Apartada Para El Alpha ( I libro )

Capitulo 16: la fiesta (parte uno)

"Es triste ver como la gente se convierte en lo que prometió jamás ser"

Oshin Itreque

Jamás me había permitido el lujo de mostrar mis emociones. Nunca me había quebrado frente a nadie, ni siquiera ante mi propia manada. Para ellos, yo era la imagen de la fortaleza y el control. Solo mi hermana había visto mis momentos de vulnerabilidad, porque ella siempre ha sido mi refugio, mi soporte inquebrantable.

Pero ayer, todo cambió.

Verla llorar frente a mí, con la voz rota por la angustia, escuchando cómo su dolor se derramaba en cada palabra... me destrozó. Era mi culpa. Sus lágrimas, su sufrimiento, la herida que llevaba dentro y que yo había alimentado durante tantos años. Algo dentro de mí se rompió en ese instante, y por primera vez en mi vida, no pude contenerme.

Las lágrimas surgieron sin permiso, y ni siquiera intenté reprimirlas. No quise hacerlo. Porque, en el fondo, deseaba que ella me viera así. Quería que supiera que mi orgullo, mi dureza, no eran más que máscaras inútiles. Quería que conociera cada faceta de mí, incluso la más vergonzosa, la más débil... la que me hacía humano.

Después de lo que ocurrió en las escaleras, volvimos a la habitación. Ninguno de los dos tenía ánimos de salir, así que pedimos que nos llevaran el desayuno ahí. El resto del día lo pasamos juntos, intentando encontrar algo de normalidad en medio de todo.

Ella puso una serie que había estado viendo antes de venir a la manada, Élite. No era algo que yo soliera ver, pero la dejé elegir. Necesitaba ese pequeño pedazo de su mundo, algo que la hiciera sentir segura, en control. Entre películas, palomitas y conversaciones sin mucho sentido, logramos distraernos por un rato. La escuché reír un par de veces, y eso fue suficiente para aliviar un poco la culpa que me carcomía por dentro.

Pero ahora, el día ha avanzado y la noche ha traído consigo la fiesta de la que habló mi padre. Mi hermana se llevó a Fumiko de compras para elegir sus vestidos. Me dejó en claro que no la vería hasta la noche. Me lo dijo con ese tono protector que siempre usa cuando se trata de Fumiko, como si quisiera asegurarse de que no volviera a hacerle daño.

Y lo entiendo.

Yo mismo no confío en mí todavía.

En este momento, estoy sentado frente a mi padre, fingiendo escuchar mientras me da consejos sobre cómo ser un buen Alfa. Pero mis pensamientos están en otro lado, sumidos en una sola pregunta:

¿Cómo compensarla?

¿Cómo sanar doce años de dolor con un solo acto? ¿Cómo hacer que me crea cuando le diga que jamás volveré a lastimarla?

Dai está enojado conmigo. Desde lo que pasó en las escaleras, apenas me ha dirigido la palabra. Solo toma el control de mi cuerpo cuando quiere hablar con nuestra Luna, cuando necesita estar con ella, aunque sea por un momento. Lo deja claro cada vez que lo hace: él no está enojado con ella. Está enojado conmigo.

Y con razón.

Si hubiera escuchado antes, si hubiera abierto los ojos en vez de dejarme llevar por mi terquedad, nada de esto habría pasado. Pero no lo hice. Durante años, ignoré las advertencias de mi hermana, de mi madre... de Dai.

Fui un idiota.

—¡Oshin! —la voz de mi padre retumbó en la sala, sacándome bruscamente de mis pensamientos.

Parpadeé, tratando de regresar al presente.

—¿Qué? —pregunté, desconcertado.

Él me miró con una mezcla de fastidio y decepción.

—¿Cómo pretendes ser un buen Alfa si ni siquiera me escuchas?

Solté un suspiro y pasé una mano por mi nuca, incómodo.

—Lo siento, papá... —dije sin intentar justificarme—. Es que estaba pensando en algo más importante.

—¿La conversación con la niña ayer? —preguntó, arqueando una ceja.

Lo miré rápidamente, sorprendido por su pregunta.

—¿Cómo lo sabes?

Mi padre dejó los papeles que tenía en las manos y cruzó los brazos sobre el escritorio.

—Todos lo escuchamos.

Mi estómago se encogió.

—Que no nos hayamos metido es otra historia. Pero Oyuki... ella sí quería entrar y matarte por haber sido tan terco y hacerla sufrir tanto.

Bajé la cabeza, sintiendo la vergüenza golpearme como una ola. Claro que Oyuki querría hacerlo. Yo también me golpearía si pudiera.

—¡Oh, por la Diosa! —mi padre exclamó de repente, con un tono de burla—. Esto sí que es nuevo... ¿El gran Oshin Itreque bajando la cabeza por una chica?

Rodé los ojos con fastidio, pero no respondí. Él dejó escapar un suspiro más serio esta vez.

—Aprende a escuchar, Oshin. Si lo hubieras hecho desde el principio, ella no habría pasado por tanto dolor.

Sus palabras me golpearon como una daga.

—Lo sé... —murmuré, sintiéndome aún más miserable—. Quiero compensarla, pero no sé cómo.

Mi padre me observó por un momento, luego abrió un cajón de su escritorio y sacó una pequeña caja, colocándola frente a mí.

—Tómala.

Obedecí sin preguntar y la abrí con cautela. Dentro había una cadena fina de oro con un dije en forma de corazón. En el centro, un pequeño cristal rosado brillaba con una luz tenue y delicada.

—Dale esto y discúlpate de corazón —dijo mi padre con seriedad—. Prométele que no volverás a hacerle daño.

Apreté la mandíbula, sintiendo un nudo en el pecho.

—Porque si lo haces de nuevo —continuó con una leve sonrisa burlona—, esta vez no detendré a Oyuki cuando quiera darte una paliza.

Solté una pequeña risa, más por nerviosismo que por otra cosa.

Asentí y cerré la cajita con cuidado.

—Gracias, papá.

Él me dio una palmada en el hombro, como si con ese gesto pudiera borrar los años de errores que había cometido.

—Bien, ahora enfoquémonos en la fiesta. También es importante.

Respiré hondo y asentí de nuevo.

Dejé la caja sobre el escritorio y, por primera vez en toda la conversación, me obligué a prestarle atención.

Porque tenía que hacerlo. Porque algún día, cuando llegara el momento de ser Alfa, no podía darme el lujo de ser el mismo idiota que había sido con ella.




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.