Ahora sí.
Mi paciencia se agotó por completo. Caminé con pasos firmes y decididos hacia la mesa donde descansaba aquel odioso jarrón verde, ese maldito objeto que parecía burlarse de mí cada vez que lo miraba. No entendía por qué me provocaba tanto fastidio, pero ahí estaba, con su color chillón y su forma anticuada, atormentándome. Sin pensarlo dos veces, lo tomé entre mis manos con fuerza, sintiendo el frío de la cerámica contra mis dedos. Lo elevé por encima de mi cabeza, dispuesta a lanzarlo con todas mis fuerzas contra la pared y disfrutar del sonido de su destrucción.
-¿Fumiko?
La voz masculina me detuvo en seco, paralizándome justo antes de cometer el crimen contra la decoración. Giré la cabeza bruscamente, sintiendo mi cabello moverse con el impulso. Allí estaba él, Lucas Baker, mirándome con una mezcla de emociones que no pude descifrar de inmediato. Había algo de tristeza en sus ojos, pero también molestia, preocupación... y un toque de diversión.
-¡Lucas! -exclamé con alivio, una sonrisa genuina iluminando mi rostro al verlo.
Sin embargo, la expresión de Lucas se tornó aún más extraña ante mi efusividad, como si algo en la manera en que lo llamé le hubiera disgustado. No me detuve a analizarlo. Volví a centrar mi atención en el verdadero enemigo de la noche.
-Pero tú no te salvas, cosa fea -solté, mirando con desprecio al jarrón en mis manos.
Con todas mis fuerzas, lo arrojé contra la pared, disfrutando del estruendo de la cerámica al romperse en mil pedazos. Me sentí satisfecha, liberada de un peso que ni siquiera sabía que cargaba. Como si fuera una niña pequeña, le saqué la lengua a los restos esparcidos en el suelo, cruzándome de brazos con orgullo.
Lucas soltó una carcajada, negando con la cabeza mientras me observaba.
-Me tenías preocupado -dijo finalmente, su voz más seria ahora.
La diversión se evaporó de mi rostro al instante. Bajé la mirada y solté un suspiro antes de encogerme de hombros.
-Me perdí -admití con honestidad, sintiendo una punzada de vergüenza.
Lucas frunció el ceño.
-Josh me dijo lo de esta mañana -murmuró.
Mis músculos se tensaron al instante. Mis emociones se congelaron en una máscara de frialdad absoluta. Casi de inmediato, mi mirada se volvió dura, analítica, vacía. Era un reflejo automático, una forma de protegerme. Lucas pareció notarlo porque su expresión cambió, ahora reflejando un dolor silencioso que intentó ocultar sin éxito.
-¿Estás segura de querer ir con él? -preguntó con un tono lastimero.
Sin dudarlo, asentí, manteniendo mi expresión firme e impenetrable.
-Totalmente segura -respondí con una convicción inquebrantable-. Como le dije a Josh, mi lugar es con él.
Lucas apretó la mandíbula, sus ojos apagándose un poco. No dijo nada más, pero en su postura rígida y la forma en que evitó mirarme directamente, pude ver lo mucho que mis palabras lo lastimaban.
-Él sabrá de nuestra existencia -dijo finalmente, su tono severo-. Y si no acepta mis condiciones para que estés a su lado, lamentablemente, te mantendré prisionera en esta casa.
Lo miré con incredulidad y enojo, frunciendo el ceño.
-Y no está a discusión -añadió antes de que pudiera replicar.
Rodé los ojos, exasperada. Sabía que discutir con él en este estado sería inútil, así que simplemente asentí con aburrimiento.
Mi estómago gruñó de repente, interrumpiendo el tenso silencio entre nosotros. Lucas rió ante el sonido y, como si la conversación anterior no hubiera existido, se acercó a mí y tomó mi mano.
-Vamos a que comas algo.
Su contacto era cálido, firme pero reconfortante. Sin protestar, permití que me guiara.
-Cierra los ojos -ordenó con suavidad.
Dudé un segundo antes de obedecer.
De inmediato, sentí cómo un remolino me tragaba, revolviendo mi sistema por completo. Era una sensación mareante, como si mi cuerpo se estuviera descomponiendo y reconstruyendo al mismo tiempo. Tuve que hacer un esfuerzo para no vomitar, aunque el único motivo por el que no lo hice fue porque mi estómago estaba vacío.
-Llegamos -anunció Lucas con tranquilidad.
Abrí los ojos lentamente y parpadeé varias veces para ajustar mi visión. Estábamos en una cocina amplia y acogedora, con una cálida luz iluminando el espacio. Un delicioso aroma flotaba en el aire, proveniente de los fogones donde Josh cocinaba algo con un delantal blanco... un delantal blanco con tres gatitos estampados.
No pude evitar sonreír.
-Hermanita -exclamó Josh al verme, su rostro iluminándose de felicidad.
-Hola, Josh -respondí con un tono más suave de lo que esperaba.
Pero la paz no duró mucho.
-Estrelló tu feo jarrón verde contra la pared del pasillo -soltó Lucas de repente, con total naturalidad.
Lo fulminé con la mirada.
-¡Sapo! -bufé, cruzándome de brazos.
Josh dejó lo que estaba haciendo y giró bruscamente hacia mí con una expresión de horror.
-¿¡QUÉ!?
Me encogí de hombros.
-Me provocó y me obligó -intenté defenderme como si fuera una niña pequeña acusada de hacer travesuras.
Josh me miró con incredulidad.
-¿Ah, sí? ¿Cómo exactamente un jarrón puede provocarte? ¡ERA UN JARRÓN, UN BELLO JARRÓN... NO TE PODÍA HACER NADA! -exclamó, indignado.
Lucas y yo estallamos en risas.
-Lo siento... -murmuré sin mucha convicción.
Josh suspiró dramáticamente, dándose por vencido.
(...)
Tres días después, finalmente estábamos listos para partir.
-No estoy de acuerdo, pero no los dejaré ir solos -se quejó Josh, cruzado de brazos.
Yo simplemente le saqué la lengua en respuesta. Él resopló, rodando los ojos.
-Ya vámonos -interrumpió mi padre, impaciente.
Asentí con una sonrisa y tomé su mano. Josh tomó la otra, y nuevamente, el vacío me envolvió.
Cuando abrí los ojos, estábamos frente a la casa de la manada. Mi corazón latió con fuerza, una emoción incontrolable recorriéndome. Sin pensarlo, corrí hacia la puerta, ansiosa por ver a Oshin, pero mi avance se detuvo bruscamente cuando noté el caos a mi alrededor.