Las cosas en el hospital todavía seguían saliéndose de control de forma despampanante. A medida que el tiempo pasaba, todo se iba desmoronando por todo el mundo y en solo cuestión de horas las cadenas de noticias comenzaban a informar de saqueos, asesinatos y fuerzas militares golpeando el pueblo. La piel se me ponía como de gallina y el corazón me daba un vuelco cada vez que observaba el exterior del hospital Santa Sofía —porque era una cantidad grande de militares los que se hallaban allí afuera poniendo atención y controlando al flujo de enfermos—. A eso de las diez de la noche ya se reportaban unos diez casos de personas con el virus Menenge en sus organismos, pero solo cuatro horas más tarde las cifras ya no se podían contar. Todo fue como si estuvieran contando los votos de un pueblo que acabó de votar por algún presidente electo, cada cierto tiempo un boletín era emitido por televisión para informar cuantos casos estaban siendo detectados por todo el mundo y, a eso de las tres de la madrugada, los boletines seguían emitiéndose, pero el número de casos se había detenido. En pocas palabras, las cifras de infectados llegaron a casi cien millones de personas en todo el mundo y ahí todo se detuvo. Con base a lo que se sabía sobre el virus y a quiénes atacaba, pude deducir que esa enorme cifra de personas enfermas era el total de todas las personas en el mundo que poseían un sistema inmune vulnerable como niños, ancianos y personas con cáncer, en sus organismos o alguna otra enfermedad que pudiera generar un desgaste en el sistema inmunológico.
Por otro lado, la gente ya podía identificar los síntomas con eficacia luego de que por televisión se la pasaran hablando del virus. Toda persona que tuviera algún tipo de hemorragia, náuseas, dolor de cabeza, rigidez en el cuello, desorientación entre otros; era inmediatamente aislado de la población con el fin de evitar una propagación de la Menenge.
Y pues, con base a todo lo que Patricia me había contado y había visto, sabía perfectamente que solo era cuestión de tiempo para que los casi cien millones de infectados que estaban regados por todo el mundo murieran y volvieran a la vida como otra cosa. Tenía bastante miedo y no podía detectar alguna solución por parte del gobierno. Todo se iba en picada.
—¡Doctor Henderson! —oí la voz de Zoe exclamar casi a mis espaldas. Me detuve y entonces la vi a ella dando un pequeño trote hasta mi posición. —Necesito que me acompañe por favor… una pareja ha traído a una niña y me han dicho que lo necesitan a usted… ¡no quisieron que yo los atendiera!
—¿Qué sucede? ¿Quiénes son? —pregunté con curiosidad luego de haber frenado en seco. Bajé un poco la mirada cuando sentí que ella me tomó del antebrazo para llevarme arrastrado como a un niño pequeño. De igual manera, necesitaba volver a la zona de cuarentena y ver a Patricia luego de terminar con esto.
—Solo sígame… por favor. —pidió ella. Tiró un poco de mi brazo, pero me liberé fácilmente pues yo podía caminar sin ningún problema.
Caminamos a paso largo pero decidido hasta que llegamos a una zona aislada del hospital en donde el personal médico era casi nulo. Me pareció un poco extraño y no dudé en mirar en todas direcciones con algo de nerviosismo. Vi que Zoe estaba un poco nerviosa también y no decía ni una palabra.
—Es aquí… —comentó ella. Se acercó a la puerta y luego la abrió.
Le seguí el paso y una vez dentro pude notar lo que había. Sobre una camilla reposaba un niño totalmente pálido con unas grandes ojeras, además pude notar que apenas si podía respirar. Al lado había un hombre el cual intuí que era su padre, porque estaba llorando en silencio. Pero en cuanto vio que ingresamos a la habitación, se levantó de su asiento y caminó hasta mi posición.
—Muchas gracias… —vi que el hombre volteó a mirar a Zoe y le agradeció con algo de ternura. Le asintió con brevedad. A continuación, una mujer de cabello rubio salió del interior del baño sosteniendo un revólver entre sus manos. Llevaba una niña pequeña consigo la cual dejó ir hasta que corrió a los brazos de la joven enfermera.
—Lo siento muchísimo… —me dijo Zoe un momento antes de tomar a su hija en brazos y salir corriendo de la habitación a toda velocidad.
Sentí que el corazón lo tenía en la boca y pude sentir como se abría también algo entre mis costillas debido al terror que me agobiaba en ese momento. Zoe me había llevado directo a una trampa solo para salvar de la forma más egoísta a su pequeña… pero bueno, seguro yo hubiera hecho lo mismo en esa posición.
—Sálvela… —pidió el hombre casi entre dientes con una mirada profunda acompañada de esa espesa barba. —Hágalo…