Los días siguientes en el instituto Hilton estuvieron marcados por una dualidad tormentosa para Connor. Por una parte, el brillaba en la cancha de baloncesto y mantenía su fachada de invencible líder social; por otra, cada momento compartido con Aurora tejía más profundo el dilema en su corazón. Era una batalla interna que lo consumía poco a poco, una lucha entre mantener su orgullo ante sus amigos o ceder ante los sentimientos que empezaban a florecer hacia Aurora.
A medida que Connor y ella pasaban tiempo juntos, los matices de su relación comenzaron a cambiar. En las tardes de estudio compartidas, las sonrisas se volvían más frecuentes y las miradas se prolongaban más de lo necesario. Aurora, con su perspicacia natural, comenzaba a notar una sinceridad en Connor que no concordaba con la imagen que ella tenía de él, basada en rumores y prejuicios. Su curiosidad por conocer el verdadero Connor crecía, a la par que una confianza tímida florecía entre ellos.
Por su parte, Connor se veía cada día más envuelto en sus propios cuestionamientos. Las conversaciones con Aurora, que al principio había pensado que serían simples y superficiales, se habían convertido en intercambios llenos de significado y descubrimientos compartidos. Ella le mostraba un mundo que él había ignorado deliberadamente, lleno de sueños, desafíos intelectuales, y una simplicidad embriagadora. Empezó a darse cuenta de que la felicidad podía encontrarse en los momentos más sutiles, como el silencio compartido al decir algo sin mucha importancia o la risa cómplice por un chiste inesperado.
Pero días después todo cambió. Connor ya no aparecía en la biblioteca para continuar con el proyecto de literatura, ya no iba a clases, no le respondía ninguno de sus mensajes y Aurora comenzó a notar la ausencia exagerada. Al principio pensó que quizás solo se trataba de algunos días libres, pero cuando los días se convirtieron en una semana completa, la preocupación se convirtió en una constante en su mente. Insistió en seguir con sus estudios mientras algo en su interior clamaba por respuestas.
Una tarde, al terminar las clases, Aurora decidió que no podía soportar más la incertidumbre. Su intuición le decía que algo no andaba bien. Determinada a descubrir qué estaba pasando, emprendió el camino hacia la casa de Connor, con la esperanza de encontrar respuestas.
Al llegar, fue recibido por una de las amas de llaves, una mujer de sonrisa amable que la condujo al jardín trasero, donde Connor estaba jugando billar con dos amigos. Al verla, Connor se sorprendió y una mezcla de emociones atravesó su rostro.
—Aurora —dijo, dejando la barra de billar—, ¿qué haces aquí? —Su tono revelaba incomodidad y una pizca de irritación, mezclada con sorpresa.
Ella lo miró directamente a los ojos, tratando de entender lo que ocurría. —Connor, me he preocupado por ti. No ha asistido a clases y no ha respondido a mis mensajes. Quiero saber si estás bien.
Uno de los amigos de Connor, un chico de cabello desordenado y expresión burlona, lanzó una carcajada. —Vaya, parece que tienes una visita inesperada, Connor —dijo con tono sarcástico.
Connor frunció el ceño y se volvió hacia sus amigos. —Se terminó el juego —Su firmeza hizo que ambos chicos se retiraran, aunque no sin murmurar entre ellos.
Cuando quedaron solos, Aurora se acercó más a Connor. —¿Qué está pasando, Connor? ¿Por qué no has ido a la escuela? —La preocupación en su voz era palpable.
Él suspiró y miró al suelo, impidiendo el contacto visual por un momento.
Connor estaba visiblemente alterado, sus movimientos eran erráticos y sus manos temblaban levemente. Aurora lo observaba con una mezcla de preocupación y determinación.
—¿Qué está pasando, Connor? —preguntó nuevamente Aurora al percibir el silencio en él. Su voz era suave, casi un susurro, pero cargada de firmeza.
Connor alzó la mirada y sus ojos reflejaron una tormenta interna. —Mi padre biológico quiere llevarme a vivir con él a México —respondió con amargura. —Quiere que me haga cargo de sus empresas, ya que soy su único hijo.
Aurora sintió un nudo en el estómago. Sabía que ese giro en la vida de Connor significaba algo más profundo.
—¿Y tu no quieres? —Connor se sentó en el suelo, en el borde del piso.
— Si quiero seguir recibiendo su apoyo después de terminar la secundaria, tengo que dejar mi sueño de lado, mudarme a México y asistir a una universidad allí para prepararme para manejar sus negocios.
Aurora se acercó lentamente a él. —¿Y tu madre? ¿Qué dice ella de todo esto?
Connor apretó los puños y la frustración empezó a consumirlo nuevamente recordando la conversación que tuvo con ella antes de marcharse de viaje con su esposo. —Mi madre no me apoya. Le parece una buena idea que vaya con mi padre. Le preocupa demasiado el futuro financiero y no entiende mi pasión por el baloncesto.
En ese momento, Connor tomó una botella de alcohol y dio un trago largo. Aurora, sin pensarlo dos veces, le arrebató la botella. —No, Connor. Beber no va a solucionar nada.
Connor la miró con furia. —¡Déjame en paz, Aurora! No tienes por qué estar aquí — Su voz se quebró en la última palabra levantándose para alejarse de ella. Aurora se puso de pie y giró para mirarlo y observar que realmente estaba mal.
—No, Connor. No me voy a ir. Estoy aquí para escucharte y apoyarte en lo que sea.
El respiró profundamente, tratando de contener las emociones que lo desbordaban. —¿Por qué te importa lo que me pase? A nadie le interesa —dijo él mirándola, viendo esos ojos que le provocaban algo.
Aurora sintió que su corazón se aceleraba. Este era el momento que había temido y esperado a la vez. —Porque a mí si me importas —respondió ella mordiéndose el labio inferior.
Connor se acercó a ella lentamente, sus ojos clavados en los de Aurora. Cuando estuvo lo suficientemente cerca, tomó su rostro con ambas manos y, sin pensarlo dos veces, intentó besarla.
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Editado: 18.07.2024