Abigail despertó cuando el sol se escurría por las ventanas de la habitación en donde se encontraba, luego de haber pasado casi toda la noche llorando y sintiéndose asqueada con su cuerpo. En su mente se repetían una y otra vez los sucesos, las manos de ese vil desgraciado. En su boca sentía náuseas recordando cuando la besaba a la fuerza. Después de un baño que la ayudó a quitarse parte de la "suciedad" pudo dormitar por unas pocas horas.
La habitación en donde se hallaba era masculina y sin adornos femeninos, pero era imponente con su cama con dosel y sábanas de seda color azul oscuro, además la alfombra que acompañaba el piso y demostraba que pertenecía a un noble con buenos ingresos.
Su nuevo amigo se había quedado a dormir en la habitación de huéspedes porque esta, al no recibir visitas le faltaba airearse y podía causarle comezón en la nariz ya que era alérgica al polvo.
Ella se levantó y se subió el pantalón gigante que le había prestado Lord Rushmore con una camisa igual de grande. No tenía pertenencias, más que el vestido roto y los accesorios que había utilizado, una cadenilla de oro que era de su madre. Sintió las lágrimas viajar por sus mejillas. Cuánto extrañaba a su madre. Ella sí que hubiese sabido entenderla. No la habría convertido en una excluida de la sociedad londinense. O quizás se evitaría el suceso. Pues le hubiese advertido de las consecuencias.
Cuando se dirigía a la jofaina para aclararse mejor el aspecto, llegó una joven, como estaba vestida daba entender que era una doncella.
—Buenos Días, señorita Blackwell, yo soy Eloise su doncella. El señor de la casa me ordenó que la ayudara en lo que necesitara. —al final le dio una sonrisa de lástima. Por mucho tiempo recibiría ese gesto de todas las personas que supiesen su situación y podría jurar que todas las doncellas, cocineras y las empleadas de Londres, sabrían ya de su infortunio.
—Gracias, Eloise. —los modales primero, como diría Lady Rushmore. —Por lo momentos solo necesito un baño. El único problema es que no tengo nada con que vestirme.
Eloise sonrió. —Tranquila Señorita Blackwell, ya el señor arregló todo. Hay unas valijas al lado de su cama. —señaló hacia un lado de la habitación. Y Abigail se acercó y se percató de que eran sus cosas. Las que estaban en su recámara en Blackwell House. Sin pensarlo sonrió porque su día estaba mejorando.
— ¿Le preparo el baño? —inquirió Eloise.
Abigail asintió de mejor ánimo. —Sí, por favor Eloise.
La doncella se dirigió al baño y comenzó a preparar el baño de Abigail.
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Luego de estar arreglada procedió a bajar las escaleras siguiendo los pasos de Eloise, que aunque no era tan grande el departamento de soltero de Alejandro, no había llegado a conocer la casa. Él le explicó que vivía allí mientras estaba en Londres y que su residencia permanente se encontraba en Folkestone. En una villa que estaba alejada de la ciudad.
Al entrar en la estancia, vio al marqués mirando reflexivo por la ventana. El sol entraba por la ventana y bañaba su cuerpo de una manera imponente. Todo ese hombre se mostraba de una manera regia. Su forma de vestir de ese día, eran pantalones color marfil con una levita negra y camisa, chaleco y una chalina de color azul oscuro. “Es un joven demasiado grandioso” —pensó Abigail.
—Buenos días, milord. —saludó Abigail tratando de eliminar esos pensamientos que inundaban su cabeza.
El lord se giró sorprendido porque no esperaba ver tan pronto a Abigail, pero esa mañana se presentó y le sonrió. Le demostraba lo fuerte que era. Se veía que iba a recuperar pronto del trauma que había pasado.
Con una sonrisa le contestó:
—Buenos días señorita Blackwell. ¿Cómo amaneció? ¿Fue de su agrado la habitación? —se quedó viéndola y ella se sentó sin ser autorizada por el dueño de casa. No le dijo nada porque esa actitud fue de lo más refrescante. Era sinuoso ver ese tipo de comportamientos en las jóvenes de hoy. Le agradó de inmediato.
—Bien. —Ella sonrió tímidamente. —le puedo pedir un favor. Ya sé que me ha ayudado demasiado. Y ya comencé a divagar. —él hizo un ademán con la mano y ella continuó. —No me llame más “Señorita Blackwell”
Alejandro no entendió. — ¿Por qué me pides eso?
Agachó su cabeza y un mechón de su cabello castaño claro casi rubio cayó. Aguantó su mano porque quería acomodarlo y aprovechar de tocar lo suave que parecía. Pero lo olvidó cuando ella alzó la vista y Alejandro notó una lágrima en su mejilla. Tuvo las ganas de limpiarla con sus propias manos, pero retuvo esa idea. Sabía que la asustaría. —Ellos ya no son mi familia.