Theo
Elijo uno de unos relojes de colección y lo coloco en la muñeca mientras leo mis citas para el día. Reuniones, reuniones, reuniones y una cena con Giselle, una modelo norteamericana con la que llevo un par de meses saliendo. Nada fuera de lo normal. Otro día más.
Bajo las elegantes escaleras de mármol de mi casa en la ciudad de Londres, donde mi perro Max espera pacientemente por su comida.
El canino menea la cola y se levanta para recibirme con su característica simpatía. Me agacho y le hago un par de caricias antes de dirigirnos a la cocina. Sirvo su comida y una taza de café para mí.
Bebo mi café, reviso mis mensajes encontrando uno de mi prima Rachel pidiendo la exclusiva del caso Samuels. Ni siquiera sé si iremos a juicio o se hará un trato y ella ya está especulando como la fantástica periodista que es. Si no fuera mi prima y no me agradara, ignoraría su mensaje, pero como la admiro y la quiero como a una hermana, respondo que sí.
Fui criado por padres aristócratas que se casaron por negocios, no por amor, ni pasión. Actualmente siguen juntos viviendo su vida a su manera. No los critico, tampoco los juzgo, ellos decidieron vivir así y mientras todo sea civilizado entre nosotros evitando conflictos, me da igual si se aman o no. Me sirvió para entender que el amor no siempre tiene que formar parte de la vida para ser feliz. Ellos a pesar de no amarse, tiene mejor relación que muchos matrimonios que dicen amarse. Ellos se respetan y apoyan, y es mucho más que lo que tienen otras parejas casadas.
No tengo hijos, nunca los quise y los evitaré a toda costa. No me llevo con los niños y prefiero tenerlos lejos.
Max ladra sacándome de mis pensamientos, le sirvo un poco más de agua y bebe feliz. Definitivamente tener un perro es mucho mejor. Una vez que fue entrenado en el centro de entrenamiento canino, se volvió la compañía ideal.
Termino el café, agarro mi maletín y me despido del perro acariciando su cabeza.
—Adiós, Max, la señora Sutler vendrá en un rato a limpiar y te sacará a pasear.
El perro suelta un ladrido y sigue comiendo.
Me aseguro de tener la billetera, las llaves del auto y salgo de casa deseando que sea un lindo día en la oficina.
—Buen día, vecino.
Giro la cabeza encontrándome con la castaña que cuida del hijo de los verdaderos vecinos, una pareja que nunca están y creo que se dedica al narcotráfico debido a los autos blindados y a la gente que sabe andar con ellos. Los he visto en contadas ocasiones.
La niñera baja las escaleras con un niño rubio con gafas agarrado de su mano.
Es una mujer bonita, tiene linda sonrisa y podría ser mucho más atractiva si decidiera usar ropa de su talla y a la moda y no esa ropa enorme que oculta su figura femenina, si es que tiene curvas.
—Buenos días.
Saludo con frialdad, doy la vuelta y termino de bajar las escaleras para dirigirme a mi auto, ella me sigue y al parecer es de las que le gusta hablar en la mañana temprano.
—Que bueno que haya sol. Los días de lluvia son tan tristes y aburridos. Hoy podré llevar a Ty al parque y que se despeje de la computadora y de los libros.
El niño no responde, es bastante tímido o no habla porque las veces que lo he visto jamás lo escuché decir una sola palabra. No es que sea mi asunto.
»Los niños hoy en día están obsesionados con la tecnología y se la pasan encerrados en sí mismos por causa de eso. ¿No cree que sea malo?
Ella sigue hablando y yo rogando que entre una llamada o algo para evitar el tema. Ella siempre me habla aunque yo no responda y no parece importarle en lo más mínimo. Ni el niño parece escucharla.
Por suerte llego a mi auto.
—No tengo idea. No tengo hijos ni sobrinos para opinar al respecto—respondo tajante y me coloco las gafas de sol—. Si me disculpa, tengo un día largo y debo ir al trabajo. Que tenga un buen día.
Subo a mi auto sin alcanzar a escuchar lo que dice, la saludo con la mano desde el interior, pongo en marcha el motor y me adentro a las calles londinenses.
Pongo algo de música clásica de fondo y escucho el mensaje de Giselle, la mujer con quien salgo.
«Hola, cariño, llegaré a tu casa cerca de las ocho si terminamos la sesión de fotos a tiempo. Muero por verte y arrancarte el traje. Te quiero»
Respondo con un “ok” ignorando el «te quiero» y escucho el resto de los mensajes. El último es de mi madre pidiendo que viaje a París la próxima semana para un evento de la compañía de mi padre, dice que es necesario y necesita que vaya. No respondo, ya lo haré luego una vez que revise mi agenda y vea si puedo posponer algo y viajar.
Al llegar a la empresa, mi asistente me recibe con un café y repasando la agenda, le comento sobre el pedido que me hicieron mis padres y ella deja claro que la próxima semana es imposible porque empieza el juicio contra William y no puedo salir del país. Ni modo, trabajo es trabajo y mi madre lo entenderá. Él está tan orgulloso de que sea un abogado de prestigio y me haya convertido en un socio principal apenas a los treinta y tres años que no se enojará por dejar pasar un evento. Si se enoja, no es mi problema. No pienso abandonar a mi cliente y a un juicio tan importante donde hay en juego quinientos millones de libras.
Tomo asiento detrás de mi escritorio, mi socio Malik James no tarda en aparecer en la oficina invitándome al juego de los Yankees en Nueva York.