Aprendiendo a amarte

Fuego en la Playa

La noche envolvía la playa en un manto de serenidad, con la brisa cálida acariciando la piel y el vaivén de las olas cantando una melodía hipnótica. Sofía estaba en su habitación, acostada en la cama, pero el sueño parecía un lujo imposible. Sus pensamientos giraban en torno a Zeus, a la intensidad de su mirada y al fuego latente en cada uno de sus gestos durante el día. Había algo en él, algo que la atraía como un imán, y aunque intentaba convencer a su mente de que debía mantener la distancia, su cuerpo hablaba otro idioma.

De pronto, el tenue zumbido de su teléfono rompió el silencio. Al tomarlo, sus dedos temblaron al leer el mensaje que Zeus le había enviado:
"Ven afuera. No puedo esperar más."

Sofía se mordió el labio inferior, sintiendo un nudo en el estómago. Sabía que lo correcto sería ignorarlo, apagar el teléfono y obligarse a dormir, pero la tentación era demasiado grande. En silencio, se levantó y se colocó un vestido ligero que apenas cubría sus piernas. Salió al pasillo, cuidando de no hacer ruido para no despertar a nadie, y descendió hasta el vestíbulo del hotel.

Zeus estaba allí, apoyado contra la puerta, con una camisa desabrochada que dejaba ver un poco de su pecho y el cabello ligeramente despeinado. Parecía salido de un sueño, y Sofía sintió que le faltaba el aire.

—¿Qué estamos haciendo? —preguntó ella en un susurro, tratando de ignorar el frenético latido de su corazón.

Zeus esbozó una sonrisa ladeada, esa que sabía usar para desarmar a cualquiera.
—Viviendo un poco, Sofía. A veces, eso es lo único que importa.

Antes de que pudiera responder, Zeus tomó su mano y la guió hacia la playa. El camino estaba iluminado por la tenue luz de la luna, y cada paso que daban los alejaba más de la seguridad del hotel y los acercaba al abismo de lo desconocido.

Finalmente, se detuvieron en un rincón apartado de la orilla, donde el mar parecía aún más infinito y las estrellas brillaban como nunca. Zeus se giró hacia ella, sus ojos brillando con una intensidad que hizo que Sofía se estremeciera.

—No puedo seguir ignorando esto, Sofía —dijo él, acercándose un poco más—. Lo que sea que esté pasando entre nosotros me está consumiendo.

Las palabras de Zeus encendieron algo dentro de ella, algo que no podía explicar pero que la hacía sentir viva de una manera completamente nueva. Antes de que pudiera responder, él tomó su rostro entre sus manos y la besó. Fue un beso suave al principio, casi tímido, pero rápidamente se transformó en algo más profundo, más urgente.

Sofía sintió cómo la arena se hundía bajo sus pies, cómo su cuerpo se encendía con cada caricia, cada roce. Zeus la abrazó por la cintura, atrayéndola más hacia él, mientras sus labios recorrían cada rincón de los suyos.

La brisa del mar parecía desaparecer, al igual que todo lo que no fueran ellos dos. Zeus deslizó sus manos por sus hombros, bajando las tiras del vestido con movimientos lentos pero decididos. Sofía no lo detuvo; de hecho, se aferró a él, dejando que su corazón y su deseo tomaran el control.

—Eres increíble —susurró Zeus, con la voz ronca por el deseo.

Sofía lo miró con los ojos brillantes, perdida en la intensidad de su mirada. Por primera vez, se permitió ser completamente vulnerable, entregándose a él sin reservas. El vestido cayó suavemente al suelo, y la luz de la luna bañó su piel, resaltando cada curva, cada detalle que Zeus no podía dejar de admirar.

Se tumbaron sobre la arena, con las olas acariciando suavemente sus pies. La conexión entre ellos iba mucho más allá del simple deseo físico; era una mezcla de emociones, de anhelos reprimidos, de algo que no se atrevían a nombrar pero que sentían con cada fibra de su ser.

Cuando finalmente se quedaron abrazados, escuchando el sonido del mar y el ritmo acompasado de sus respiraciones, Sofía rompió el silencio.
—Esto... esto no fue solo un impulso, ¿verdad?

Zeus la miró, su expresión suave pero llena de determinación.
—No, Sofía. Esto es algo que va más allá de lo que esperaba. Algo que no puedo ignorar.

La noche parecía eterna, pero ambos sabían que eventualmente tendrían que regresar al hotel, a la realidad que los esperaba. Sin embargo, en ese momento, nada más importaba. Habían cruzado una línea, una que cambiaría todo entre ellos para siempre.

Con el amanecer a la vuelta de la esquina, regresaron al hotel, sus manos entrelazadas y sus corazones latiendo al unísono. Sabían que lo que acababan de vivir era solo el comienzo de algo mucho más grande.

Zeus observaba a Sofía desde el ventanal de su habitación mientras ella caminaba por la playa, con el cabello suelto meciéndose al compás del viento y los pies descalzos dejando marcas en la arena húmeda. Habían pasado horas desde aquella noche bajo las estrellas, pero las emociones seguían latiendo con fuerza en su interior. Algo lo inquietaba, algo que no había sentido en mucho tiempo: miedo. No miedo al rechazo ni a las consecuencias, sino al abismo de emociones que Sofía despertaba en él.

Ella no era como las otras mujeres en su vida; no se trataba solo de su dulzura, su timidez o lo irresistiblemente hermosa que era. Había algo más, algo que lo hacía querer derribar sus propias barreras, pero sabía que no debía.

Cuando ella regresó al hotel, lo encontró esperándola en el vestíbulo. Vestía una camisa desabrochada y pantalones de lino, con esa misma aura despreocupada que siempre llevaba consigo. Pero sus ojos hablaban de algo más profundo, algo que él intentaba ocultar.

—Tenemos que hablar —dijo él, su voz baja pero firme.

Sofía lo miró, confundida pero asintiendo. Lo siguió hasta la terraza privada del hotel, donde el sonido de las olas llenaba el silencio incómodo entre ellos. Zeus se recargó contra la barandilla, cruzando los brazos mientras buscaba las palabras correctas.

—Lo que pasó anoche... —comenzó, sin mirarla directamente—. Fue increíble. No puedo negarlo. Pero tenemos que ser realistas, Sofía.




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