Aprendiendo a Olvidar

Capítulo I

LONDRES

27 de Mayo de 1815

La joven había salido del baile atareada por su madrastra que no dejaba de mostrarle "Candidatos ideales" para su casamiento. Palabras de ella más no de la joven. Ella aún no quería casarse. Y menos con esos prospectos que sencillamente podrían ser su padre. Lady Blackwell argumentó que sus opciones eran limitadas por su manera de actuar. La vida de la chica estaba bien con su padre y hermano mayor. Además solo tenía dieciocho años. Se sabía que se habían casado muchachas mucho más jóvenes que ella, pero simplemente no tenía la urgencia de hacerlo. Gozaba de todo lo que necesitaba sin hacer nada. Su padre la amaba pero este era muy voluble con las decisiones tomadas por Lady Blackwell, se dejaba llevar por ella y ya todo lo anterior sería olvidado.

Abigail no era considerada una de las candidatas favoritas. Su manera de hablar tan poco comedida la habían señalado como una joven sin mucha educación. Lo que nadie sabía es que era un poco tímida y cuando estaba nerviosa tendía a lanzar muchas diatribas, haciendo alejar a los hombres y por lo tanto recibir reclamos de su madrastra. Según esta, no sabía actuar como una niña de buena cuna.

Ella sabía que su madrastra no era mala. Lo que ocurría es que era un poco. ¿Cómo decirlo? Cabeza hueca y pensaba que un matrimonio es lo mejor para una muchacha en edad casadera. La joven no deliberaba así, ¿pero que más podía hacer ella? Era una señorita y debía cumplir con el deber y la familia. Tenía que mantener el honor en la familia Blackwell.

Suspiró.

Acercándose a la fuente que estaba en el jardín de los Rushmore, vio su reflejo en el agua, este estaba bañado por la luz de la luna. Su cabello castaño claro se encontraba recogido en un elaborado moño con cintas incluidas de color magenta del mismo tono que su vestido. El aire estaba frío y el sitio se hallaba solo. Sabía que no debería encontrarse allí, —y mucho menos sola— pero solo sería un momento para tomar aire y tratar de calmarse para volver a la algarabía del baile. No creía que cinco minutos dañarían su reputación. Lastimosamente, estaba muy equivocada.

🌸🌸🌸

Las fiestas.

El dilema del que más huían los hombres, sobre todos los mujeriegos. Aquellos granujas que iban de flor en flor, en busca del placer de la vida sin las responsabilidades. Esos hombres que disfrutaban de la fortuna y de su posición para vivir a sus anchas. Sin importar nada más, que su disfrute. Una vida ceñida en eso y nada más.

David Alejandro Rushmore, mejor conocido Alejandro Rushmore —Marqués de Abeforth— estaba asfixiado por la dichosa fiesta. Pardiez. Su padre había organizado todo para que consiguiera la próxima marquesa. A sus veintisiete años ya debería estar cualificado para conseguir una esposa por sí mismo. Pero su padre estaba empeñado en que le quedaba poco tiempo de vida y que no deseaba morir sin ver a su hijo mayor en perpetuando el apellido Rushmore.

Era un chantaje emocional, ya que dudaba que el duque de Sutherland, falleciera tan pronto. Todo era para lograr sus objetivos. Molestarle la existencia, a su imbécil hijo. Palabras que le había recalcado durante toda su vida.

La madre del joven revoloteaba sonriendo a cada una de las comadronas que se encontraba allí. Tomando nota de quien pudiera ser la candidata indicada. Seguro que para la mañana siguiente tendría una lista detallada de cada una de esas jóvenes en potencia. Con cual debía relacionarse, con quién no. Lo más probable es que buscara una mujer hecha a su semejanza.

Llegado el momento del primer vals, ya su hermano menor por dos años, Sebastián, se encontraba con alguna joven que nadie quería sacar a bailar. A diferencia del Marqués, su hermano tenía un corazón gigantesco y para conciencia de él, debería tener el título, pero las costumbres no estaban dadas así. Por lo que debía ser el primogénito de cada familia recibir los títulos nobiliarios.

Vio a una joven a distancia y su madre estaba crepitando de emoción. Al parecer encontró a su igual. La mujer, la cual no sabía su nombre. Era muy bella. Su cabello rubio platino y unos ojos que parecían grises a lo lejos eran espectaculares. Pero vio algo que su madre parecía no haber notado. Era muy hermosa. Por supuesto que sí, pero era vacía. Y eso no le agradó para nada. Supo que trataba con una mujer trofeo.

Su madre lo vio, sonrió y le señaló con la mano para que se acercara a ellas. Acortando el paso se colocó en frente de su progenitora, la joven y por supuesto la madre de la última.

Trató de pensar el protocolo que debía seguir.  —Buenas noches. —saludó con una sonrisa practicada. El paso uno, estaba completado.




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