Aprendiendo a Olvidar

Capítulo VI

Seis días habían pasado desde aquella conversación en el despacho del marqués. Cada noche Abby se atormentaba en solo pensar a llegar a la intimidad con Alec. Sabía que aunque él no lo demostrara a gusto, era un buen hombre y que no le haría daño. Pero estaba aterrorizada de que en ese momento recordara las manos de ese hombre y lo confundiera con Alec.

Durante esa semana no había hablado con él. Se había ido de viaje el día siguiente de su conversación a Abeforth Manor, su propiedad conjunta con el marquesado. Ahí estaban todos los arrendatarios y por lo tanto debía velar y cuidar de sus financias. Además según su plática supo que ese sería el lugar de permanencia del nuevo matrimonio.

Eran las siete de la mañana y estaba muy sola, su hermano la había ido a visitar pero eran pocos momentos, ya que no debía liberar sospechas de que estaba viendo por su hermana. Le prohibieron acercarse a ella. Diciéndole que si la veía, lo desheredarían. Él había hecho lo posible para ayudarla y estar cerca de ella, y aunque no estaba siempre a su lado, había prometido estar el día de mañana en la boda.

En la hora del té estaba nerviosa. Pues había recibido una misiva en donde decía que Ethan iría esa tarde. Ahí le decía que quería hablar con ella. Y Abby supo que debía hacerle una pregunta muy importante. Aunque no tenía planificado llevarla a cabo, sabía que saldría en algún momento de la conversación.

La bandeja con la tetera y las pastas estaban sobre la mesa de la sala de Alec. Todo se veía provocativo, pero a ella no le pasaba ni una galleta, así que se quedó esperando a su hermano alisando una arruga inexistente en su vestido. Al entrar él, le sonrió como siempre hacía y como lo hambriento que era fue directo a la mesa con las pastas.

— ¡¿Podrías dejar la glotonería, aunque sea por un instante?! —exclamó Abigail al verlo atragantarse con tres galletas.

Negó mientras terminaba de masticar. —No. No puedo. Por cierto le pedí a Rufus que me trajera un sándwich, muero de hambre. —le dijo sereno.

—Eres un sinvergüenza, estás en una casa ajena. ¿No te da pena? —volvió a negar con la cabeza. —No cambias, tú y Sebastián tienen un pozo sin fondo por estómago. —ese comentario hizo que su hermano sonriera, mostrando un hoyuelo de niño travieso.

— ¿Y no has visto a tu futuro maridito comer? —hizo silencio mientras engullía otra galleta. —Traga como si nunca más fuera tener comida en sus manos.

Una carcajada salió de la boca de Abigail, pues no sabía ese detalle de Alejandro. —No lo he visto. Pero conociendo a su hermano, supongo que debe ser igual que él.

—Algo así pero a mayor grado. —siguieron bromeando hasta que el tema que Abigail había retrasado por un tiempo debía salir.

—Hermana… mañana contraes matrimonio. —Abigail como siempre cuando salía ese tema, se ponía tensa y lo único que hizo fue asentir. —No debes temer. Ya le juré a Abeforth que si te lastimaba el corazón. Yo le destrozaría los huesos. —y para dar énfasis a su metáfora se sonó los nudillos.

Su hermano siempre de tierno y protector con ella.  —Gracias hermano aunque no deberías tener un asesinato en tu vida. —Le sonrió. Y en ese instante se dio cuenta que no podía seguir aplazando más la pregunta que debía hacerle. —Hermano. —tomó aire y sintió ya, sus mejillas arder. — ¿Cómo es la intimidad? ¿Cómo es estar un hombre con una mujer?

Su hermano se ahogó con el té y las galletas. Estaba rojo como un tomate, su cara estaba como todo una elegía. Por lo menos Abby no era la única que lo estaba pasando tan mal.

Luego de que se medió serenó y su cara no estaba de un rojo escarlata, comenzó a hablar. — ¿No me digas que Abeforth ha intentado quitarte tu virtud? Porque ahora sí lo mato.

Ella negó rápidamente. —No claro que no, ni si siquiera ha estado esta semana en la casa. —eso no pareció tranquilizar a su hermano Pero prosiguió. —Recuerda Ethan, que él, será mi esposo.

Su hermano que se veía muy maduro en ese momento asintió. —Lo sé, pequeña. —él la miró con nostalgia. —Y me hubiera gustado que no te estuvieras casando por esa situación. Tenías que haberte casado como la princesa que eres.

Sintió una lágrima viajar por su mejilla, al sentir el dolor de su hermano. —Sé que no querías esto. Gracias por comprenderme.

Ethan tomó aire como si estuviera sufriendo. Pero lo estaba haciendo, al no ser más que un mero espectador en tratar de arreglar los problemas de su pequeña hermana. —No sé cómo agradecerle al imbécil de Abeforth esto que está haciendo por ti. Le deberé la vida por ayudarte. —volvió a tomar aire cansado. —De verdad que yo no hubiera sabido cómo ayudarte. Y maldigo todos los días, el que mi padre no me deje independizarme. Desearía ser yo quien que te ayudara. —A Abigail las lágrimas no le demoraron en salir a borbotones. —Me siento tan impotente en este momento.




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