—Pequeña… —su voz sonó entrecortada, cargada de una mezcla de sorpresa y alarma. Sus ojos se clavaron en los míos con intensidad mientras subía los tres escalones que nos separaban.
Lo observé con una sonrisa temblorosa en los labios, aunque por dentro sentía un dolor desgarrador.
—Ahora entiendo los dolores… siempre estuvieron ahí… —murmuré con voz ahogada, intentando mantenerme firme a pesar de la tormenta de emociones que me azotaba.
Él dio un paso más, acercándose con cautela, pero antes de que pudiera decir algo, una voz femenina rompió la tensión.
—Bebé, ¿quién es esta tipa? —la castaña de ojos oscuros me miró con evidente fastidio y un deje de desprecio en su expresión.
Volteé a verla y forcé una sonrisa cortés, aunque las lágrimas seguían cayendo sin tregua por mis mejillas.
—Un gusto, señorita… Mikaela, si mal no escuché —dije con una calma ensayada, tragándome el nudo en la garganta—. Mi nombre es Fumiko… soy apartada de Oshin.
La mujer frunció el ceño, y una mueca de desagrado torció sus labios cuando procesó mis palabras.
—¿Esta es del orfanato de los apartados por la Luna? —se burló con evidente repulsión, señalándome como si fuera una plaga. Luego, miró a Oshin con desconfianza—. ¿Es en serio?
Mantuve mi sonrisa, aunque el dolor en mi pecho se hacía cada vez más insoportable.
—Así es… —comencé a hablar, pero fui interrumpida por una voz grave y fría que hizo que el aire en la habitación se volviera más denso.
—No —la voz de Oshin resonó con autoridad y una amenaza latente—. Ella no es solo una apartada… es mi mate y tu Luna, así que más te vale mostrar respeto.
Los ojos de Mikaela se abrieron con incredulidad, su expresión pasó del desprecio a la furia en cuestión de segundos.
Yo, en cambio, intenté no derrumbarme aún más. Mi sonrisa vacilante se mantuvo en mis labios, aunque por dentro sentía que me estaba rompiendo en mil pedazos.
—Disculpa, Oshin… pero creo que te equivocas —dije, inclinándome levemente en una reverencia formal—. Simplemente soy su apartada.
Algunas de las personas presentes me miraban con lástima, en especial la mujer que había anunciado la llegada de la castaña.
—Si me disculpan, olvidé algo en la habitación… —murmuré antes de girarme y empezar a subir las escaleras.
Si me quedaba un segundo más ahí, si continuaba viendo su rostro sin poder hacer nada, terminaría perdiendo el control. Y no iba a darle ese placer a Mikaela ni a nadie más.
"¿Por qué pensé que le importaba, si siempre me ha lastimado, incluso estando lejos?"
La angustia me carcomía con cada paso que daba. Apenas había puesto un pie en el segundo escalón cuando sentí una mano sujetándome del brazo.
Me giré con el corazón latiendo desbocado. Era él.
Sus dedos envolvían mi muñeca con suavidad, como si temiera que me rompiera si apretaba demasiado.
—Peque… —su voz estaba rota.
Cerré los ojos con fuerza.
—Lo dejo con la señorita… —dije, arrastrando las palabras con dificultad. Mi garganta se sentía cerrada, como si cada palabra me costara un esfuerzo sobrehumano.
Sus ojos cambiaron de color, tornándose de un ámbar profundo y brillante.
Era Dai.
La conexión entre nosotros se sintió más fuerte que nunca cuando lo escuché susurrar:
—Mi Luna…
Algo dentro de mí se quebró.
No pensé. Simplemente di media vuelta y me lancé hacia él, ocultando mi rostro en su pecho.
Las lágrimas que había intentado contener se liberaron con fuerza, empapando su camisa mientras sus brazos me envolvían con firmeza.
—¡¿Pero qué te pasa?! —chilló Mikaela.
No me moví, no aparté el rostro de su pecho. Sentí a Dai gruñir con fiereza mientras me abrazaba más fuerte, como si temiera que alguien intentara separarnos.
—Largo de mi casa —gruñó con furia—. No te quiero aquí ni un segundo más… Agradece que ella está aquí, porque de lo contrario, te mataría.
Yo apenas podía concentrarme en contener mis sollozos.
—¡Pero Oshin me dijo que yo sería su Luna! —reclamó Mikaela con indignación.
El gruñido de Dai se hizo aún más amenazante.
—¡Tú solo eres otra de las zorras fáciles con las que se revolcaba ese imbécil! —su voz retumbó con rabia—. No eres nadie en su vida. Así que largo antes de que yo mismo te mate por lo que le has dicho a mi Luna.
Me aferré con más fuerza a su camisa empapada, estrujándola con mis manos temblorosas.
Mikaela soltó un bufido molesto y, finalmente, salió de la habitación, pero su rabia se sentía en el aire.
Dai, en cambio, suspiró con pesar y acarició mi espalda con ternura.
—Mi Luna… perdóname por no haber hecho nada antes —murmuró con culpa, besando mi cabeza.
Traté de hablar, pero las palabras apenas lograban salir de mi garganta entrecortadas por el llanto.
—¿Po… por qué? —sollozaba—. ¿Por qué si le importaba tanto, me hizo sufrir así?
Negué con la cabeza contra su pecho.
—Dolía… duele… Yo rechacé a tantos porque sabía que nos reencontraríamos… incluso dejé sin bolas a uno que me besó a la fuerza… —reí entre lágrimas con amargura—. ¿Qué le costaba hacer lo mismo? ¿Por qué me lastimó tanto?
Mi cuerpo temblaba.
—Había veces que me desmayaba por el dolor… —continué con la voz rota—. Era como si me desgarraran el alma…
Dai me abrazó más fuerte y volvió a besar mi cabeza con ternura.
—Perdóname… —una voz diferente, la de Oshin, resonó en el silencio.
Mis nervios se erizaron al escucharlo.
Levanté la mirada, separándome un poco del pecho de Dai para verlo.
Oshin estaba llorando.
Sus ojos reflejaban una culpa profunda mientras me miraba con desesperación.
—Perdóname, pequeña… —susurró con la voz quebrada—. Jamás quise dañarte… Prometo compensarte… Perdóname, ¿sí? Yo te amo… lamento todo lo que te hice pasar.
Verlo así, tan vulnerable, tan distinto a la imagen que siempre había tenido de él, me dejó sin aliento.