"Que difícil es decidir cuando tu cabeza te dice a gritos 'renuncia' y el corazón agonizante te dice en sus últimos susurros 'un ultimo intento' "
Fumiko Ibars
Todo me daba vueltas. Me sentía adormecida todavía, como si mi cuerpo estuviera atrapado entre el sueño y la vigilia. La luz que entraba desde algún punto de la habitación me obligaba a despertar poco a poco.
Parpadeé varias veces, tratando de acostumbrarme a la claridad, y al abrir los ojos, me encontré sobre una enorme cama cubierta con sábanas blancas y almohadas esponjosas. Llevaba puesto el mismo vestido de la fiesta, lo que me indicaba que aún era de día, pues la luz natural iluminaba la estancia. Observé a mi alrededor, confundida. No era mi antiguo cuarto en casa de mis supuestos padres, ni el de Oshin.
No entendía nada.
Los recuerdos de la noche anterior me golpearon de repente, con tanta fuerza que sentí que me faltaba el aire. Mi cuerpo reaccionó antes que mi mente, y me incorporé de golpe en la cama.
-¿O-Oshin...? -mi voz salió temblorosa, apenas un susurro. No de nuevo...
Mis ojos comenzaron a picar, amenazando con soltar lágrimas otra vez. La cabeza me dolía terriblemente, y ese movimiento repentino solo empeoró la sensación de pesadez. Aún debía de tener restos de la droga en mi sistema.
De pronto, la puerta se abrió.
El sonido me sobresaltó, y aquellas lágrimas que tanto había intentado contener se deslizaron rápidamente por mis mejillas. Me las sequé con brusquedad. No podía permitir que me vieran así, tan vulnerable. Esa parte de mí solo la había visto Oshin, y no me alegraba en absoluto.
Un chico de cabello negro entró con paso tranquilo, y al notar que estaba despierta, me dedicó una sonrisa suave antes de acercarse.
-Qué bueno que despertaste -dijo.
Mi reacción fue instintiva: me alejé de inmediato cuando estuvo demasiado cerca.
-¡Aléjate de mí! -grité, sintiendo mi corazón latir con fuerza. No iba a dejar que me tocara ni un solo cabello. Primero tendría que matarme.
Respiré agitadamente, intentando procesar la situación.
-¿Quién eres y dónde mierda estoy? -dije con voz alterada, tratando de ocultar mi miedo detrás de una fachada de furia.
Pero en lugar de molestarse o amenazarme, el chico me sonrió con ternura.
-Te pareces a mamá... -susurró.
Lo miré como si estuviera loco.
No había duda: me había secuestrado.
Tomé aire y solté las palabras lo más rápido que pude:
-¿No sabes que las drogas son malas y que tenerme aquí se llama secuestro? -le espeté con ironía, alejándome más cuando intentó acercarse otra vez. Si lograba hacer que me soltara, tal vez podría escapar.
Un pensamiento cruzó mi mente de golpe.
-Además, mi comprador me buscará y te matará -agregué con frialdad, recordando lo que Riu me había dicho.
Intenté negociar.
-Si me dejas ir ahora, no le diré nada y estarás bien. ¿Trato?
El chico rió suavemente, pero su risa tenía un matiz amargo. Negó con la cabeza y chasqueó la lengua.
-No dejaré que vuelvas con ese imbécil otra vez...
Antes de que pudiera responder, una voz masculina habló desde la ventana:
-No permitiré que ese perro te humille de nuevo.
Di un respingo y giré la cabeza, sobresaltada.
-¡Santo Lucifer! ¿Y usted de dónde salió? -me quejé, alarmada.
El recién llegado era un hombre de cabello negro, con ojos de un rojo intenso y una piel pálida que casi parecía traslúcida. Había algo en él que me resultaba extrañamente familiar, pero seguro la droga seguía haciéndome alucinar.
Entonces, sin pensarlo, las palabras escaparon de mi boca en un susurro tembloroso:
-Papá...
Mi propio grito de felicidad me desconcertó, pero mi cuerpo reaccionó antes que mi mente. Me lancé hacia él, como si fuera un reflejo natural, como si toda mi alma supiera que era él... y que siempre lo había estado esperando.
Él me atrapó en un abrazo firme, pero no me dio tiempo a procesarlo antes de hablar de nuevo.
-No dejaré que ese hombre te haga daño otra vez... -gruñó con rabia, sus ojos rojos clavados en mí.
¿Por qué se parece a mi papá?
Mi papá está muerto.
Mi mente gritó esas palabras una y otra vez. Me alejé con rapidez cuando intentó tocar mi rostro, sintiendo que el pánico me consumía.
-No me toque -exigí con voz firme, saltando de la cama para poner distancia entre los dos hombres de cabello negro que ahora me miraban fijamente.
El primero, el chico, habló con suavidad:
-Seguro no entiendes nada.
Le lancé una mirada mordaz.
-Oh, ¿en serio? ¡Qué observador! -dije con sarcasmo.
El hombre de ojos rojos me llamó con un tono cargado de emoción:
-Hija...
Lo miré con odio, sintiendo un nudo formarse en mi garganta.
-¡Cállese! -exigí con furia, señalándolo con la mano de manera amenazante. Mis ojos ardían por las lágrimas contenidas.
Mi padre estaba muerto.
-No vuelvas a decirme así -dije con voz quebrada-. Mi padre murió...
El hombre me miró con una tristeza infinita.
-Yo soy tu padre, amor...
Negué con fuerza.
-¡Mentira! -grité, sintiendo mi pecho desgarrarse-. ¡Él murió con mamá en el accidente!
Las lágrimas finalmente escaparon, empapando mis mejillas.
-Solo Elena murió... -su voz se quebró, y al mirarlo de nuevo, supe que él también estaba reviviendo aquel dolor.
-Yo logré salir del auto con tu hermano. Cuando intenté buscarte, no estabas... -sus ojos se posaron en el chico a mi lado-. Caminamos por el bosque, sin saber qué hacer, hasta que nos encontramos con un hombre pálido. Era un vampiro.
Contuve la respiración.
-Intentó matar a tu hermano... y me mordió. Pero no esperaba que su mordida me convirtiera en uno de ellos. Me salvó de la muerte. Y así... así logré proteger a Josh cuando también quiso matarlo.
Mi mente se negaba a aceptar sus palabras.