El día había sido largo y agotador en la oficina. La tensión entre Sofía y Zeus, aunque oculta bajo una fina capa de profesionalismo, se sentía cada vez más palpable. Las miradas furtivas y los roces accidentales durante el día parecían pequeñas descargas de una tormenta inminente.
Al caer la tarde, ambos se dirigieron al ascensor para subir al piso superior. Sofía tenía que entregarle unos documentos a Zeus, quien la acompañaba en silencio. El aire se sentía denso, y el pequeño espacio del ascensor no ayudaba a disipar la creciente atracción que los envolvía. Zeus presionó el botón y las puertas se cerraron suavemente.
El ascensor comenzó su ascenso, pero de repente, un ruido metálico interrumpió el silencio, seguido de un tirón brusco que detuvo el ascensor en seco. Las luces parpadearon antes de apagarse por completo, dejándolos en la penumbra.
Sofía sintió un nudo formarse en su estómago. “¿Qué… qué está pasando?” preguntó, tratando de mantener la calma.
Zeus apretó varios botones, pero no hubo respuesta. “Se ha quedado atascado,” murmuró con frustración. Intentó usar el intercomunicador, pero nadie contestaba. El aire en el ascensor se volvió más pesado, y Sofía comenzó a sentir la presión del encierro.
“No me gusta esto… no me gustan los espacios pequeños,” admitió en un tono nervioso.
Zeus se giró hacia ella, notando cómo su respiración se aceleraba. Sofía no era claustrofóbica, pero el calor, la falta de aire y el silencio solo alimentaban su ansiedad. “Respira conmigo,” dijo Zeus, tratando de calmarla, acercándose ligeramente. “Todo va a estar bien, saldremos de aquí pronto.”
Los minutos pasaban, y el calor dentro del ascensor aumentaba de manera insoportable. El espacio reducido no ayudaba, y Sofía empezó a sentir que su camisa la asfixiaba. El sudor perlaba su frente, y sus manos temblaban ligeramente mientras intentaba abanicar su rostro.
“No soporto este calor…” susurró, luchando por respirar con normalidad.
Sin pensarlo dos veces, Sofía comenzó a desabrochar su camisa, revelando la camiseta ajustada que llevaba debajo. Zeus, que había estado observándola en silencio, no pudo apartar los ojos mientras la tela caía, dejando a la vista su piel expuesta y brillante por el sudor. El deseo que había estado conteniendo durante días se hizo más fuerte en ese momento.
Sofía dejó caer su camisa al suelo, intentando respirar más libremente, pero el calor seguía siendo abrumador. “No puedo más… ¿Cuánto tiempo más estaremos aquí?” preguntó, desesperada.
Zeus la observó en silencio, notando cómo su vulnerabilidad y su propia atracción por ella se entrelazaban. La veía allí, tan cerca, tan expuesta, y sentía cómo su autocontrol empezaba a desmoronarse. Su mirada se posó en su escote, en la suave curva de sus pechos bajo la delgada camiseta, y algo dentro de él hizo clic.
Sin pensarlo mucho más, Zeus dio un paso hacia ella. “Déjame ayudarte,” murmuró con voz grave, poniéndose frente a Sofía. Ella lo miró, algo sorprendida, pero sin apartarse. Él levantó una mano y comenzó a abanicarla suavemente, acercándose más de lo que era necesario.
El aire entre ellos se volvió aún más pesado cuando Zeus levantó su otra mano y la apoyó en la parte superior de su brazo, rozando su piel. Sofía cerró los ojos por un segundo, dejándose llevar por el momento. Su mente intentaba rechazar lo que estaba sucediendo, pero su cuerpo lo ansiaba más de lo que ella podía admitir.
“Estás muy acalorada…” murmuró Zeus, acercándose aún más. Su mano comenzó a deslizarse por el brazo de Sofía, trazando una línea invisible hacia su clavícula y bajando suavemente hacia su pecho.
El corazón de Sofía latía con fuerza mientras sentía el roce de los dedos de Zeus sobre su piel. No podía pensar con claridad. El calor, el encierro, y ahora el contacto de sus manos, todo era demasiado. Sin embargo, no podía apartarse. Algo en ella quería más, necesitaba más.
Zeus inclinó su cabeza hacia ella, su respiración pesada y entrecortada mientras su mano acariciaba el borde de su camiseta, sus dedos rozando sutilmente el contorno de sus pechos. "Sofía..." murmuró su nombre, y ella sintió que su corazón se detenía por un segundo.
Sofía abrió los ojos, encontrándose con la mirada oscura y cargada de deseo de Zeus. Sabía que estaba al borde de cruzar una línea de la que no habría retorno. Los segundos pasaban lentamente, y aunque el aire se sentía más denso que nunca, sus cuerpos estaban más cerca que antes.
Cuando Zeus comenzó a acariciar suavemente el borde de su camiseta, a punto de deslizar su mano debajo, una voz distorsionada rompió el hechizo.
"Estamos trabajando en el problema. El ascensor se reanudará en pocos minutos," anunció el intercomunicador.
Sofía se sobresaltó y retrocedió bruscamente, su rostro ardiendo de vergüenza y confusión. Zeus también se apartó, su expresión algo desorientada por el momento que acababa de ser interrumpido.
El ascensor se movió de nuevo con un tirón repentino, y en cuestión de segundos, las puertas se abrieron. Ambos salieron en silencio, con los cuerpos tensos y las mentes llenas de lo que pudo haber pasado. Ninguno de los dos dijo una palabra mientras caminaban hacia sus respectivas oficinas, pero ambos sabían que el deseo que había estado al borde de explotar solo se había intensificado aún más.
El rescate había llegado, pero el incendio interno estaba lejos de extinguirse.
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Editado: 09.11.2024