Apartada Para El Alpha ( I libro )

Capitulo 17: la fiesta (parte Dos)

El día había sido largo, tenso, casi insoportable. Desde que mi hermana me había dicho que no me acercara a Fumiko hasta después de la fiesta, no había tenido oportunidad de verla, de sentirla cerca. Y lo peor era que Dai, el único con el que podría haber compartido mis pensamientos, me ignoraba completamente. La situación era insostenible.

Me miré al espejo mientras terminaba de acomodarme la corbata, un gesto automático que apenas registraba. La imagen que veía no me representaba; era solo un Alfa que vestía el traje adecuado, el que se esperaba de mí. Pero mi mente no estaba allí, ni siquiera con la corbata perfectamente anudada o la caja de joyas que guardé en el bolsillo interior de mi saco negro.

La verdad es que no me importaba cómo luciera. No importaba que la fiesta estuviera a punto de comenzar, que mis padres ya estuvieran en el living esperando. Lo único que quería era encontrarme con Fumiko. La había estado buscando en cada rincón de la mansión desde que desperté, como si ella fuera la única pieza que podía completar mi día. Mi corazón latía con una mezcla de anticipación y ansiedad cada vez que la pensaba.

Cuando finalmente bajé, mi padre estaba allí, esperando a mamá. Mi mirada recorrió la habitación, pero no la vi a ella. Solo vi a mi madre, que vestía un hermoso vestido verde oscuro que caía en una apertura sugerente entre sus pechos, y a mi hermana, que se veía increíblemente hermosa también, con un vestido negro que resaltaba su figura. Pero no era suficiente. La emoción que me recorría no era por ellas. A ellas las veía como siempre, hermosas y majestuosas a su manera, pero nada comparado con lo que sentía por Fumiko.

Cuando mi hermana gritó desde arriba, mi mirada se centró inmediatamente en las escaleras, esperando verla. Mi corazón dio un vuelco. Pero antes de que pudiera decir algo, mi padre me interrumpió, haciendo un comentario sobre lo bellas que se veían las mujeres en la casa. Yo asentí sin escuchar, mis pensamientos completamente absortos en ella.

—Ya puedes bajar —escuché a mi hermana decir con una sonrisa brillante. Y entonces, ahí estaba ella. Fumiko.

La vi aparecer y el tiempo se detuvo. Era como si el mundo se hubiera detenido para mí, todo lo demás desapareció en ese instante. Ella llevaba un vestido sencillo, pero para mí no había nada más hermoso en el mundo. El color crema en la parte superior de su vestido, con detalles de encaje de rosas, contrastaba perfectamente con la tela blanco hueso que caía suavemente hacia el suelo, envolviendo su figura con una gracia inigualable. La forma de su vestido era tan perfecta, tan delicada, que parecía como si el universo mismo hubiera diseñado ese momento solo para mí.

Su cabello negro, liso y suelto, caía sobre sus hombros como una cortina de seda. El maquillaje sutil que llevaba, resaltando solo un toque de rubor en sus mejillas, le daba un aire etéreo, casi irreal. Todo en ella me dejaba sin aliento. Sus ojos, esos ojos celestes que tanto adoraba, brillaban con una intensidad que me hacía perderme en ellos. Cada vez que los miraba, parecía que el mundo se desvanecía, y lo único que quedaba era ella.

La vi bajar con gracia, con una suavidad que solo ella poseía. Y cuando finalmente llegó a mi lado, mi mano se extendió sin pensarlo. Ella la tomó, y en ese momento, algo dentro de mí se calmó. La besé en la mano, como siempre lo hacía, y le sonreí, completamente perdido en ella.

—Estás hermosa, pequeña —susurré, mi voz temblando apenas.

Ella sonrió tímidamente, con sus mejillas teñidas de un tono más rojo, y sus palabras fueron suaves, casi tímidas.

—Gracias, Oshi. Tú también estás muy lindo.

Era como si sus palabras me dieran vida, como si el simple hecho de escucharla me arrancara el peso de todo lo que había sentido en los días anteriores. Pero no podía dejar de pensar en lo que habíamos vivido, en lo que ella había pasado por mi culpa. Sabía que no podía cambiar lo que había hecho, pero también sabía que necesitaba ganarme su confianza, su perdón.

Cuando mi hermana interrumpió, recordándonos que debíamos irnos, me sacó de mi burbuja. Miré a Fumiko, vi su expresión de ansiedad reflejada en sus ojos y me sentí más culpable que nunca. Ella estaba tan nerviosa como yo, tal vez más. Su corazón latía fuerte, lo podía sentir incluso sin tener que tocarla. Su miedo era palpable, y eso me destrozaba por dentro. Pero tomé su mano, entrelazando mis dedos con los suyos, y le di un pequeño beso en la muñeca.

—Tranquila, amor. Todo estará bien —le dije, mi voz suave pero firme, tratando de calmarla. Ella asintió, aunque sus ojos mostraban que la incertidumbre seguía presente.

Mi hermana nos miró, luego nos guió hasta la salida. Mientras caminábamos hacia el bosque, donde las celebraciones de la manada se llevarían a cabo, no pude evitar concentrarme en el sonido de los latidos de su corazón. Eran fuertes, desbocados, como si su cuerpo le dijera que estaba a punto de enfrentarse a algo grande. Pero la tomé de la mano, y una vez más, le besé la muñeca.

—Todo estará bien —susurré, sintiendo el frío de la noche acariciar nuestra piel mientras nos adentrábamos en la oscuridad del bosque. Pero mientras caminaba, un pensamiento no dejaba de rondar mi cabeza: ¿Cómo podía calmarla si yo mismo me sentía tan perdido y roto por dentro?

Fumiko era lo único que me quedaba, lo único que realmente importaba.




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