El aire en la oficina parecía más cargado de lo habitual. Desde el incidente en el ascensor, Sofía había intentado mantener la distancia, evitando el contacto visual con Zeus. No había sido fácil, especialmente porque sentía su mirada sobre ella en cada paso que daba. Sin embargo, esa mañana algo distinto estaba en el ambiente, un rumor que se esparcía rápidamente entre los empleados: un nuevo inversionista llegaría ese día, y todos estaban en estado de alerta, asegurándose de que todo estuviera perfecto.
Sofía estaba organizando algunos documentos en su escritorio cuando el timbre del elevador anunció la llegada de alguien. Levantó la vista justo a tiempo para ver a Zeus caminando hacia el lobby, su porte seguro y autoritario destacando como siempre, pero esta vez, lo acompañaba otro hombre.
El recién llegado era alto, de cabello oscuro y mirada penetrante. Su sonrisa parecía hecha a medida para conquistar a cualquiera que la viera, pero lo que más llamó la atención de Sofía fue el modo en que su mirada se posó en ella, por unos segundos más de lo normal, cuando entró en la sala.
—Sofía —dijo Zeus en un tono de voz neutro, casi frío—, te presento a Diego, un buen amigo y nuestro nuevo inversionista. Trabajaremos juntos en este proyecto.
Diego le tendió la mano con una sonrisa encantadora, y Sofía sintió un rubor involuntario subiendo por su rostro. Le devolvió la sonrisa tímidamente mientras estrechaba su mano, pero notó algo extraño en el ambiente. Zeus no apartaba los ojos de ellos, y aunque su rostro se mantenía impasible, había algo en su mirada que la inquietaba.
—Es un placer conocerte, Sofía —dijo Diego, con una voz suave y seductora—. Zeus me ha hablado maravillas de esta empresa… aunque veo que se ha olvidado de mencionar el talento humano que la acompaña.
Sofía soltó una risa nerviosa, sin saber exactamente cómo responder a ese comentario. Lo que no se dio cuenta fue del ligero endurecimiento en la mandíbula de Zeus, quien observaba la escena en completo silencio.
Durante el resto de la mañana, los tres tuvieron una reunión sobre los nuevos planes de inversión. Aunque Sofía intentaba concentrarse en los datos, las tablas y los gráficos que pasaban frente a sus ojos, le resultaba difícil ignorar la tensión entre Zeus y Diego. Cada vez que Diego la miraba o le dirigía algún comentario, Sofía sentía que la temperatura en la sala aumentaba un poco más.
Pero lo que realmente la incomodaba era la forma en que Zeus la observaba, con una intensidad inusual. Parecía que cada comentario halagador de Diego hacia ella encendía algo más profundo en él, algo que Sofía no podía identificar, pero que intuía.
Al final de la reunión, Diego se levantó y se dirigió hacia la puerta. Sofía pensó que había terminado, pero justo antes de salir, se volvió hacia ella y dijo:
—Me encantaría conocer mejor a la persona detrás de esa sonrisa tan tímida, Sofía. ¿Te gustaría salir a cenar esta noche? Podríamos hablar más sobre el proyecto… y otras cosas.
El silencio en la sala fue ensordecedor. Sofía sintió como si todo el aire hubiera sido absorbido del lugar. Se quedó paralizada, sin saber qué responder, cuando de repente, Zeus intervino.
—Lamentablemente, Sofía tiene mucho trabajo pendiente para esta semana. Necesito que se quede hasta tarde, Diego —dijo Zeus, con una voz firme y cortante, sin mirarla.
Diego levantó una ceja, sorprendido por la brusquedad de su amigo, pero asintió con una sonrisa de medio lado.
—Entiendo, Zeus. No quiero interferir con el trabajo —dijo Diego, aunque su mirada insinuaba que no había abandonado del todo la idea—. Tal vez otra ocasión entonces.
Diego se despidió con una última mirada a Sofía antes de salir de la oficina. La puerta se cerró, dejando un silencio incómodo entre ella y Zeus. Sofía intentó concentrarse en los papeles frente a ella, pero su mente seguía repitiendo la escena una y otra vez.
Zeus caminó lentamente hacia su escritorio, se sentó y comenzó a revisar algunos documentos. Sin embargo, Sofía sentía que había algo diferente en el ambiente. Había algo más en su comportamiento, algo que no se podía ignorar.
—Diego parece… muy interesado en conocerte —comentó Zeus de manera casual, pero con un tono que ocultaba una sombra de molestia.
Sofía no sabía cómo responder. Algo dentro de ella le decía que, a pesar de lo que Zeus pudiera aparentar, no estaba bien con la situación. Decidió no darle demasiada importancia.
—Es muy amable, pero yo… solo estoy concentrada en el trabajo —dijo, intentando mantener su voz tranquila.
Zeus soltó una risa suave, pero sin humor. Se levantó de su silla y caminó hacia la ventana, mirando hacia la ciudad mientras su mente trabajaba. No podía ignorar lo que había sentido en esa sala. Los celos, una emoción que no había experimentado en mucho tiempo, estaban presentes, y no le gustaba nada.
—Solo trabaja —murmuró, más para sí mismo que para ella, pero Sofía lo escuchó.
Su tono tenía un filo que ella no comprendía del todo, pero que la hizo sentir un ligero escalofrío en la espalda. Intentó ignorar la incomodidad, pero algo le decía que esa tarde no sería como cualquier otra.
Horas después
Sofía se quedó hasta tarde en la oficina, como lo había dicho Zeus. La mayoría de los empleados ya se habían ido, y solo quedaban unos cuantos trabajando en sus cubículos. La luz del atardecer se filtraba por las grandes ventanas, y el silencio era casi absoluto.
Zeus había estado en su despacho, trabajando sin apenas dirigirle la palabra desde la partida de Diego. Sin embargo, Sofía sentía su presencia constante, como si, de alguna manera, no pudiera escapar de él ni de la tensión que existía entre ambos.
Finalmente, decidió que era hora de marcharse. Recogió sus cosas y se dirigió hacia la puerta del despacho de Zeus, tocando suavemente.
—Voy a irme ya —dijo, con voz tenue.
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Editado: 09.11.2024