Cuando salió el sol, regresé a la manada con los ojos hinchados de tanto llorar durante esas horas que se hicieron interminables, mientras la madrugada avanzaba lentamente, como si el tiempo se estuviera burlando de mí. Había pasado toda la noche corriendo en círculos, atormentado por mi culpa, sin poder encontrar paz en ninguna parte. Cada vez que cerraba los ojos, la imagen de ella se desvanecía más, y cada vez que despertaba, me encontraba con el mismo dolor punzante en el pecho. Mi alma, mi corazón, todo mi ser estaba destrozado por la ausencia de ella, y lo peor era que sabía que solo yo tenía la culpa. Solo yo.
Apenas llegué a la casa, no busqué nada más, solo me dirigí directo a donde estaba mi padre. Mi cuerpo se movía como si tuviera peso muerto, pero mi mente estaba en guerra. Le pedí con desesperación que comenzara una búsqueda de ella. "En cada rincón del mundo, por favor", le supliqué, con la voz quebrada, el corazón desbordado de miedo. Pero todo lo que podía pensar era que no importaba cuántos hombres mandara, cuántos recursos pudiera poner en ello; si ella no quería ser encontrada, nadie podría hacerlo.
De camino a mi cuarto, me encontré con mi hermana. Ai, al verme, no dudó ni un segundo. Me abrazó con fuerza, como si fuera la última vez que tendría la oportunidad de hacerlo, y yo la abracé también, llorando de nuevo. ¿Por qué no la había protegido? ¿Por qué no había sido el hermano que ella necesitaba? De nuevo me había dejado llevar por mis emociones egoístas, y de nuevo la había lastimado, cuando le había prometido que jamás lo haría.
Cada lágrima que caía por mi rostro me recordaba que había fallado, que me había fallado a mí mismo, y lo peor, que le había fallado a ella. La perdí. La perdí en el momento exacto en que le prometí que no nos alejaríamos nunca más. Le había jurado que, a pesar de todo, siempre estaríamos juntos, que no importaban las circunstancias, que seríamos invencibles, que nada nos separaría. Y mírame ahora, aquí, solo, completamente solo, con la promesa rota, la familia rota, y el alma hecha pedazos.
Recuerdo claramente lo que le dije: "Solo eres mi Apartada". Pero ni siquiera pude sostener esas palabras. ¡Qué estúpido fui! ¿Cómo pude decirle eso después de todo lo que ella significaba para mí? ¿Cómo pude reducirla a eso? ¿Cómo pude tratarla como algo menos que la reina que siempre fue? Le prometí tantas cosas, tantas promesas que no cumplí, que no pude cumplir. Le juré que, cuando la tuviera a mi lado, la trataría como una reina, la protegería, la amaría sin reservas. Pero todo se fue al drenaje por un maldito ataque de celos estúpidos, por una inseguridad sin sentido que ni siquiera podía entender. Y ahí estaba, todo hecho pedazos, todo lo que había construido se derrumbó en un instante, por un momento de debilidad.
Todas las promesas que hice se convirtieron en mentiras, en promesas vacías. Promesas que se fueron al drenaje en un segundo, en un abrir y cerrar de ojos, arruinadas por mi ego y mi miedo. Y ahora estoy aquí, cargando con el peso de esas palabras, con la conciencia de que, al final, fui yo quien las rompió. Y la peor parte de todo esto es que sé que lo merezco. Todo lo que estoy viviendo, toda esta agonía... es mi castigo. Y lo acepto, porque es lo que me corresponde. Es lo que me gané.
Me pregunto si hay alguien más miserable que yo en este mundo. Me pregunto si existe una persona más incapaz de cumplir lo que promete. ¿Es posible que alguien haya fallado de esta manera tan rotunda? Porque yo lo he hecho. He fallado a todos, a mi manada, a mi familia, y sobre todo a ella. Y la peor parte de todo esto es que ahora sé que estoy pagando un precio muy alto. El precio de mi estupidez, de mi orgullo, de mi incapacidad para manejar mis propios demonios.
Pero esta vez... si regresa, si tiene la mínima intención de darme otra oportunidad, la protegeré con mi vida. Incluso si eso significa protegerla de mí mismo. De mis propios miedos. De mis propias inseguridades. Lo haré porque sé que no tengo derecho a pedir nada más. Si ella regresa, si sus ojos me miran otra vez, sé que no seré capaz de dejarla ir. No importa el precio que deba pagar, no importa lo que cueste. Esta vez la cuidaré, la respetaré, la amaré como siempre debí haberlo hecho. Y no permitiré que nadie, absolutamente nadie, la lastime de nuevo.
Lo que más deseo en este momento es que ella regrese. Que regrese a mí, aunque sé que mis palabras y mis actos han puesto una distancia que tal vez sea irreversible. Pero tengo que esperar, porque lo único que puedo hacer ahora es esperar, con la esperanza de que algún día, tal vez, encuentre el perdón en su corazón. Porque si algo he aprendido en todo esto, es que no hay promesa más importante que la que se le hace a alguien a quien amas. Y yo prometí protegerla, y aunque esté pagando el precio de mi error, lucharé por hacer que esa promesa se haga realidad.