Aprendices de Politicos

Capítulo 11: Volando como el buitre


Pasaron unos cuantos días desde que cometí ese error que vivirá en mi conciencia por mucho tiempo. Lazaro y yo aún seguimos trabajando en nuevas estrategias para poder mejorar el lavado de dinero. Yoselin se ha encargado de autorizarnos préstamos millonarios a algunas de las empresas. Ella no sabe nada de lo que hice o de que hable con el caimán.

 

—Estás bien — dice Lazaron entrando a mi oficina.

—Sí— digo algo serio.

—Escucha, hiciste lo que hiciste por sobrevivir. Deja de lamentarte — dice tratando de consolarme.

—¿Cómo van los estados de cuenta?

—Lo mandé a terceros, no te preocupes. Son referidos de corruptos.

—Genial — digo un poco satisfecho.

 

Entra una llamada a mi teléfono. 

 

—Hola—

—¿Cómo está mi administrador favorito?

 

Zarceño me hablo a mi teléfono personal. Algo extraño ya que no se lo dí, pero lo pudo encontrar con otros medios.

 

—En que te puedo servir.

—Me ayudarás mucho en un trabajo que te tengo y es el de ser mi asesor personal para estas elecciones— dice.

 

En resumen, quiere que sea una especie de jefe de campaña.

 

—Yo no hago eso — digo.

—Vamos, ayudarás a administrar mi dinero y sobre todo mis finanzas para evitar sanciones por parte de la entidad electoral. Sabemos que la competencia por el hueso es dura, así que lo mejor es que tenga bien respaldado todo—dice.

 

Sin duda alguna no tengo elección de ello. 

 

—Claro, ¿Cuándo nos reunimos?

—Te enviaré a mi asistente que está riquísima, te puedes acostar con ella después de mandar el mensaje, le daré la orden —dice.

—Es bueno saberlo — digo muy serio.

 

Cuelga la llamada y vuelvo al trabajo. Tengo que resolver algunas cosas en el banco, así que salgo en mi carro. Me compré una nueva camioneta porque me lo merezco y además un sujeto como yo debe de estar dispuesto a dar la mejor imagen. 

 

Saliendo del parqueo y dando vuelta en la primera esquina empiezo a sentir ansiedad, no sé si es la culpa. Al ver el retrovisor veo una camioneta sin placas y polarizado, cruzo en la siguiente calle y él me sigue. 

 

Alguien mando a vigilarme, así que acelero a una velocidad de cien kilómetros por hora para poderlos perder en el bulevar de los hoteles y en dónde hay más seguridad perimetral. La persecución se pone más intensa cuando paso algunos túmulos y los sujetos aún me sigue, en un momento se me atraviesa una persona y coloco el freno de mano, la fricción y la física de la situación hace que choque con un poste eléctrico. 

 

Enfrente del volante puedo escuchar como rompen los vidrio, yo aún sigo aturdido del impacto y la bolsa de aire. Al momento de recobrar mi conciencia siento como sujetos me sacan a la fuerza e incluso rompen mi saco y me colocan un pañuelo en la cabeza, me suben al carro y comienzo el pánico.

 

Sin saber qué pasa, con la cabeza tapada y ninguna pista de donde estaré. Escucho como se bajan del vehículo y abren las puertas para que camine, al quitarme el trapo de la cabeza puedo tener una lucidez de donde estoy y es un lugar en donde hay puro pasto, siento que me van a matar.

 

—Es hora que demuestres tu lealtad — dice Miguel.

 

No sé por qué tengo la sensación de que debo matar a alguien para seguir con vida.

 

—¿Qué mierda tengo que hacer?

—Cállate — dice Miguel y me pega en la cabeza.

—Soy tu patrón o más bien tu dueño y necesito que hagas esto.

 

Un camión se acerca y veo un grupo de personas fuertemente armado. Mis ojos logran identificar a alguien, uno de los sujetos que entrego su hoja de vida para poder trabajar en una de nuestras empresas de cartón. Aún recuerdo a detalle sus objetivos profesionales, “buscar una empresa sólida para poner en práctica mis habilidades y conocimientos”. Su nombre era Alan, no quiero ni pensar en que terminarán con él o su familia, aún recuerdo su profesión que era contador. 

 

—Estos muchachos te llevarán cerca de la frontera para que puedas recoger varios paquetes de mercancía que necesito traer aquí y empezar a vender. Tú serás el intermediario, recibes el dinero y el paquete, luego ellos te escoltarán de regreso.

—¿Qué pasa? … Si en todo caso fallamos — digo temeroso.

—No fallarás— dice el caimán. 

 

Miguel me entrega un arma para defenderme. Me suben a la camioneta con el resto de personas y sin duda esto es algo muy feo. Me siento justo frente a Alan, intento enviarle una mirada de apoyo y ayuda, pero él simplemente me ignora.

 

Todo el camino paso con cara pensativa, quizás pensando en sus padres que deben de estar día y noche siendo comidos por la ansiedad de saber por su hijo o si está bien, buscándolos en la morgue y hospitales nacionales o peor aún buscando en las calles de la ciudad.




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