Aprendiendo a amarte

Chispas y Risas

La semana siguiente en la oficina fue… extraña. No, extraña no, pensó Sofía. Intensa sería la palabra correcta. Desde su conversación con Zeus, algo había cambiado en el ambiente. Cada vez que sus caminos se cruzaban, la tensión entre ellos era palpable. Pero en lugar de ser incómoda, esa tensión traía consigo una sensación divertida, casi juguetona.

El primer incidente fue en la sala de conferencias. Sofía estaba tomando notas para una reunión importante, sentada en la primera fila. Zeus llegó un poco tarde y, para sorpresa de todos, en lugar de ocupar su asiento habitual al frente, decidió sentarse justo a su lado. Tan cerca que, al moverse para tomar su libreta, rozó accidentalmente la pierna de Sofía.

El contacto fue tan sutil, pero Sofía sintió un cosquilleo subir por su piel, como si la electricidad hubiera pasado entre ellos. Mantuvo la mirada fija en sus notas, intentando concentrarse, pero sabía que él la estaba observando de reojo.

“Perdona, fue sin querer”, murmuró Zeus, con una sonrisa apenas visible en sus labios.

Sofía asintió, con el rostro ardiendo. Pero ese "sin querer" no se sentía tan accidental.

Un par de días después, tuvieron su segundo encontronazo. Esta vez en la cocina de la oficina. Sofía estaba preparando su café matutino cuando, de repente, Zeus entró como una ráfaga, derramando la mitad de su propio café por accidente.

“¡Ay no!”, exclamó Sofía entre risas, mientras veía el desastre que él acababa de crear.

Zeus soltó una carcajada. “Debería dejar de intentar hacer dos cosas al mismo tiempo”, dijo, sacudiendo las gotas de café de su mano. “Aunque tal vez fue solo para captar tu atención.”

Sofía, sorprendida, levantó la mirada y lo encontró sonriéndole. Estaba jugando con ella. La sonrisa de Zeus era tan natural, tan llena de confianza que no pudo evitar responderle con una sonrisa tímida.

“Bueno, misión cumplida,” dijo ella entre risas, sintiendo cómo una sensación cálida se instalaba en su pecho. La pequeña broma había roto parte de la barrera que había construido alrededor de él.

El tercer incidente fue quizás el más gracioso y, para Sofía, el más mortificante.

Era viernes, y la oficina estaba más relajada. Estaban organizando los archivos del mes y, para sorpresa de Sofía, le asignaron la tarea de revisar los documentos con Zeus. Los dos se encontraban en una sala apartada, rodeados de carpetas, cajas y más cajas.

Sofía estaba de pie en una escalera pequeña, intentando alcanzar una caja en el estante superior cuando, de repente, perdió el equilibrio. En un intento desesperado por no caerse, tiró de la primera cosa que encontró: la camisa de Zeus.

Zeus, sorprendido por el tirón, perdió su equilibrio también, y ambos terminaron cayendo al suelo en un enredo de piernas y risas.

“¡Dios mío, lo siento mucho!” exclamó Sofía entre risas nerviosas, sintiendo la adrenalina aún corriendo por su cuerpo.

Zeus, tumbado en el suelo junto a ella, soltó una carcajada tan fuerte que resonó en toda la sala. “Bueno, al menos caíste sobre algo blando,” bromeó mientras trataba de levantarse, con una sonrisa traviesa en el rostro.

Sofía, a pesar de la vergüenza, no pudo evitar reír también. Era una escena absurda: ella, encima de Zeus, con ambos rodeados de papeles esparcidos por el suelo.

Cuando finalmente lograron ponerse de pie, aún riendo, algo en la forma en que se miraron cambió. Había risas, sí, pero también había algo más: un deseo creciente, una necesidad de estar más cerca, aunque ninguno de los dos lo decía en voz alta.

Ese mismo día, cuando ya estaban por salir del trabajo, Sofía se dirigía al ascensor, con su bolso colgado al hombro, cuando sintió una presencia detrás de ella. Era Zeus, por supuesto.

“¿Sabes que hoy rompiste mi récord personal de accidentes laborales en una sola semana?”, le dijo en tono burlón, con esa sonrisa que parecía derretir cualquier intento de mantener la distancia profesional.

Sofía soltó una risa nerviosa, consciente del magnetismo entre ellos. “Bueno, al menos no fue intencional… todas las veces”, respondió con una pequeña sonrisa en los labios.

Zeus la miró, sus ojos oscuros y brillantes llenos de picardía. “No sé, Sofía. Algo me dice que nos estamos metiendo en un terreno peligroso. ¿Qué opinas tú?”

La pregunta estaba cargada de significado. Era como si cada pequeño accidente, cada roce accidental, cada mirada cómplice los hubiera llevado a ese punto. Ambos sabían que no se trataba solo de casualidades, sino de un deseo que crecía con cada interacción.

El ascensor llegó, y ambos entraron. El aire entre ellos se volvió denso otra vez, pero no de una manera incómoda, sino cargada de posibilidades.

Cuando las puertas del ascensor se cerraron, Zeus se inclinó ligeramente hacia ella. “Siento que pronto uno de estos accidentes va a ser algo más que un simple tropiezo…”, susurró con una sonrisa provocadora.

Sofía tragó saliva, su corazón latiendo más rápido de lo que había previsto. No sabía qué responder, pero una cosa era clara: cada día que pasaba, los accidentes y encuentros accidentales no hacían más que avivar algo entre ellos, algo que tarde o temprano sería imposible de ignorar.




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.