"Y ese fue el día en que me di cuenta que realmente mi príncipe era un monstruo terrible que solo iba a acabar conmigo si me quedaba con el, a su lado"
Fumiko Ibars
Caminaba junto a Oshi hacia la parte del bosque donde sería la famosa fiesta de presentación. Mi ansiedad era palpable, un nudo en el estómago que no me dejaba respirar con facilidad. Cada paso que daba me llenaba de dudas, de pensamientos oscuros sobre lo que podría pasar esa noche. Mis manos sudaban y mi mente no dejaba de repetirse una y otra vez la misma pregunta:
—¿Y si no me aceptan? ¿Qué pasará si no soy lo suficientemente buena? O peor aún... ¿si me odian por ser una apartada? O incluso, ¿me matan por ser humana?
He escuchado tantas cosas a lo largo de mi vida, cosas que nunca quise oír pero que se me metieron en la cabeza, cosas que decían sobre las tensiones entre los sobrenaturales y los humanos. Me decían que los sobrenaturales odian a los humanos, porque nosotros, los humanos, somos los que los obligamos a vivir escondidos, a ocultarse por miedo a ser descubiertos.
Mis pensamientos se nublaban y una sensación de inseguridad me recorría el cuerpo entero. Oshin caminaba a mi lado, aparentemente tranquilo, pero yo sentía una presión como nunca antes. Cada segundo que pasaba, sentía que me hundía más en la incertidumbre.
Finalmente, llegamos.
—Hemos llegado —dijo el papá de Oshi, con una sonrisa tranquila, pero sus palabras no lograron calmar mi agitación interna. Nos detuvimos cerca de un lugar que parecía sacado de un cuento. En el centro del bosque, había mesas decoradas con delicadeza, rodeadas de adornos de luces suaves que colgaban entre los árboles. Más allá, una gran tarima de madera movida por el viento, como si estuviera viva, se erguía en el centro del lugar. La atmósfera era única, casi mágica, pero para mí todo parecía lejano.
Le sonreí, aunque no podía evitar que mi sonrisa se sintiera forzada. Trataba de mantener la calma, de no dejar que el miedo se hiciera evidente, pero era imposible ignorarlo. Me sentía pequeña, vulnerable, rodeada de seres que no sabían si aceptarme o rechazarme. Mi mente luchaba entre mi deseo de pertenecer y el miedo a ser vista como una intrusa.
—Bien, yo iré a bailar con mis amigas... —dijo Ai, soltando el brazo de Oshi, y en un parpadeo se alejó hacia un grupo de chicas que estaban en una mesa cercana. Sus risas llenaban el aire, como si nada de lo que sucedía a su alrededor fuera tan importante. Estaban conversando entre copas de vino, con vestidos deslumbrantes, con colores brillantes que reflejaban la luz de las lámparas que colgaban.
Oshin me miró, y pude ver que la preocupación por mí era evidente, pero aún así no dijo nada. Aun así, algo en sus ojos me decía que entendía mi angustia.
—Hijo, vamos, dejemos que tu madre hable con ella. Parece que va a desmayarse... —dijo el papá de Oshi, riendo mientras se alejaba con él.
Lo miré mal, matándolo con la mirada en mis pensamientos. No podía evitar sentirme incomodada por su actitud tan despreocupada, como si no tuviera idea de lo que sentía en ese momento. Mi pecho se tensó, y mientras me besaba la mejilla y se alejaba con su padre, me sentí aún más sola.
La señora Estrella, con una sonrisa suave, se acercó a mí, tomando mi mano con una delicadeza reconfortante. Ella no parecía estar tan preocupada por las tensiones que me atormentaban.
—Tranquila —me dijo, apretando suavemente mi mano—. No dejes que lo que no sabes te haga temer.
—¿Qué pasa si me odian por ser una apartada? O peor... ¿me matan por ser humana? —la pregunta salió de mis labios sin poder evitarlo. Mi tono de voz estaba alterado, mis nervios me traicionaban. Aferré mi mano a la suya, buscando consuelo, buscando algo de seguridad en sus palabras.
Ella sonrió suavemente, como si entendiera lo que sentía, como si quisiera tranquilizarme, y me miró con una ternura que nunca imaginé que encontraría en ese lugar.
—No te preocupes... —dijo mientras tomaba mis dos manos—. Eres muy tierna para que alguien pueda odiarte...
La palabra “tierna” me sorprendió, me hizo sonrojarme ligeramente. Nunca me había considerado tierna, siempre había sido una persona reservada, distante, pero algo en su mirada me hizo pensar que tal vez sí lo era, aunque nunca lo había notado.
—Además, mi hijo mataría a cualquiera que te diga o haga algo —dijo con una sonrisa tranquila.
La mirada que me dirigió fue tranquila, pero también llena de seguridad, como si todo fuera menos peligroso de lo que pensaba.
La incredulidad se reflejó en mi rostro y no pude evitar borrar un poco mi sonrisa.
—¿Y se supone que eso debe calmarme, señora? —pregunté, ahora algo más tranquila pero también horrorizada por la idea.
Ella rio un poco, como si entendiera mi incredulidad, y asentía.
—Claro... Oshin será el Alpha, y tú su Luna. Atacar a la Luna de una manada, ya sea física o verbalmente, es como estar en contra del Alpha o de toda la manada. Nadie se atrevería a tocarte. —Explicó con calma, como si fuera lo más natural del mundo.
Suspiré profundamente, intentando calmar mis nervios, mientras me daba cuenta de que, quizás, tenía razón. No podía dejar que mis miedos me controlaran ahora, no después de todo lo que había pasado para llegar aquí. No podía desmayarme en un momento tan crucial.
—Gracias, señora Estrella... —dije, sonriéndole más tranquila, agradecida por su apoyo. Lo que me dijo me hizo sentir un poco más segura, aunque aún quedaba una gran incertidumbre en mi pecho. Oshin me había prometido que me cuidaría, sin importar qué, y creía en su palabra. Aunque sus acciones, a veces, fueran algo contradictorias, yo confiaba en él.
—Dime solo Estrella, me hace sentir más vieja el "señora" —dijo riendo ella.
Asentí, sintiéndome más cómoda en su presencia.
—¿Cree que seré una buena Luna, se... Estrella? —pregunté tímidamente, mi voz suave, mientras la miraba con esperanza, buscando su respuesta, buscando alguna confirmación de que todo saldría bien.