—Riu… —lo llamé cuando lo vi pasando, esquivando a algunas personas mientras sostenía con fuerza mi vestido para poder avanzar hacia él. Al escuchar mi voz, volteó hacia mí, y me dedicó una sonrisa cálida antes de acercarse, caminando con paso firme, su presencia siempre tan segura. Me abrazó con fuerza y yo reí, devolviéndole el gesto. Recuerdo que alguna vez me había dicho que mi nombre significaba "gran belleza", y por eso me llamaba así, con esa dulzura que solo él lograba transmitir.
—Bonita —me dijo, mientras sus brazos me rodeaban en un abrazo reconfortante. Me separó de él con suavidad, y mi mente no pudo evitar pensar en el apodo que le había dado yo en respuesta: "Dragón", por el significado de su nombre. Siempre me había parecido un apodo tan acorde a su carácter fuerte y decidido.
—¿Entonces tú lo sabías? —pregunté, curiosa. Él asintió lentamente, y luego tomó mi mano, tocando la marca que tenía sobre ella con una delicadeza extraña, como si al tocarla estuviera señalando algo mucho más profundo que una simple marca física.
—Supongo que no te explicaron lo que esto significa, además de marcarte para alguien —comenzó a decir, mientras pasaba su dedo índice suavemente sobre mi piel. Yo negué con la cabeza, mirando mi mano en sus manos, sintiendo un leve escalofrío recorrerme.
—Bueno, esto le dice a cada ser sobrenatural que te rodea que eres la propiedad de alguien. Y si te atacan, si intentan hacerte daño o marcarte... eso es como un desafío directo a tu dueño —explicó con calma, sus palabras más profundas de lo que imaginaba. Sus ojos no se apartaron de mi mano, mientras seguía delineando mi marca, como si al hacerlo pudiera explicarme todo lo que esa simple marca representaba.
Un gruñido bajo, casi animal, nos sacó de la conversación. Miré hacia donde provenía el sonido y vi a Oshin, cuyos ojos, ahora completamente oscuros, me miraban con furia contenida. Riu me soltó inmediatamente, apartándose de mí como si mi contacto lo hubiera quemado. Su rostro, antes relajado, ahora mostraba un leve malestar, como si algo dentro de él se hubiera roto.
—Aléjate de ella —gruñó Oshin, su voz cargada de autoridad. Fruncí el ceño, extrañada, pero con una extraña emoción burbujeando dentro de mí, una mezcla de nervios y anticipación al ver cómo se enfrentarían ambos.
—Oshi, él es Riu, un amigo de la secundaria —dije con una sonrisa nerviosa, con la esperanza de calmar la situación, aunque mi voz temblaba al hablar, no pude evitarlo. No me dejó terminar, pues con rapidez, me tomó del brazo y me arrancó de donde estaba, caminando entre la gente con rapidez, ignorando los murmullos que comenzaban a llenar el aire. Las miradas llenas de desconfianza nos seguían mientras él me jalaba, su agarre apretándose más fuerte a medida que avanzaba.
—¡Oye, Oshi! —lo llamé, pero él no me prestó atención. Intenté soltarme, pero no podía. Un dolor punzante recorrió mi muñeca cuando apretó con más fuerza.
—¡Me duele! —le grité, pero él no hizo caso. Solo siguió arrastrándome lejos de Riu. La gente a nuestro alrededor se apartaba, y los murmullos se incrementaban, pero a mí no me importaba nada en ese momento, solo quería que me soltara.
Finalmente, me llevó a un lugar apartado, donde no había decoraciones ni mesas cercanas. Era un rincón de la fiesta, apartado de todo lo que sucedía. Me soltó de golpe, sin ningún cuidado, y caí de rodillas, jadeando por la fuerza con la que me había arrastrado.
—¡¿Oye, qué te pasa?! —grité, indignada, tocando mi brazo que ardía por la presión. El dolor me hizo retorcerme, pero lo que me dijo a continuación me heló la sangre.
—Eres una zorra... —gruñó, sus palabras como cuchillos atravesando mi pecho. Me quedé inmóvil, mirándolo, completamente sorprendida por la crueldad de sus palabras.
—¡¿Cómo me has dicho...? —comencé a preguntar, pero me interrumpió con un gruñido, la furia en sus ojos creciendo.
—Te escapaste de mí para irte a coquetear con ese imbécil —dijo, su tono lleno de rabia. Su rostro estaba transformado, sus ojos ahora completamente negros, como si el control sobre sí mismo se estuviera desvaneciendo. Un miedo aterrador se apoderó de mí, mis piernas temblaban, y me alejé algunos pasos, mirando hacia el suelo, tratando de calmar el pánico que comenzaba a crecer dentro de mí.
—Es solo un amigo —logré decir, aunque mi voz temblaba de terror. No quería que él se diera cuenta de lo que sentía, pero era inútil, las lágrimas ya comenzaban a brotar de mis ojos.
—¡Debiste haber crecido conmigo para que no estuvieras de zorra ofrecida! —rugió, su furia desbordándose. Sus palabras fueron como golpes directos a mi corazón, cada una más dolorosa que la anterior. Las lágrimas caían sin control ahora, y mi cuerpo comenzó a temblar de miedo.
—¡Solo eres una apartada! ¡Eres mi apartada! —gruñó, su voz volviéndose más grave, casi un rugido. A su alrededor, las aves que descansaban en los árboles volaron asustadas, y yo no podía dejar de retroceder, sintiendo que las palabras se clavaban en mi alma.
—Ti... tienes razón... —murmuré, mirando el suelo, incapaz de mirarlo a los ojos. Sabía que estaba prohibido, que no debía desafiar su mirada, y aunque el dolor en mi pecho era insoportable, lo que más me dolía era saber que no tenía escape de esto. —Lo siento, amo —solté entre sollozos, mi voz quebrada. Me incliné levemente, como me habían enseñado, porque eso era lo que se esperaba de mí. Él me había comprado, y debía hacer lo que él quisiera.
Las lágrimas me empañaban la vista, y no pude evitar seguir llorando, humillada, sintiéndome pequeña e impotente frente a su enojo. Él me miró fijamente, y por un momento, sus ojos volvieron a ser los mismos que me encantaban, los de color miel, pero esa suavidad que antes veía en ellos ahora era solo un reflejo lejano. Mi corazón latía desbocado mientras me temblaban las piernas.
Antes de que pudiera decir algo más, el cuerpo de Ai cayó sobre él, cubriéndole la espalda. Sus ojos, ahora completamente rojos, mostraban una furia desenfrenada.