Aprendiendo a Olvidar

Capítulo IV

La hora del té había llegado, Abigail estaba en una dicotomía con sus pensamientos, no sabía si estaba feliz o nerviosa. No conocía la reacción de su hermano al verla en la casa de Alec pero esperaba que la ayudara. El problema era que su hermano aún vivía en Blackwell House y no poseía departamento de soltero. Todo porque su padre no le permitía manejar el dinero de la familia ni el suyo propio, y Ethan lo aceptaba para no incordiarlo. Aunque él estudió finanzas en Cambridge, su padre era muy receloso.

Alec tuvo que realizar unas diligencias y le había dejado en claro que lo que necesitara se lo solicitara a Eloise, ella muy apenada le dijo que si y recibió una sonrisa de Alec que le decía que todo iba a estar bien. Sabía que acababa de conocer a Alec, pero él, le inspiraba mucha confianza.

Ordenó que le prepararan una tetera y Eloise se la trajo justo en el momento en que el mayordomo entró junto con Ethan Blackwell —su hermano— Ella corrió rápidamente, olvidando todo recato y leyes del buen comportamiento para abrazar a su único hermano.

—Ethan… —las lágrimas salían como torrentes de sus ojos. —Gracias por venir. Te necesitaba tanto.

Su hermano se sentó en un sofá con ella y procedió a quitarle el residuo de lágrimas de sus ojos, le besó la cabeza y la reconfortó como nadie más podía hacer. La abrazó y le dio palabras de aliento. No había travesuras, ni bromas entre hermanos. Hoy su consanguíneo le estaba mostrando la madurez que ella siempre supo que poseía.

—Tranquila, mi pequeña niña. —Ella hipeó. —Estoy aquí contigo, todo saldrá bien.

Se le salió un sollozo. —No Ethan, todo está muy...muy mal. —Hablaba entre balbuceos. —Mi papá no me quiere, la gente cree que soy una mujerzuela y ahora Alec se tiene que casar conmigo por mi culpa. No puedo hacer nada bien. —y de nuevo rompió a llorar.

En la cara de Ethan se mostró el desconcierto. Su pequeña hermana estaba pasando por algo y no sabía qué hacer, se sentía como el más grande inútil. Además no sabía el último de los acontecimientos.

— ¿Quién es Alec? —inquirió Ethan, pues no sabía de quien hablaba.

Ella alzó el rostro que estaba pegado al pecho de su hermano mientras gimoteaba. —Alec es el marqués de Abeforth.

El rostro de Ethan estaba rojo. — ¿Cómo que debes casarte con Abeforth? —bramó furioso. — ¿Él fue que te deshonro? Dímelo y te juró que lo mató, ya. —La miró fulminante esperando respuesta. —Dímelo Abigail y lo reto a un duelo ahora mismo.

Abby se levantó. —No. él no lo hizo. Pensé que el señor Sebastián te lo había dicho. —Ethan que estaba enojado sintió una risa frenética salir de su boca cuando escucho “el señor Sebastián” pues de señorito bien portado, no tenía nada.

La cara de su hermano mostraba confusión. — ¿Entonces quién fue? No entiendo un carajo. —maldijo sin importarle estar frente de su hermana.

Ella suspiró. —No lo sé. Solo sé que era un noble y que nunca lo había visto. —eso no calmó la ira de Ethan.

—Condenación. —su hermano no le estaba importando lanzar maldiciones cerca de una dama — Bueno si ahora se le pudiese considerar una dama.

—Ojala no hubiese salido a ese estúpido jardín. —ella injurió siguiendo los pasos de su hermano. Definitivamente ya no era una dama.  —Pero solo quería tomar un poco de aire y mira como terminé. —ella suspiró. —Soy tan idiota.

Él la miró e increíblemente su hermano tenía los ojos brillantes por las lágrimas contenidas. —Tú no tienes la culpa de nada, Abigail.

Ella agachó la cabeza. —Lo sé, pero pude haberlo evitado.

—No es culpa tuya hermana. —repitió y pegó un golpe con el puño hacia la pared donde esta recostado.  —No sé qué hacer para ayudarte.

Contra todo pronóstico Abby le sonrió. —Con que me creas y me apoyes, es mucho. —Ella se sorbió la nariz. —Es muchísimo más de lo que hizo nuestro padre.

—No puedo creer que nuestro padre se esté comportando como un maldito bastardo. Tú eres su niña. Estoy seguro que es culpa de esa vieja cacatúa que tiene por esposa.

Rio ante tal parrafada que dijo su hermano. —Yo tampoco lo puedo creer, pero debo seguir adelante. Debo aceptar mi destino.




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