Aprendiendo a Olvidar

Capítulo II

El mundo de Abigail se vino abajo, solo podía sentir las manos de su abusivo y ahora se le agregaba la vergüenza que vio en los ojos de cada uno de los invitados que se encontraban frente a ella. Su padre y madrastra estaban en primera fila y solo veía el pavor y el asco que ahora le tenían. Su reputación. Lo más importante para una joven está dañada y no había dote que importara, ningún joven de buena cuna querría casarse con ella. A menos que fuese con un caza fortunas y ella preferiría mendingar a llegar tal instancias.

El joven que se encontraba a su lado esta estupefacto y no era para menos. Toda la culpa de lo que había hecho aquel miserable recayó en sus hombros. Una pobre persona que estaba en el momento y sitio equivocado.

—Deshonraste a la niña. —los gritos de una mujer se unían a los de muchas más personas. Se había formado un alboroto.

—Yo no hice nada. —gritaba el aludido. —Permítanme explicar que ocurrió.

Hicieron caso omiso de lo último. —Y de paso no se ocupa de las consecuencias de sus actos. Que falta de honor. —asumió un hombre que está en una esquina. —Esto es motivo para un duelo.

Ella solo podía mirar, su garganta estaba cerrada y no salían palabras de la misma. El pobre muchacho que la había ayudado ahora se encontraba en una contrariedad. Los gritos de la mujer seguían.

—Debe casarse con ella. O alguien debe luchar en duelo por el honor de la niña. —el muchacho se puso pálido ante lo que oía.

Y luego de eso había gritos de asentimientos y por fin había vuelto su voz. Baja pero estaba ahí.  —Él no hizo nada. —Todo mundo volteó al escuchar esa oración.

—Te deshonró querida, que asuma sus actos. —continuó otra mujer.

—Él no ha hecho nada. —volvía a parlamentar un poco más fuerte.

—Cuéntanos qué pasó. —gritó un sacerdote que extrañamente se encontraba allí.

La señorita comenzó a relatar lo ocurrido en esa fatídica noche. Desde el momento que salió del salón hasta instante en que apareció el joven en la escena. Todos asentían y negaban cuando ella contaba con la voz fuerte a pesar de sus nervios. El muchacho dio fe de lo que ella estaba diciendo y ella pensó que habían comenzado a creerle. Una afirmación más que lejos de la realidad.

— ¿Pero llegaron a abusar de ti? — una pregunta que nadie quería hacer, pero una jovencita valiente que se encontraba allí tomó la palabra.

De nuevo todos voltearon hacia la joven. Ella negó con la cabeza. Se escucharon suspiros de alivio.

—Llegue justo antes de que copulara con ella. —Todos miraron horrorizados al joven.

—Cuida tu lenguaje jovencito. —reprendió la gritona espantada por el vocabulario de su sobrino.

—Tía en estos momentos el recato no importa. —argumentó. —Hay cosas más importantes que tratar. 
   
—El recato siempre es necesario. —respondió la tía.

Pero la jovencita no termino allí. Y volvió a interpelar. — ¿Reconociste a tu atacante? —La señorita volvió a negar con la cabeza ante la intimación y por fin el muchacho que la rescató, habló de nuevo.

—Solo sabemos que era un noble. —dijo el caballero tratando de que lo escucharan.

La señora Albright —tía de Alejandro— se dirigió a la joven. —Y señorita ya que nos contó de su relato le pedimos que se retire de nuestra propiedad no creemos ni una palabra de lo que usted ha dicho. —la añeja le vio con una ceja alzada y la trató sin el más mínimo de solidaridad ante lo que le pasaba. —Sabemos que quería lograr un matrimonio con mi honorable sobrino. De lo que son capaces las muchachitas de ahora.

La mandíbula de Abigail cayó al piso junto con un improperio del joven que ahora sabía su apellido  —Rushmore — uno de los dueños de casa.

—Tía eso no es así. No puedes actuar de esa manera, acaba de sufrir un trauma y yo no fui el que lo causó. Debemos ayudarla.

—Sí, yo puedo y lo haré no podemos codearnos con gente que dañarán nuestro buen nombre. —El joven la miró y no se podía saber que pasaba por su cabeza. —Esa niña es una mancilla.

Los condes de Blackwell se acercaron a la joven. —Me siento insultado. ¿Cómo pudiste hacernos esto hija? —su padre no se calló la boca. La miraba con tal indignación que dolía.




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