Luego de subirse al carruaje que los llevaría al vicario que realizaría la unión, Abigail vio la ciudad de Londres desde la ventanilla. Todo parecía igual, las tiendas con sus clientas exigentes, los niños en el parque con sus institutrices, las jóvenes paseando con algún muchacho y su carabina atrás.
Ese último punto le daba nostalgia, porque siempre soñó ir de paseo con alguien que le gustara, pero no lo conseguiría. Ella tomó aire y se dijo a si misma que debía dejarse de darse autolástima y seguir adelante. No tendría una boda por amor, pero por lo menos saldaría su deuda con la sociedad londinense. Contrayendo matrimonio con un respetado marqués.
Al bajarse del carruaje, en la entrada de la sacristía, sintió que iba a devolver el té que había tomado en la mañana. No desayunó porque no le pasaba bocado alguno, menos mal o hubiese hecho un ridículo mayor.
Al abrirse las puertas, se veía que en el fondo se encontraban un sacerdote y Alejandro, él se giró pero no le dio la mirada que ella hubiese deseado ver en el que se convertiría en su futuro esposo, había soñado que con el hombre que se casaría la miraría feliz y enamorado, ansioso de tenerla.
Entró junto con Ethan y vio a los lados, cerca de su hermano se encontraba Sebastián, él estaba con su sonrisa habitual. Y ella no comprendía ¿Cómo él siempre lograba sonreír? Estaba segura de que nada le afectaba.
Cuando llegó al lugar en donde estaba Alec. Su hermano le dedicó unas palabras en el oído al marqués y luego de eso comenzó la ceremonia.
Abigail no se dio cuenta cuando dijo los votos y se le colocó la banda de oro en su mano. Se omitió el beso por petición de la novia. Salieron de la iglesia y sin más preámbulos emprendieron viaje a Folkestone.
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«Protégela, cuídala, ayúdala, bórrale el temor y enséñala a olvidar» fueron las palabras que le dijo el futuro conde Blackwell a su amigo.
Alec no sabía cómo hacerlo, él se casó con ella para protegerla y cuidarla, si lo veía desde esa perspectiva de algún modo la estaba ayudando. Pero el último argumento lo dejó pensativo
«Bórrale el temor y enséñala a olvidar»
¿Cómo lo haría?
Lo vio imposible.
Luego de la conversación que tuvo en su despacho con Abigail cuando el creyó que habían avanzado a una amistad, había sido en vano. Todo se retrocedió. Abby de momento hablaba y nunca tomaba la iniciativa para hacerlo y generalmente respondía con monosílabos o a sentimientos casi imperceptibles. Pardiez. Daría mucho por saber qué pensaba en ese momento.
Ella estaba recostada contra el cojín del carruaje y su mirada seguía el camino que llevaban, el paisaje verde se veía en todo su esplendor pero también las grandes nubes que avisaban una gran tormenta.
—Abby, pararemos en una posada. —le dijo el joven lord para romper el silencio sepulcral que se había formado desde que salieron. Ella solo asintió. — Abigail ¿dime qué te pasa?
—Nada. —negó con la cabeza sin decir ni hacer intento de hablar algo más.
— ¿Qué te hice, Abby? —preguntó de nuevo Alec, desesperado.
Abigail que no había reparado en todo el viaje a Alejandro. Respondió. —Nada, Alejandro.—ella bajó la cara para que la lágrima que salió de sus ojos no se notara.
A Alec no le convenció la respuesta. ¿Dónde estaba aquella Abby que sonrió luego del día más triste de su vida?
Él le alzó la cara y vio la lágrima que había rodado de la cara de Abby. La secó delicadamente con su pulgar. —Abby, discúlpame.
Abby lo miró con ojos dolidos sin entender nada. — ¿Por qué me pides disculpas?
Tomó una respiración. —Por no ser lo que tú te mereces.
El aire salió de los pulmones de la joven. «Por no ser lo que tú te mereces» él era más de lo que una joven podría desear. Era honorable, insigne y con un corazón gigantesco, que solo lo mostraba pocas veces pero sabía que existía. Ningún hombre habría hecho eso que él estaba haciendo por ella.
—Alec, yo soy la que no te merezco. —cabeceó enojada. —Soy indigna. No debería obtener nada. Tú mereces una mujer que sea igual de distinguida que tú. Una mujer sin tantos problemas.