" — Papá ha estado molestando con lo mismo — me quejé, algo molesto, mientras Ai jugaba distraída con mi cabello. Ella siempre tenía una manera especial de hacerlo, suave y relajante, lo que me ayudaba a calmarme un poco. — No quiero atar a nadie, esperaré a mi Luna como se debe ser, y no atraeré a ningún niño o niña a que esté conmigo por si acaso. — seguí, suspirando y cerrando los ojos, tratando de despejar mi mente de todo lo que estaba pasando.
Ai, como siempre, me entendía más que nadie, y cuando se dio cuenta de lo que decía, giró su rostro hacia el mío con una mirada seria pero cariñosa.
— Mamá no lo dejará, lo sabes bien... Ella se niega a aceptarlo si tú no quieres — dijo ella, dándome todo su apoyo. Sonreí levemente y abrí los ojos para mirarla directamente.
— Eres la mejor melliza del universo — dije, con una sonrisa sincera. Ai, aunque siempre tímida, asintió con modestia, pero una pequeña sonrisa se asomó en su rostro.
— Lo sé — dijo con una sonrisa burlona, haciendo que me riera. Me senté frente a ella para abrazarla, dejando que su presencia me calmara aún más.
Esta era mi hermana, la niña que siempre estaba allí para apoyarme en todo, aunque a veces sus consejos no fueran lo que quería escuchar. Aun así, siempre sabía cuándo meterme un buen golpe cuando me lo merecía. Nadie me entendía tanto como ella. Amaba a mi hermana más que a nada en el mundo, y haría lo que fuera por cuidarla de todos los que intentaran dañarla. Pase lo que pase, siempre la cuidaría.
(...)
Bajé de las escaleras, riendo mientras revisaba mi teléfono en busca de algo que me distrajera. Finalmente, encontré la foto de cuando Ai y yo éramos niños, un par de niños con sonrisas inocentes, felices de tenernos el uno al otro. Mi padre, después de tanto insistir sobre el tema del matrimonio, parecía haber dejado de insistir tras casi un año de constantes discusiones.
Al terminar de bajar los escalones, llamé a Ai con un grito mientras brincaba los últimos tres escalones, disfrutando de la pequeña sensación de libertad.
— Hijo — me llamó mi padre, su tono grave me hizo detenerme en seco. Lo miré, sabiendo que algo extraño venía.
— ¿Has visto a Ai? — le pregunté, pero él negó con la cabeza.
— Necesito que le acompañes a un lugar — dijo con tono serio. Lo miré curioso, bloqueando mi teléfono rápidamente.
— ¿Qué? — pregunté, acercándome a él mientras guardaba el teléfono en el bolsillo, mi curiosidad crecía.
— Iremos al orfanato... — lo interrumpí negando con la cabeza y comencé a regresar arriba.
— No — dije tajante, sin dar más explicaciones. — Ya sabes lo que pienso de eso, además mamá no te dejará — seguí, tratando de subir las escaleras sin mirarlo.
— Por eso ella ahora no está — dijo él de manera fría, haciendo que me detuviera. Lo miré sin entender lo que acababa de decir.
— ¿Cómo? — dije, incrédula.
— Así es — dijo él, sonriendo con una expresión que no pude descifrar. — Tu madre y hermana salieron de compras, así que tú y yo iremos allá — dijo, con un tono serio que no dejaba lugar a discusiones.
— Oblígame — gruñí, volviendo a intentar subir las escaleras. Mi deseo de huir crecía.
— Es exactamente lo que haré — murmuró, con voz firme. En ese momento, un guardia apareció y me levantó desde la cintura, dejándome sin aliento. Intenté patalear y zafarme, pero el guardia no cedió.
— Llévalo a mi auto, Blake — dijo mi padre, metiendo las manos en sus bolsillos y dejando escapar una sonrisa arrogante. Gruñía, golpeaba y pataleaba para intentar librarme, pero no lo logré.
Me metió a la fuerza al auto, y comencé a gritar desesperada. Esto no podía estar pasando. Este no era mi padre. Él no haría esto, ¿verdad? ¿Cómo podía ser posible que me estuviera haciendo esto?
Después de un rato, el auto se detuvo, y él se metió al vehículo, arrancando el motor.
— Mamá se molestará contigo y te odiará por siempre si obligas a alguien a estar siempre conmigo — gruñí mientras intentaba soltarme el cinturón de seguridad, pero no cedía. Me ignoró, concentrado en conducir. El auto comenzó a moverse, y sentí como todo mi ser se tensaba.
(...)
Bufé y maldije cada kilómetro del viaje mientras el auto avanzaba. Cada pensamiento era un grito de frustración hacia mi padre, maldiciéndolo por todo lo que me estaba haciendo. El viaje se me hizo eterno.
Finalmente, el auto se estacionó y me dijo de manera seca:
— Baja del auto.
Gruñí, pero no tuve opción. Él se acercó a mí y, con su fuerza, me quitó el cinturón de seguridad. El odio que sentía en ese momento era palpable.
— Qué hijo de...
— Vocabulario — me regañó, con tono serio. Gruñí de mala gana y salí del auto, azotando la puerta con furia. No quería hacerle caso, pero no podía evitar seguirlo.
— Vamos — ordenó, con su tono autoritario, y me arrastró a la fuerza, sin importarle mi resistencia. Cada paso que daba lo seguía a regañadientes, cada vez más enfadada.
Entramos al lugar, y un aroma que nunca había percibido antes me golpeó con fuerza. Ese olor me calmó un poco, disipando la rabia que aún sentía. Sentí como mi cuerpo reaccionaba a ese aroma, como si me hiciera ronronear de alivio.
Mi padre se acercó a una mujer vestida con un traje raro, y aproveché su distracción para seguir una sensación que me invadía. Algo dentro de mí me decía que debía hacerlo, que debía seguir esa tranquilidad que me llamaba.
Caminé por algunos pasillos, hasta que llegué a un jardín. En el centro, una niña cantaba algo con dulzura, y su voz me hizo ronronear de nuevo, como si algo en ella me tranquilizara aún más. Me acerqué a ella, como si algo en mi interior me dijera que tenía que hacerlo. Como si esa niña fuera la respuesta a todo lo que sentía en ese momento. "
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Editado: 05.04.2025