Apostemos que me caso

“Apostemos que me caso”. —Kyanite Vandald.

—Con esa actitud de mierda tuya. No creo que algún día te cases —bufó Charlotte, dándole una mordida a su torta de huevo con jamón.

—¿Qué quieres apostar? —murmuró Rafael, bastante ofendido por tal afirmación; de igual forma, sosteniendo una torta, la cual era de milanesa de res.

 

Rafael y Charlotte tienen 16 años; cruzan el mismo año de bachillerato; pero ellos dos han sido muy amigos desde el kínder. Aunque hayan tenido un lapsus largo de separación.

 

Las madres de ambos podrían afirmar… algo, pero sus respectivos hijos no les confirmaban nada… aún.

 

Al principio su relación se basó en hacerse bromas infantiles y reírse de sí mismos; jugaban bastante. A veces lloraban o se enojaban con el otro debido a un exceso de diversión guiado por la inocencia y la incapacidad de saber cuándo era suficiente, pero luego de un corto tiempo, las cosas volvían a la normalidad entre ellos y su amistad se fortalecía.

 

Ya fuese que Charlotte pusiese chicles húmedos en el asiento de Rafael, riéndose cada vez que el chico se sentaba sobre ellos; o que él lograse sacarle algunos de sus útiles de la mochila para esparcirlas por el salón de clases.

 

En la primaria, ambos fueron a la misma escuela, pero sin fallar, hasta sexto grado, estuvieron grupos separados: en el primer grado, por ejemplo, Charlotte entró al “1ero A”, mientras que Rafael fue asignado al “1ero C”.

 

Aun así, ellos se buscaban y se hablaban bastante durante los descansos aunque tuviesen otros amigos diferentes con los cuales hacer lazos especiales. Tan de esa forma eran las cosas entre ellos, que cada año eran invitados a las fiestas de cumpleaños del otro.

 

»¿Será que se gustan? —a veces se preguntaban las madres de sus hijos, mientras los veían juntos, pero jamás hicieron esa pregunta en voz alta. Menos frente a ellos. Ni en público, ni en privado.

 

Durante la secundaria, Charlotte y Rafael se distanciaron casi completamente debido a que fueron inscritos a sus distintas escuelas, pero el problema real vino cuando sus generaciones, de ambas instituciones, parecieran estar en conflicto.

 

Y mientras Rafael permanecía en el grupo “beta”, entre los que, solo se enfocaban en sólo ir y salir de la escuela sin pena ni gloría; Charlotte entró al grupo “alfa”, entre las chicas y chicos populares, rebeldes y peleones.

 

Alguna vez Charlotte se peleó contra una chica que, curiosamente, iba en el mismo grupo que Rafael. Y quien por cierto, era bastante alta y robusta, por no decir, brutalmente fuerte.

 

Él por puro morbo vio el espectáculo. Charlotte perdió. Y cuando Rafael quiso acercarse a ella por primera vez en muchos meses, los propios compañeros de ella lo miraron mal, la sacaron de ahí y la alejaron de él.

 

Varias cosas más pasaron que los hizo tomar todavía más distancia…

 

Entonces llegaron a preparatoria.

 

Ambos volvieron a verse las caras en su primer día, pues fueron asignados al mismo instituto técnico en la misma carrera: “informática”.

 

Para sorpresa de Rafael, fue Charlotte quien dio el primer paso para volver a retomar el contacto entre ellos.

 

»Hola… —ella se acercó a él durante el receso.

 

Como muchos otros novatos durante su primer día, ambos comían solos en el pequeño jardín, un tanto divididos de otros chicos y otras chicas que tuvieron la fortuna y la habilidad social de conseguir compañía nueva sin problemas.

 

Ante la cercanía de Charlotte, que para entonces ya era toda una chica atractiva ante sus ojos de adolescente, Rafael tragó saliva, tratando de sonreírle como si nada estuviese pasándole.

 

»Hola. ¿Y cómo estás?

»Bien… creo… —ella se sentó a su lado, desenvolviendo su sándwich—, ¿le entendiste a la maestra de matemáticas?

»No —Rafael se rio a la par de ella.

 

Entonces las cosas entre ellos parecieron volver a ser lo que eran antes.

 

Si bien Charlotte era un tanto popular entre los chicos por su belleza y Rafael no solía creer que todos los tipos que se le acercaban lo hicieran por tener buenas intenciones, él procuraba no ser un estorbo para ella. Eran amigos, ¿no?

 

»Creo que ese wey tiene novia —le avisó en una de esas ocasiones, mientras tomaban la microbús que los guiaría a sus casas, pues vivían no muy lejos el uno del otro.

»¿En serio? Me dijo que si quería ir al cine el sábado.

»Allá tú, pero yo te aviso, ese cabrón tiene novia.

»A mí no me dijo nada.

»¿Y eso no te dice suficiente?

 

Por suerte, Charlotte no era una estúpida, y procuraba tener sus sentidos bien afilados. A veces salía con algunos chicos, pero al parecer todavía no se hacía con ningún novio.

 

En cuanto a Rafael… bueno, a él solían gustarle chicas que claramente no podría tener a su lado. Una de ellas fue su joven maestra de inglés 1. Quien por lo menos le llevaba 10 años de ventaja. Otra era la misma Charlotte, pero en el fondo, él no creía que entre ellos pudiese haber ese tipo de crush correspondido.

 

»Si le sacas una foto sin que ella se dé cuenta, te juro que te demandaré por acosador —le dijo alguna vez Charlotte, en voz baja, cuando lo atrapó mirando fijamente a la joven profesora mientras ella escribía en el pizarrón.

»Déjame en pez —gruñó él en respuesta, enrojeciendo fuerte de la cara, poniéndose a escribir en su libreta casi vacía.

 

Ya era el segundo año de preparatoria y Charlotte junto a Rafael estaban comiendo tortas en la hora del descanso cuando ella soltó esa insultante afirmación: “No creo que algún día te cases”.




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