Apartada Para El Alpha ( I libro )

Capitulo 7: ¿el tiempo pasa rápido? (parte tres)

A los 18 años, Oshin ya estaba sumido en una espiral más oscura de autodestrucción, si es que algo como eso era posible. Su transformación había llegado y pasado, pero no le había traído la paz que esperaba. En lugar de encontrar consuelo en la fuerza de su lobo, Dai, el enorme lobo negro de ojos azules que le servía como compañero y reflejaba su misma oscuridad interior, parecía ser solo un recordatorio de la tortura que vivía a diario. Dai, con su imponente figura y su feroz reputación, solo se convirtió en un reflejo del caos mental que Oshin padecía. El lobo, temido por todos debido a la relación conflictiva entre él y su Luna, parecía no tener poder para calmar la tormenta emocional de su dueño. Oshin sabía que Fumiko, su Luna, le pertenecía por contrato y que, según la tradición, ya había sido reclamada como suya. Sin embargo, eso no cambiaba el hecho de que no podía estar con ella, y esa negación le desgarraba.

La frustración de Oshin se canalizaba en comportamientos destructivos: dormir con casi todas las chicas del instituto, buscando en ellas algo que le diera satisfacción temporal, solo para regresar a su casa y pelear con su padre por el mismo tema una y otra vez. El ciclo de frustración era interminable. Aunque entendía que su padre lo hacía con la mejor intención, Oshin no podía dejar de ver la hipocresía detrás de cada conversación. Su vida parecía girar en círculos, sin rumbo y sin solución.

Por otro lado, la hermana de Oshin, aunque vivía en un contexto diferente, tampoco escapaba de los horrores de su mundo. Oyuki, su loba, era tan impresionante como el lobo de su hermano, un ser de pelaje blanco tan puro como las nubes que cruzaban el cielo. Oyuki, con sus ojos azules y su tamaño casi igual al de Dai, reflejaba la pureza que su hermana sentía en su interior, pero no siempre podía escapar de las sombras de la vida que la rodeaba. Mientras tanto, la joven había logrado establecer algo de normalidad en su vida, o al menos así lo parecía. En la escuela, sus compañeros le preguntaban sobre su marca, esa que la unía a Oshin, y ella mentía, afirmando que siempre la había tenido desde su nacimiento. Las preguntas inocentes de sus compañeros eran, en realidad, una fachada para ocultar el dolor que sentía en su interior. Ella vivía con la constante necesidad de saber cuándo podría reunirse de nuevo con él, y aunque sus padres no sospechaban nada, sus preguntas llenas de nostalgia no eran tan simples como parecían.

Aunque sus padres trataban de tranquilizarla, diciéndole que el reencuentro con su amigo y compañero de destino estaba cada vez más cerca, ella sentía en su alma que algo más profundo y urgente estaba en juego. Su dulce manera de preguntar, esa curiosidad inocente, escondía en realidad un deseo desesperado, casi desesperante, por reencontrarse con Oshin. El amor que sentía por él, aunque no era completamente consciente de ello, crecía con el tiempo, alimentado por la esperanza de que, en algún momento, las piezas del rompecabezas se unirían.

(...)

A los quince años, ella ya había alcanzado una madurez que sorprendía a todos. Su belleza, reflejada en su figura esbelta y su rostro delicado, le hacía honor a su nombre. Era una señorita, encantadora y graciosa, con una personalidad tan cautivadora que atraía la atención de todos a su alrededor. Desde los catorce años comenzó a tener pretendientes, chicos que se enamoraban rápidamente de su dulzura y su presencia, pero ella, siempre tan elegante y educada, los rechazaba con una delicadeza admirable. Lo hacía de una manera sutil, casi imperceptible, pero lo suficiente como para que comprendieran que no había interés por su parte. Sin embargo, había ocasiones en que algunos insistían demasiado, y su paciencia se agotaba. En esos momentos, su actitud cambiaba, mostrando una faceta de ella que pocos conocían: con la ayuda de su mejor amigo, lograba humillar a esos chicos que no sabían cuándo detenerse, dejándolos en una posición tan comprometida que sus reputaciones quedaban por los suelos. Ella no lo hacía con malicia, pero entendía que no todo el mundo aceptaba un “no” de manera fácil, y si era necesario, no dudaba en imponer su voluntad.

Pero a pesar de los pretendientes que se acercaban a ella, lo que realmente ocupaba su mente era el reencuentro con Oshin. Solo faltaba un año para que ese encuentro tan esperado sucediera, pero debido a los problemas que Oshin atravesaba, el destino había decidido adelantarlo. Esa noticia la llenó de una emoción indescriptible, pero también de un miedo profundo. No sabía si él la recordaría, si aún guardaba algún recuerdo de su promesa de reunirse. Sin embargo, ella estaba decidida a hacer todo lo posible, y más allá de lo posible, para encontrarlo, para cumplir lo que le había prometido. Estaba dispuesta a luchar contra todo y contra todos para poder estar a su lado nuevamente.

Oshin, por su parte, se encontraba en una espiral descendente cada vez más profunda. La vida de este joven había tomado un giro oscuro, más allá de lo que cualquier persona podría imaginar. Ahora, con veinticinco años, era un hombre sádico, desalmado, que había perdido por completo la capacidad de amar. Se había entregado a la lujuria sin remordimiento, y no hacía más que utilizar a las mujeres para su propio placer, sin importarle las consecuencias de sus acciones. Cuando viajaba a otras manadas, las chicas se enamoraban de él con facilidad, pero cuando ellas pedían algo más serio, Oshin solo reía de forma macabra y las rechazaba de la manera más cruel posible, dejándolas destrozadas, con el corazón roto y llenas de odio hacia él. Sabía que aquellas mujeres, aunque alguna vez juraran venganza, probablemente nunca lo harían, pero sentía que merecía todo ese odio.

Las peleas eran una constante en la vida de Oshin. En su casa, la tensión era palpable. Su hermana, ya no sabía cómo consolarlo. Cada noche veía cómo su hermano se desmoronaba aún más, sumido en la tristeza y el enojo. El dolor era evidente en sus ojos mientras se entregaba al alcohol, al tabaco y a las lágrimas. Era un joven roto, incapaz de encontrar consuelo. Y su madre, al ver la decadencia de su hijo, estaba furiosa con su esposo. Él había insistido tanto en que Oshin fuera apartado de la manada, llevándoselo incluso a escondidas de su esposa, lo que solo avivó el rencor en ella. El único consuelo que encontraba la madre era que, por fin, en un año más, Oshin se reencontraría con ella. La chica que había sido apartada de él cumpliría dieciséis años, y con ello, el tan ansiado reencuentro se haría realidad.




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.