Aprendiendo a Olvidar

Capítulo V

 

Tiempo más tarde su hermano se fue junto con Sebastián a White's y según ellos harían cosas muy importantes y serias. Abby sabía que no era así, pero estaba agradecida con la vida de que esos tres se llevaran muy bien. La hacía sentirse protegida. Sabía que más nada más le ocurriría si estaba con ellos. Por alguna forma decirlo, eran su nueva familia.

Alejandro mandó a Eloise en busca de Abigail ya que necesitaba hablar con ella muy urgentemente sobre los términos de su matrimonio. Era un tema muy peliagudo, pero se debía aclarar antes de dar marcha al plan. No podía darse el lujo de dar un paso en falso y que todo se arruinara.

Al llegar al despacho de Alejandro, se alisó su falda y procedió a tocar la puerta, luego de un simple "pase"  abrió la puerta.

—Buenas Noches... —ella tomó aire porque aún no estaba acostumbrada a llamarlo de manera tan informal. —…Alec.

Los ojos de ambos se encontraron y ella pudo notar los hermosos ojos azules grisáceos de su "prometido". El pelo negro de este caía un poco despeinado por su frente, como si lo hubiera torcido en un momento de estrés. Aun así dándole un toque masculino y muy guapo.

Quita esos pensamientos de tu mente” —le dijo su conciencia.

—Buenas noches, Abby. —le gustó como sonó el apodo de ella en la voz de Alec, por lo tanto sonrió. En las últimas veinticuatro horas había sonreído mucho y todo se lo debía a él. — ¿Cómo sabe debemos hablar de nuestro compromiso? —eso borró totalmente la sonrisa de su rostro.

—Por... por supuesto. —respondió nerviosa. No se sentía preparada para hablar de ello.

—Por favor siéntense. —ella que seguía de pie concedió a sentarse en la silla al frente del escritorio de Alec. Y menos mal porque un segundo más levantada y habría caído al suelo por los nervios que sentía en su interior. —Sé que este es un tema muy difícil para usted. —No era una pregunta pero Abby de todas maneras asintió. —Dentro de una semana será mi esposa. —ella volvió asentir nerviosa. —Se convertirá en Marquesa.

El último detalle la ponía más nerviosa todavía... y estaba claro que todo mundo la odiaba, así que eso sería una tarea titánica muy difícil de desempeñar. Nunca fue una muchacha bien portada, menos sería una marquesa organizada.

Estaba pensando en alguna cosa que pudiera decir. — ¿No hay manera de que yo pueda renunciar al título? —soltó antes de que pudiera retener las palabras en su boca.

Alec al ver su arrebato y soltó una risilla, luego le sonrió condescendiente. —No, no se puede. Así que vaya haciéndose a la idea. Será mi marquesa. —respondió.

No le convenció esa respuesta, así que volvió a dar otra explicación. —Todo mundo me odia.

Le volvió a sonreír y ya a Abby le está afectando esa sonrisa. Tenía una sonrisa muy atrayente sin proponérselo. —No todo mundo. —arguyó. — ¿Su hermano la odia? —preguntó y ella negó con la cabeza. — ¿Mi hermano la ha tratado indiferente? ¿Se ha sentido insultada por él? —sacudió su cabeza de nuevo. — ¿Y cree que yo la odio?

Esa última interpelación sacó el aire de los pulmones de Abby. ¿Qué sabía ella? Ella no podía meterse en su cabeza y saber qué pensaba. Una parte de su corazón esperaba que el respondiera que no la odiaba. Pero a lo mejor si lo hacía, pues por culpa de ella debía casarse con la relegada de Londres.

—No lo sé. —logró decir al fin.

Él volvió con su maldita sonrisa que la estaba descolocando más de la cuenta. —No la odio y... —la miró fijamente. —…puedo hacerle la misma pregunta, ya que pone muchas excusas. —hizo silencio de repente y no comprendió lo que le quiso decir. — ¿Usted me odia?

Joder

Alec no sabía porque salió esa pregunta de su boca. Solo supo que cuando la hizo ya no había vuelta atrás y ahora está esperando impacientemente esa respuesta.

Ella parecía nerviosa antes de hablar y temió que la respuesta que fuera a decirle, lo disgustara. —Claro que no lo odio, señor. —el aire que estaba reteniendo en sus pulmones salió. ¿En qué momento había empezado a aguantar la respiración? —Usted me salvó. Le debo la vida.

Lo último no fue del agrado de Alec, él no deseaba la maldita gratitud, pero aun así le quitó importancia con un ademán de la mano, para que ella no se sintiese mal. —Perfecto, ahora sabe que tiene gente que la aprecia. Deje de preocuparse por nimiedades.




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