Apartada Para El Alpha ( I libro )

Capitulo 9: reencuentro (parte dos)

Su lobo estaba absolutamente emocionado, saltando de un lado a otro en la oscuridad de su mente. El sentimiento de felicidad era palpable, como si todo su ser estuviera vibrando con la cercanía de lo que tanto había esperado. Fumiko, por su parte, se encontraba en el auto, de camino a la manada, el destino que la esperaba con una mezcla de emociones. Su rostro, iluminado por la tenue luz del día, reflejaba la emoción que sentía, pero también la incertidumbre que se escondía en su corazón.

La ciudad pasaba rápidamente por la ventana, pero ella no veía las casas ni las calles. Su mente estaba llena de él, de su rostro, de su voz... pero también estaba plagada de dudas.

"¿Y si ya no me recuerda?", pensaba angustiada. "¿Y si el tiempo ha borrado todo de su memoria, todo lo que habíamos vivido juntos?"

Esas preguntas recorrían su mente una y otra vez, como una espiral que no dejaba de atormentarla.

"¿Y si me olvido?", seguía preguntándose. "¿Y si no me recuerda?"

Su respiración se agitaba un poco, mientras sus ojos miraban las casas deslizándose ante ella sin prestarles mucha atención. Recordaba la fina cara de aquel chico, los ojos miel que tanto la habían cautivado, y se preguntaba cómo serían ahora. ¿Seguirían siendo del mismo color, brillantes y llenos de esa intensidad que tanto la había atraído? Cada pensamiento la acercaba más y más a la ansiedad, y un nudo se formaba en su pecho al imaginarlo con otra, o peor, sin recordarla.

Regresando a la manada de los Itreque, el caos reinaba en la casa. Todos estaban involucrados en la organización del evento, especialmente Oshin, quien estaba supervisando todo con una precisión casi obsesiva. Era el tipo de persona que no toleraba un detalle fuera de lugar, y eso, por alguna razón, lo hacía sentirse mejor en medio de tanta incertidumbre. A su lado, su hermana Ai estaba feliz de ver que él estaba tan comprometido, algo que no sucedía con frecuencia. Su padre observaba a su hijo con una sonrisa satisfecha, mientras su madre saltaba de un lado a otro con una energía que era contagiosa.

Oshin, vestido con un traje negro, sin saco y con la camisa abierta en el cuello, parecía listo para cualquier cosa. Su cuerpo, tonificado por años de entrenamiento, se movía con una fluidez que no pasaba desapercibida. Pero lo que realmente destacaba en él era su sonrisa, amplia, sincera, iluminada. Había algo en su rostro, algo que faltaba en sus ojos miel durante todo este tiempo. El brillo estaba de vuelta, y no iba a dejar que nada lo apagara de nuevo.

Mientras tanto, Fumiko estaba cada vez más cerca. El auto se adentraba por un camino rodeado de árboles, y ella no podía dejar de pensar en él. En su sonrisa, en sus ojos, en los momentos que compartieron. Cada vez que la distancia se reducía, su nerviosismo aumentaba. Movía sus manos sobre su regazo, los dedos temblorosos. El deseo de verlo, de sentirlo cerca de nuevo, la quemaba por dentro.

—¿Cuánto falta? —preguntó, la voz entrecortada por los nervios que la invadían. El chofer la miró de reojo, sonriendo con cierta ternura ante la inocencia de la joven.

—Estamos entrando a la línea de la manada ahora, Luna —respondió el chofer—. En unos minutos estaremos en la mansión del Alpha.

Fumiko asintió, sintiendo que su corazón latía con tanta fuerza que temía que todos a su alrededor lo escucharan. Cerró los ojos un momento y respiró hondo, tratando de calmarse, pero cada vez que la mansión se hacía más visible en el horizonte, su emoción crecía más. El auto se detuvo frente a la mansión, y Fumiko salió del vehículo, temblando de nervios, pero con una sonrisa en los labios. Sin embargo, no se atrevió a mirar a su alrededor; sus ojos se fijaron en el suelo, donde sus dedos jugueteaban nerviosos con el borde de su falda.

De repente, una mano se soltó de la de su hermana, y Oshin, con paso firme y decidido, se acercó a ella. Fumiko levantó la mirada y sus ojos se encontraron con los de él. Ese brillo en sus ojos miel, ese que ella tanto había añorado, la envolvió por completo.

Oshin la abrazó de inmediato, con fuerza, con un deseo reprimido por tanto tiempo. Al sentir el aroma familiar de su cuello, algo dentro de él se rompió, y la necesidad de tenerla cerca, de no dejarla ir nunca más, se volvió una urgencia absoluta.

El corazón de Fumiko martillaba en su pecho, el calor de su rostro era tan intenso que sentía como si fuera a estallar. Sonrojada, se escondió en el pecho de Oshin, abrazándolo con la misma fuerza, sintiendo cómo todo lo que había esperado por tanto tiempo cobraba vida. No fue olvidada. Él no la había olvidado. Y ahora, en sus brazos, entendía que todo lo que había sentido por él no era solo un deseo pasajero, sino algo profundo y verdadero. En ese momento, supo que no iba a dejarlo ir, no lo permitiría.

El lobo de Oshin, por fin, se sintió completo. Y Fumiko también lo sabía, porque en ese abrazo, en ese momento, entendió lo que significaba pertenecer a alguien. Y no solo a alguien, sino a él, a Oshin Itreque, el hombre que había estado esperando en su corazón todo ese tiempo.




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