Apolo

CAPÍTULO I

La música retumbaba en el exterior. Él se coló entre la multitud y entró en el local. Se hallaba colmado de gente. Estaban culo con culo, espalda con espalda. Para atravesar la muchedumbre era inevitable el roce. Contacto, piel con piel. Se notaba húmeda. La gente estaba sudando. Todo el mundo bailaba. Nadie se fijó que por la sala se colaba un chico alto, de metro ochenta, con una sudadera negra y la capucha puesta. La gente seguía a su bola. Bailando al ritmo de En su Nota de Don Omar. Iba propiciando pequeños codazos para abrirse paso. Eso sí, sin llamar la atención. Tenía que pasar lo más desapercibido posible. Las luces rosas y verdes, a veces coincidían en el enfoque de su cara. Agachaba la cabeza. Cualquier paso en falso, cualquier persona que le avistara y sería hombre cazado. Consiguió llegar a la barra. Uno de los camareros le vio. Disimuladamente se aislaron de la gente borracha que pedía más chupitos, más cubatas. Una ronda más. Nadie se dio cuenta, a excepción de una persona. A excepción de ella.

- Tío, ¿lo tienes?

- Si, toma.

A escondidas y con las manos bajas, se pasaron algo. Ella no consiguió descifrar de que se trataba. Aunque no era muy difícil de adivinar. Seguramente droga.

- Gracias tío, te debo una.

Se dieron un abrazo. Esos abrazos de hombre a hombre. Tan machitos. Con varios golpes secos en la espalda.

- Va, te invito a una.

- No, no. Si alguien me ve, estoy muerto.

- Va tío, ¿Cómo te va a ver alguien aquí? Míralos, están todos borrachos, no se mantienen ni en pie, como para fijarse en ti.

- Está bien, pero una rápida.

Se sentó en un taburete de la punta de la barra. Una presencia desconocida le intimidaba. Un escalofrío le recorrió por todo el cuerpo. Disimuladamente, sin girar la cabeza, se atrevió a girar los ojos. Una figura femenina le estaba acechando. Rápidamente volvió la mirada a la barra. La clavó en un punto fijo.

- Aquí tienes tío.

- Gracias. – levantó rápidamente la vista para mirar al camarero y volvió a fijarla, esta vez en la copa.

- ¿A caso te intimido? – dejó caer una voz femenina, a escasos metros de él.

Tensión. Miedo. Nervios. Respiración acelerada. Ansiedad.

- Vaya, si que tengo poder de seducción... - se acercó a su oreja.

- Para.

- Venga...sé que te gusta. No lo escondas.

- Mira, no estoy para ostias ni jueguecitos, ¿vale?

- ¡Serás cacho borde de mierda! ¡No me extraña que estés solo! Sabes... lo he visto todo.

- ¿Qué?

- He visto como tu camello te pasaba la droga.

- Que, ¡¿Qué?! ¿De qué me estás hablando?

- Antes os he visto trapichear ahí, a escondidas. – señaló el lugar.

- Mejor cállate, porqué no tienes ni pu-ta idea de lo que estás hablando.

- A lo mejor yo no... pero ¿y la policía? Ellos, quizás sabrán mejor de que hablo, es más, a lo mejor ya tienen un expediente tuyo, porqué... con las pintas que llevas, no me extrañaría...

El chico, sin haber tomado si quiera un trago de la bebida, se fue. Pero esta vez, por la puerta trasera. Unos tacones le perseguían.

- ¿Quieres dejarme en paz?

- ¡A mi nadie me deja con la palabra en la boca!

Nervioso y con la tensión a flor de piel, se paró bruscamente. Parecía enfadado. Cogió a la chica por la muñeca. Con fuerza.

- ¡Muy bien, pero si quieres meterte en problemas, lo estás consiguiendo! O vuelves a entrar por esa maldita puerta – la señaló con rabia – o atente a las consecuencias.

- Así que tú mismo acabas de admitir que estás en problemas... ¡Jaque mate! La reina mata al rey.

El chico abrió la puerta trasera. Daba a un callejón oscuro. Sucio. Lleno de basura. Con alguna rata muerta en las esquinas.

- Así que estos son los escenarios por los que te mueves... Mm... no me sorprende. Viendo las pintas que llevas...

- ¡Te quieres callar de una puta vez, jodeeer! – la paciencia se iba terminando. El vaso cada vez estaba más lleno.

En un primer efecto pareció que ese grito tuvo resultado. Ella se había callado. ¡Al fin! Pero cada paso que avanzaba, cada paso de tacón que se oía...

Empezó a acelerar el paso. Los zapatos de tacón aceleraban al mismo ritmo que los suyos.

A la distancia se oía un ruido muy familiar para todos. Eran unas sirenas. Unas sirenas de policía que cada vez se hacían más presentes.

- ¿Oyes eso? Ni-no-ni-no... - parecía una niña pequeña haciéndose la tonta - ¿son unas sirenas? – preguntó con sarcasmo. Ella misma se respondió - Mmm... Me parece que sí.

- Joder, jo-der... ¡La pasma!

- El rey muere por segunda vez.

El rey hizo caso omiso a las palabras de la reina en esa partida de ajedrez. La cogió del brazo y empezó a correr, tirando de ella.

- ¡Suéltaaameeee!



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En el texto hay: misterio, joven, fuga

Editado: 04.08.2020

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