Aprendices de Politicos

Capítulo 6: Rumbo a otros caminos

Tras el gran escándalo que arme me subo a mi auto y me dirijo a mi oficina a supervisar lo que es mi verdadero trabajo y no aguantarle mierdas a unos tipos. Tengo la sensación de que mi padre pronto me reclamara esta situación, pero no me importa, he dicho todo desde la verdad o desde la frustración , pero no dejo de tener una realidad cruel y fría de lo que está pasándome actualmente y a muchas otras personas.

 

Al entrar a mi oficina puedo ver sentado a mi viejo amigo de la universidad, Roberto. Sin duda su traje color gris brillante me da a entender que está bien posicionado y es bastante llamativo.

 

—Hola, viejo amigo — dice alegre.

—Ha pasado mucho desde la última vez que nos vivimos y eso fue en nuestra graduación — digo.

 

Ambos nos abrazamos.

 

—Veo que cumpliste nuestros sueños — digo.

 

Mi sueño era crear mi propio negocio y ser reconocido por lo que sé hacer, no ser un lavador de dinero y posiblemente en algún momento un testaferro, además de servirle al narcotráfico a cometer delitos que obviamente me agregarán a mi historial criminal.

—Hago lo que se puede — digo.

—Vaya, lo más curioso es que este local debe de costar mucho y no veo que tengas secretaria o discípulos que te ayuden — dice.

—Bueno, los clientes son bastante exigentes y solo yo hago el trabajo y me ahorro costos.

—Sabes, desde que trabajo para el gobierno me he percatado de que ahora tienes acceso a mucha información y lo peor es dársela a mi jefe, el diputado Zarceño — dice Roberto.

 

No me gusta para donde va la dirección de ese diálogo. Tengo un mal presentimiento.

 

—Sí, vi las noticias. Estás en un cargo público muy alto, estas con la crema inata—.

—Sabes, lo curioso es que surgieron nuevas compañías de las cuales mi jefe quiere ser dueño porque son rentable. Lo más curioso fue saber a donde iban los fondos — dice.

—¿De qué compañías hablas?

—Hablo de dos en particular, lo que le gusto a mi jefe o más bien lo que no le gusto fue el hecho de que usaran esquemas piramidales para cometer fraudes y cuando su hija perdió dinero, eso lo molesto — dice.

 

Maldita sea, espero que no hable de las compañías fantasmas y de cartón que he estado abriendo para Miguel.

 

—Tuve que usar mis contactos para poder lograr encontrar a los culpables y lo único malo fue saber que ese dinero lo manejas tú — dice.

 

Puedo sentir ese momento tenso entre nosotros, acusándome de robar y defraudar y lo peor de todo a la hija de un diputado.

 

—Me alegra que sigas mi paso, pero te llevaré con mi jefe— dice.

 

En ese momento dos sujetos me arrojan al suelo y me colocan una bolsa de tela en la cabeza, además de un trapo en la boca par que no se escuchen mis gritos. Me levantan para tirarme a una camioneta negra sin placas en el estacionamiento. Uno de ellos me da un golpe hasta quedarme inconsciente.

 

Tres horas después …

 

—Está despierto.

 

Me quitan el costal de tela que tengo en la cabeza, la vista aún sigue borrosa y yo sigo escuchando voces a los lejos como si estuviera en un cuarto oscuro.

 

—Hola Jacobo.

—¿Quién es y quienes son?

—No te preocupes, no necesitamos presentación.

—Zarceño

—Sí, y me alegra saber que me recuerdes, pero mi hija aún está molesta por el fraude que cometes.

—Le prometo devolverle su dinero.

—Sabes, me pareció ingenioso que tú estés liderando esas organizaciones con tan perfil bajo. Ahora dime para quién trabajas.

—No tengo idea— digo asustado.

—Bueno, pero esas empresas deben de estar a tu nombre. 

—No — digo mientras contengo mis lágrimas.

—Sabes, podemos hacer alguna especie de trato — dice Zarceño.

—¿Cuál?

—Trabaja para mí — sugiere Zarceño.

—¡Qué!

—Alguien con tus habilidades y conocimientos puede serme útil en mi siguiente campaña y además necesito un financista. Vamos chico, Roberto me dijo que eres inteligente para la administración y veo que has sabido timar a la gente —.

 

Nuevamente, estoy casi al principio, no puedo aceptar esto, pero también puedo sacarle beneficio. 

 

—Lo haré — digo.

—Me alegra oír esas palabras — dice Zarceño. 

 

En ese momento sus muchachos me traen a un sujeto que también está atado y me entregan una soga.

 

—¿Qué?

—Tienes que demostrarnos tu lealtad — dice uno de los sujetos.

—¿Qué tengo que hacer?— digo asustado.




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