No ha sido el fin del mundo todavía, los humanos siguen poblando la tierra a su manera. Hay casas y coches desolados en cada ciudad del planeta. Hubo un descenso de humanidad, no hay electricidad; quién se mantiene en comunicación es un afortunado al igual del que vive en una casa y tiene que comer.
Los sucesos del repentino cambio no afecta al pequeño grupo que ha llegado a un refugio. Todos los integrantes miran la puerta de color negro verificando que sea el lugar correcto de la carta recibida. El hombre que va al frente tocó la puerta con firmeza esperando que abrieran. Miró a sus acompañantes con una media sonrisa.
—Tranquilos,— habló.— Tranquilos...— Los demás afirmaron con la cabeza. Sonrieron esperanzados; al fin, quizás descansarían del largo viaje.
No temían del nuevo mundo, sabían con certeza que si algo malo llegaba a suceder era porqué cumplían con la ley del destino y, la recibirían con tranquilidad y serenidad, pues toda la humanidad estaba recibiendo una gran prueba cósmica. Quienes se habían perdido en el camino, cayeron en la tentación del mundo inferior o se quejaron por sus sufrimientos, a otros, les tocó el destino de morir.
Al no optener respuesta del otro lado de la puerta, el hombre metió la llave por la cerradura y abrió, dejando pasar a todo el grupo; rápidamente buscaron dónde alojarse, pues aquel lugar era un enorme terreno con piso de concreto y partes con tierra dónde había árboles, también se encontraban carpas viejas alzadas con palos de madera y techos de acero que se sostenían por los muros.
Armaron las casas de campaña, descansaron un poco de aquel largo viaje y al caer la noche prendieron una hoguera con las ramas secas que pudieron encontrar bajo los árboles; asaron comida, platicaron un poco con regocijo; una integrante del grupo encontró un aparato viejo con pilas incluidas y pudo por un momento corto, compartir música clásica con todos.
Hasta tarde, unos cuantos seguían sentados cerca a la fogata, el silencio que compartían fue el más cómodo y acogedor de todo el viaje; tocaron la puerta sobresaltando a todos por un momento. En silencio cada uno observó al líder, quién cauteloso les dijo seguir en silencio mientras él se dirija a abrir la puerta.
—Desesperación—, murmuró.— Debemos abrir porqué sería peor y pase lo que pase, deben mantener la calma.
Caminó hasta la puerta, abrió la ventana y observó una multitud desesperada. Les miró con serenidad.
—¿En qué podemos ayudarlos?— Preguntó, sabiendo que si intuición le advertía peligro.
—Déjanos pasar.
La voz masculina retumbó en todo el espacio desolado. Aquel líder miró con dureza el arma que apuntaba su rostro. Sigiloso afirmó y al instante quitó el seguro de la puerta.
—Sean bienvenidos.—Comentó al abrir.
El grupo que yacía en la espera a la luz de la fogata, con miradas de incertidumbre se levantaron al momento que los desconocidos irrumpieron, debían moverse con alevosía y ventaja para dejar su anhelado refugio esa noche. Con suma amabilidad dieron la bienvenida a los extraños, ofrecieron comida, cruzaron una o dos palabras. Se reunieron, tiempo después en un rincón del terreno.
—Es hora de partir o nos matarán cuando intenten matarse entre ellos.—Suspiró con tristeza el líder del grupo.— Recordad que no lucharemos con violencia en este mundo, sino con la bondad de nuestros corazones
—No servirá de nada—Replicó una joven del grupo.—Seguiremos igual al cruzar esa puerta, topándonos con gente así que se matarán entre ellos después.
—Recojan todo lo que puedan y vámonos ya...Aún nos espera otro largo viaje al fin del mundo.