Dos semanas llevaba el matrimonio en Abeforth. Cada día Alejandro acompañaba a Abigail a desayunar y a cenar. Ambos comentaban cosas del día - día aunque siempre el marqués tenía más temas de conversación que ella.
Abigail tomó la decisión de hacer algo ese día, ya se estaba hartando de las mismas paredes. No hacía más nada que leer y escribir tonterías en un diario que llevaba desde niña.
Pero eso cambiaría hoy, llevaba la determinación de llevar a cabo su labor como Marquesa. Ese trabajo le costaría un poco pero estaba decidida hacerlo.
Hoy visitaría a los arrendatarios. Debía presentarse a ellos como la nueva marquesa. Aunque estaba un poco nerviosa, ella sabía que tenía que hacerlo. En algún momento tenía que intentarlo y no podía ir detrás de Alejandro para que la ayudara a cada instante. Ya era una mujer casada. Por lo tanto debía cumplir con una de sus labores, ya que la de la procreación no se estaba llevando a cabo.
Se vistió con ropa para montar. Un pantalón que era de su hermano cuando estaba más joven, una camisa y un bolero. No era muy formal porque era una actividad que tenía tiempo que no hacía –Montar a caballo– Era un pasatiempo que le gustaba. No obstante no estaba bien visto por la sociedad que saliera vestida de esa forma pero a su hermano no le importó enseñarle así. Siempre y cuando fuera en lugares que no pudiesen ser vistos.
Llegó a los establos y se encontró con Roger el -cuidador de los caballos- Era un señor mayor pero que se veía fuerte a pesar de sus años. Su cabello gris contrastaba con los ojos azules que este tenía.
Ella se acercó y él le hizo una reverencia. —Excelencia.
—Tranquilo Roger no haga reverencias. —se quedó viendo a los caballos. Y vio uno que particularmente le gustó, era de un color blanco impoluto y se veía manso a lo lejos.
— ¿En qué puedo servirle, señora?
Sonrió. — ¿Podrías ensillarme un caballo? Por favor.
El mozo la miró sorprendido. — ¿Para usted? —Abigail no era dada al sarcasmo pero en esos momentos le quiso salir a relucir. Quería contestarle ¿Para quién más? Pero se detuvo.
—Sí Roger, para mí, me apetece salir a caballo.
Él estaba irresoluto. — ¿No quiere esperar al señor?
Abigail comenzó a estresarse. Sin embargo antes de hacer una tontería, negó. —No. Alejandro está muy ocupado con los asuntos del marquesado por lo que no quiero incomodarlo.
—Si usted lo dice. —dijo Roger por fin y procedió a ir a buscarle el caballo. Solo que escogió uno que no era el de su agrado.
—Roger…. —el mozo giró y se devolvió hacia donde esta ella. — ¿Podría hacerle una sugerencia del caballo que quiero? — Asintió. —Me gustaría el blanco del fondo.
Él la vio sorprendido. — ¿Segura? —esa vena sarcástica quería relucir de nuevo. Otra vez se detuvo.
Respiró antes de hablar. —Sí. ¿Por qué?
Parecía indeciso antes de hablar. —Bueno es que esa yegua es uno de los favoritos del señor y no le gusta que la usen.
Abigail siguió sin entender, por lo que preguntó de nuevo. — ¿Por qué?
El empleado estaba dubitativo. Al final decidió hablar. —Ese caballo vino junto con el particular del señor. Fue un regalo para la señorita Eleonor. Llegaron cuando eran apenas dos potrancos. —ahora comenzó a comprender la reticencia del mozo. —Por lo que sólo él lo utiliza.
Ella en lo personal le gustaba ese caballo. Quería usarlo. Le encantaba su piel blanca y su tranquilidad. Empezó a repasar y ver si Alejandro se enojaría con su persona por utilizarlo.
Le explicaría luego si se molestaba. —No importa, ensíllelo.
—Si usted insiste. —él se encogió de hombros y procedió hacer lo que se le pedía.
Cuando el caballo estaba listo, ella salió galopando y no de la manera femenina — a la inglesa—Sino que a horcajadas. Sintiendo el viento en su cara y el aroma a campo. Se encontraba feliz. Le encantaba Luna —el nombre de la yegua —.Era tranquila como lo supuso. Aunque Abigail era muy buena amazona no le interesaba arriesgarse mostrando su valía.
Esa tarde no había sol, era un día nublado y gris. Probablemente llovería de noche. Como ocurría en el mes de la primavera en Londres.