Apartada Para El Alpha ( I libro )

Epílogo (parte uno)

"Puedes ser la droga , yo soy el traficante
Yo puedo ser el diablo y tu el pecador
Puedes ser el cadáver yo el asesino

Por que todo lo que dices es música para mis oidos"

Riu

Tenía que ser una broma, ¿no? Tanto tiempo conociéndola, y sabía que algo no estaba bien. Algo la estaba alterando de una manera que ni ella misma entendía, y eso la llevó a hacer esto.

¿Dónde estaba?

¿Estaba bien?

¿Por qué se había ido?

¿Por qué no me dijo nada de lo que estaba haciendo?

¿Por qué no habló conmigo?

Esas preguntas y muchas más daban vueltas en mi cabeza mientras corría entre los árboles del bosque, alejándome de la casa. Aquella casa, el lugar donde había reencontrado a mi bonita.

La lluvia caía de manera incesante, mojando mi pelaje y evitando que los árboles del bosque obstruyeran mi camino. Mi forma lobuna me permitía correr mejor, más rápido, pero aún así sentía el peso de la preocupación.

Mi lobo estaba un poco ausente, como si me dejara hacer lo que quisiera para despejarme, como si supiera que algo dentro de mí estaba roto. Él sabe perfectamente que ella ha sido mi amor platónico desde que la conocí en primaria, y que aún hoy, sigue siendo una de las personas más importantes en mi vida.

Hace unos días conocí a mi mate, y aunque la quiero bastante, no voy a negarlo, siento que hay algo que no encaja. Ella me complementa, sí, pero la conexión que tengo con Fumiko es diferente, más profunda. Durante un tiempo llegué a pensar que ella era mi mate, por eso empecé a investigar quién era su dueño y por qué estaba marcada como apartada, como si el destino hubiera decidido separarnos. No entendía nada de eso, pero después de encontrarla en esa fiesta, una fiesta que mi padre me arrastró a asistir por cuestiones de alianzas, empecé a comprender que había algo más.

Me detuve de golpe, enterrando mis patas en la tierra mojada, dejando pequeños agujeros en el suelo mientras jadeaba cansado por la carrera. A pesar de eso, no podía sacudirme la sensación de impotencia que me invadía.

La conocía desde pequeña, y nunca pude entender qué estaba pensando. Y cuando finalmente supe lo que hacía, no quise creerlo, no quise aceptar que ella se había ido. Ella sabía de mis sentimientos por ella, pero los ignoraba, como si no significaran nada. A veces me sacaba de quicio, porque parecía tratar los sentimientos de las personas con tanta indiferencia.

No entendía por qué lo hacía, pero con el tiempo me di cuenta de que era su forma de ser. No podía evitarlo, era ella. Y cuando intentaba cambiar algo, todo salía peor, más confuso. Así que, simplemente, era ella.

Me tumbé en el suelo, las orejas gachas y el corazón pesado. De repente, un chillido triste escapó de mi boca, una expresión de dolor profundo. Ella prefería ignorar mis sentimientos por no arruinar nuestra amistad, que, por irónico que fuera, era lo único que realmente nos había durado a ambos.

A ella, porque yo siempre corría a su lado, protegiéndola. A veces sentía que la sobre-protegía, pero también entendía su actitud. La forma en que siempre caminaba con esa expresión, casi como si el mundo fuera su enemigo. Era extraño verla feliz, pero lo que más me gustaba era que, conmigo, sí lo era.

Y a mí, porque ella siempre mostraba celos conmigo, a veces era dulce, otras tóxica, y otras simplemente comprensible. Cada cambio en su actitud me hacía enamorarme más de ella, como si todo fuera un tira y afloja que me mantenía atrapado en su mundo.

Me dijeron que para que ella se enamorara de mí, tenía que hacerla reír. Qué error, qué ingenuidad la mía. Cada vez que la veía reír, me enamoraba más de ella, pero para ella, eso solo significaba que me veía más como un hermano. Nada más.

Pasé mis patas delanteras sobre mi cabeza, desesperado, buscando alguna respuesta, algo que me ayudara a entender. Pero lo único que escuché fue un sonido entre los árboles. Mi oído se agudizó, pero no quise prestarle atención. No me importaba nada ahora. Todo lo que necesitaba estaba allá, en la distancia, y aunque no sabía dónde ni cómo encontrarla, sabía que tenía que hacerlo.

—¿Por qué estás triste? — Escuché entre los árboles, elevando la mirada y sacándola de entre mis patas para ver quién me había hablado.

Moví mis orejas de un lado a otro, curioso, al ver a un ángel en estos lares. Pero mi estado emocional en ese momento no me permitió reparar en los detalles de su presencia.

La chica tenía el cabello rubio, la piel clara y unos ojos celestes que brillaban. Llevaba un enorme vestido rosa, estilo princesa, con la espalda descubierta para evitar que lo que colgaba de ella dañara la tela del ropaje. En su espalda, se extendían dos enormes alas blancas que la hacían parecer una ilusión frente a mis ojos. Por un momento, me hizo pensar que quizás me había cortado con alguna planta venenosa en el camino y estaba empezando a alucinar.

Sacudí la cabeza de lado a lado, intentando despejar la confusión, y me levanté lentamente de la tierra.

Cuando abrí los ojos, mi teoría de que estaba algo drogado se reforzó al no ver a la chica ángel frente a mí. Esto me hizo pensar que debería regresar a la manada de ese tipo para ver qué estaba pasando en mi sistema, algo que me afectaba incluso en mi forma lobuna.

— No has respondido a mi pregunta.— La voz dulce de la chica sonó desde arriba, y me dio un salto, apartándome de donde estaba. Me alejé un poco, desconcertado. Ella soltó una risita, cubriéndose la boca con delicadeza.




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.