo estábamos buscando, ya que se había quedado en el jardín con la bruja. Pero cuando salí a buscarlo, ya no estaba. Y ahora, después de todo lo que había sucedido, estaba en mis brazos, tratando de entender qué había pasado.
—Ya no está —dijo Roderick con una sonrisa en su rostro, como si todo lo que había ocurrido no fuera tan grave. —Fumiko cumplió su promesa.
Lo miré confundido, sin entender bien a qué se refería.
—¿Qué promesa? —le pregunté a Riu, que se acercaba con Ai, mientras mis padres se quedaban atrás, observándonos.
—Una vez la encontré en el bosque, me curó la bofetada que ella me había dado... Fue cuando huí de casa —explicó él, bajando la mirada mientras recordaba aquel momento. —Dijo que si alguna vez estaba en peligro, dijera su nombre y ella vendría a ayudarme. Y, bueno, ahora está aquí —continuó, con una sonrisa que no podía disimular. Me sentí extraño por lo que acababa de escuchar, y aunque traté de mantener la calma, no pude evitar sentir una punzada de incertidumbre.
Le sonreí de vuelta y le restregué el cabello, intentando calmarlo un poco. Roderick rió suavemente, cerrando los ojos, como si la calidez de ese momento lo ayudara a olvidar lo que había pasado. Riu se levantó del suelo, su mirada fija en Roderick mientras hablaba emocionado de Fumiko.
—¿Te dijo algo más? —preguntó mi padre, curioso, apretando la mano de mi madre, que parecía preocupada.
Roderick pensó por un momento, y luego, dudoso, murmuró:
—Escuché que dijo algo como "sus ojos se parecen tanto a él". Pero no entendí a quién se refería, porque después de eso desapareció, como ahora. —Miró a mi padre, y me dio la sensación de que estaba buscando respuestas. —¿Por qué, abuelo? —le preguntó, sin comprender bien lo que acababa de decir.
Mi padre negó con una sonrisa, como si la pregunta no tuviera sentido. Pero no pude evitar sentir que algo extraño estaba sucediendo.
—Oshin —me llamó de repente mi beta José, subiendo apresuradamente al tercer piso, donde estábamos.
—¿Qué pasa? —le pregunté, mirándolo de reojo mientras cargaba a Roderick, tratando de levantarme del suelo.
—No sé qué pasa, pero todos se detuvieron de golpe, como si el tiempo se hubiera detenido por media hora. Y luego, todo volvió a la normalidad, pero algunos no estaban bien. Ni siquiera el tiempo parecía haber corrido en esos momentos —explicó, algo alterado. Lo miré como si estuviera loco.
—¿Nada de eso ha pasado? —insistió, claramente preocupado.
—Ni idea de lo que hablas —respondí con firmeza, intentando que no pareciera que estaba tan afectado por lo que acababa de ocurrir. José pareció dudar por un momento, pero no dijo nada más y corrió nuevamente hacia abajo.
Roderick, con las manos alrededor de mi cuello, miraba hacia la dirección en la que José había ido, lleno de dudas. Mi hermana, curiosa por lo que acababa de escuchar, se acercó y besó la mejilla de Roderick.
—Nos vemos luego, pequeño bastardo —dijo con una sonrisa juguetona. El niño asintió, y luego ella se fue, seguida de Riu.
Mis padres, aunque en silencio, estaban observándonos con atención. Mi madre no soltaba la mano de mi padre, mientras él me miraba fijamente. Después, su mirada se desvió hacia ella, y sin palabras, ella asintió como si le estuviera rogando algo en silencio.
#749 en Fantasía
#485 en Personajes sobrenaturales
amor lobos mitades, fumiko amor fantasia, reencuentros dolor final abierto
Editado: 05.04.2025