Oshin Itreque
"Lo siento, pequeña", pensé mientras la sentía quedarse dormida sobre mi pecho.
Su respiración se volvió lenta y pausada, como un eco silencioso en la habitación. Su cuerpo, tan frágil y pequeño en comparación con el mío, se acurrucaba más contra mí, buscando instintivamente mi calor. Sus dedos se aferraban levemente a mi camisa, como si temiera que me alejara en cualquier momento.
Pasé mis dedos suavemente por su espalda, trazando círculos lentos sobre la tela de su ropa, sintiendo la calidez de su piel bajo mis manos. Era tan ligera, tan delicada... y aun así había soportado tanto.
Mi pecho se apretó con una mezcla de culpa y dolor.
—Lo siento —murmuré contra su mejilla, dejando un beso ahí.
Ella sufrió.
Sufrió el peso de cada una de mis decisiones egoístas.
Sufrió el dolor de todas las traiciones de Soulmates que le he hecho yo.
"¿Por qué no se me ocurrió antes?" pensé con frustración. "¿Por qué no entendí que ella sentía todo lo que yo hacía?"
Lo había sentido una vez. Solo una vez.
Hace un año, una punzada de dolor indescriptible en mi pecho, un ardor abrasador que me robó el aliento. Pero fue solo un instante. Un destello fugaz. Y luego... nada. No volvió a repetirse.
Lo ignoré.
Lo enterré en lo más profundo de mi mente sin darle importancia.
Mientras tanto, ella...
Cada día, cada hora, cada momento en que yo dejaba que mi enojo y mi frustración se desbordaran en el cuerpo de cualquier mujer dispuesta, ella lo sufría.
Cada vez que ahogaba mi rabia y vacío en el placer momentáneo de un encuentro sin sentido, ella cargaba con el peso de mi traición.
—Dije que no la dañaría... —susurré en un suspiro, como si decirlo en voz alta pudiera redimirme.
Pero la dañé.
La dañé más de lo que jamás habría imaginado.
Deslicé la yema de mis dedos por su mejilla, acariciándola con una suavidad que no creí posible en mí. Su piel era cálida bajo mi tacto, su expresión, en su descanso, era pacífica.
"Perdóname, pequeña."
Se movió un poco, frunciendo el ceño, restregándose contra mi pecho como si mi cercanía fuera su única fuente de calma.
Un dolor punzante recorrió mi interior.
Cinco años.
Desde los cinco años ha sentido este tormento.
Mientras yo vivía sin restricciones, sin pensar en las consecuencias de mis actos, ella creció con un sufrimiento inexplicable. Un dolor que la consumía desde la infancia, un vacío que no podía comprender ni explicar.
"Trece años..."
"Diosa..."
—Te odio —gruñó Dai, mi lobo, con su voz grave resonando en mi mente.
Su enojo era palpable, denso como una sombra que se extendía sobre mí.
—Desde el principio te dije que mataras a quien quisieras y me echaras la culpa a mí, pero que dejaras de acostarte con esas estúpidas golfas. Si esos dolores le han hecho un daño grave... —su gruñido se intensificó, cargado de rabia—, te juro que haré tu existencia miserable.
Mi mandíbula se tensó.
Cerré los ojos con frustración.
—Ya lo sé... Lo siento —respondí con amargura, sin poder apartar la vista de la pequeña en mis brazos.
—Eso no me sirve —espetó Dai con desprecio—. Si tiene daños permanentes, juro que pagarás por cada maldito segundo de sufrimiento que le causaste.
Y con eso, cerró la conexión.
Me dejó solo.
Solo con mi culpa.
Observé su rostro dormido, sus pestañas largas rozando su piel, sus labios entreabiertos en un suspiro ligero... Se veía tan tranquila, tan inocente, como si el mundo no le hubiera arrancado tanto.
Pero lo había hecho.
Yo lo había hecho.
Mis ojos recorrieron cada detalle de su cara, memorizando lo que antes no había notado. Un pequeño lunar café adornaba su pómulo derecho, discreto pero hermoso, un rasgo que jamás había apreciado antes.
Me incliné y besé su frente con ternura, dejando mis labios reposar allí unos segundos, como si pudiera transferirle todo el arrepentimiento que me ahogaba.
"Voy a compensarlo."
No podía borrar el pasado. No podía quitarle el dolor que ya había sufrido. Pero podía hacer que el futuro fuera diferente. Podía asegurarme de que nunca más sintiera ese vacío, ese sufrimiento injusto que le había impuesto.
Con cuidado, me acomodé mejor en la cama, rodeándola con mis brazos, protegiéndola del frío de la noche.
—Perdóname, pequeña... en serio lo siento —susurré contra su oído.
Ella no me respondió.
Pero no importaba.
No podía oírme ahora.
Me quedé en silencio, observándola, permitiendo que la culpa me consumiera un poco más antes de que finalmente el agotamiento me venciera.
Mañana...
Mañana la llevaría allá.
Al único lugar que había preparado solo para nosotros.
Porque si alguien merecía algo puro en este mundo, era ella.