Apocalipsis 001

ACTO XX: Los Vigías

    Sin un atisbo de duda, emprendimos una huida casi inmediata. Cruzando la infinidad que supuso correr por el  pasillo de la cabaña, porque parecía que el tiempo se dilataba y alejaba con fuerzas la salida. Irónicamente, nadie gritaba de terror; solo se escuchaban desesperadas pisadas en el viejo y podrido piso de madera de la cabaña.

    Mis pies se incrustaban con fuerzas sobre el piso, costándome el cielo para mantenerme al margen de los demás, quienes ya habían atravesado la puerta con éxito.

    Mi padre se detuvo de pronto y me miró con miedo. 

    —¡Sebas! —Gritó al ver que no podía mantener el ritmo y me quedaba detrás, para que en el mismo instante la compuerta saliera disparada por los aires luego de un destello de luz. Aparentemente  una pistola láser muy poderosa la había arrancado del suelo con tal fuerza que la hizo volar y caer a unos metros de distancia de la cabaña.

    Mi padre dió un salto; en pocos segundos tomó mi brazo derecho con tal fuerza que creí que me lo iba a romper. Corría a tal velocidad que me costaba siquiera mantenerme de pie. Estaba casi siendo arrastrado por el suelo.

     La única opción que teníamos era recorrer el mismo sendero por donde llegamos allí. Una colección de  estrechos caminos, rodeados de grandes árboles cuyas raíces salían desde la tierra que nos impedían un escape suave. Sara se cayó en varias ocasiones; rescatada por las manos temblorosas y sudadas de su hermano quien lentamente perdía la poca cordura que aún quedaba en él.

    Mi madre parecía querer tomarme de las manos de vez en cuando, pero le parecía imposible alcanzarme.

    Cuando doblamos en un estrecho, varias rocas se desprendieron desde la cima y rodaron con tanta velocidad que algunas pequeñas alcanzaron el rostro de mi padre haciéndole una herida que de inmediato empezó a sangrar. Algunas de esas alcanzaron a mi madre y Sara, quienes iban corriendo a la par pero que no se salvaron de los daños.

     Sin previo aviso, una ráfaga nos atravesó a una velocidad vertiginosa. Se sintió como un objeto volando a alta velocidad nos rozó las orejas y cayó unos metros más adelante, rebotando violentamente contra el suelo, para luego elevarse y caer justo en frente de nosotros liberando un humo blanco grisáceo.

    Paramos en seco, mientras el humo se acercaba. 

    —¡Tapen sus narices! —Gritó mi padre.

      Miré detrás de nosotros y pude apenas definir como uno grupo de personas se nos acercaba corriendo, uno de ellos agarrando entre sus manos un arma que no podía figurar correctamente.

     Un fuerte sonido se reprodujo cuando mi madre golpeó el suelo; le siguió Victor; Sara; mi padre, y por último, justo cuando aquellos nefastos individuos nos alcanzaron, caí al suelo perdiendo el conocimiento.

    Me desperté aturdido; mi cabeza daba muchísimas vueltas y apenas era consciente de mí. No recordaba ni el cómo y ni el porqué hasta pocos instantes después de que el sol del atardecer me diera justo en los ojos. Estaba sentado en la sala de la cabaña, pero por alguna razón no podía mover los pies aún. Mis brazos estaban atados a mi espalda y sentía frío. Me habían despojado de mis ropajes, solo me quedaba la ropa interior.

    —despertó el niño. —dijo un chico del cual solo podía ver la silueta asomándose por la puerta.

    —¿Quiénes… son ustedes? —Le pregunté con pocas energías en mi lengua. 

    Nadie contestó, pero a los escasos minutos se me acercó un chico quien sin decir nada me levantó del suelo. Las piernas me temblaban y me dolían cada una de las extremidades como el infierno.

    Cuando atravesamos la puerta pude ver a mi padre en ropa interior en el suelo sentado a una distancia de mi madre, Sara y Victor quienes no vestían más que su ropa interior.

    Una chica estaba de pie en medio de los demás. Le acompañaban dos personas más. Una chica esbelta de cara fina con un peinado trenzado y un chico con lentes con algo de barba que sostenía en su mano derecha un maletín.  El que me acompañaba era un rubio no muy esbelto pero musculoso, que olía a libros viejos y chocolate por alguna razón. Todos vestían una ropa de patrones de manchas, guantes y mochilas.

    La chica que estaba en el medio de todos los demás parecía ser la líder porque en su rostro serio y en sus ojos afilados se veía que no estaba para nada contenta. Era de tamaño mediano, cabello afro cubiertos por trapos y labios gruesos; en su cintura se podía ver colgado un poco del estuche para las armas láseres. Permanecía en silencio mientras paseaba sus ojos sobre todos, mientras mantenía una mano en su cintura y con la otra acariciaba de manera muy evidente su arma.

    La chica estaba de espalda hacia mí, pero cuando hice acto de presencia se giró y me regaló una sonrisa. No sabía cómo sentirme para nada.

    —Bien, ahora que ya está el último de ustedes despierto. Les tengo unas cuantas preguntas que hacer. —Exclamó la chica del afro. Antes hizo una larga pausa  —¿Ustedes forman parte de los rojos?

    —¡¿Qué nos van hacer?! —Gritó mi madre llorando y enojada. —Solo somos sobrevivientes de este maldito apocalipsis del infierno. No tenemos a donde ir, no sabemos nada, no haremos nada. ¡Solo déjenos ir!

    —No, no, no. No me están entendiendo. —La chica  se acercó a mi madre poniéndose de cuclillas a la altura de su rostro. Sentí un ardor punzante en corazón. —Es imposible que hayan llegado hasta aquí solo por sus medios. Es a decir verdad, imposible de creer. —Se rió ligeramente con sarcasmo. —¿Dónde están sus tatuajes?

    —¿Tatuajes? ¿de qué diablos estás hablando estúpida niñata? —Exclamó mi padre forcejeando las cuerdas de sus piernas y brazos.

    —No lograrás nada tratando de ofenderme. —respondió poniéndose de pie y caminando hacia Sara quien cubría como le era posible su abdomen. —Esta chica parece que tiene algo muy importante que cubrir en su abdomen.



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En el texto hay: misterio, apocalipsis, ciencia ficcion

Editado: 21.08.2023

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